Nigeria: la injerencia es un derecho
“Yo secuestré a vuestras hijas y voy a venderlas en el mercado, en el nombre de Dios». Las palabras resuenan en la cúpula de Acnur, la organización de refugiados de Naciones Unidas. Resuena, mejor dicho, la vergüenza que a todos nos embarga. Por lo visto el Consejo de Seguridad de la ONU no puede realizar un operativo de salvación de las niñas nigerianas secuestradas por Boko Haram (que significa “la educación occidental es pecado”). ¿De qué sirven los organismos internacionales arbitrarios?
La ONU está al servicio de los derechos humanos. Si la justicia universal es lesionada por una justicia concreta, tenemos derecho a violar el derecho local, que se presume islámico, pero que no lo es. Abubakar Shekau, líder del grupo terrorista Boko Haram, ha anunciado sus planes respecto a las 223 jóvenes que secuestró en una escuela de la localidad de Chibok, en el noreste de Nigeria: “las entregaré como esclavas o las venderé”. El gobierno de Nigeria dice que no puede con Boko Haram; es su forma de pedir ayuda. Nosotros, el bloque Occidental, sí que podemos. “Si queremos, podemos”, dijo Mitterrand, el ex presidente de Francia, el día de 1993 en que fue depositado desde un Mystère, y por sorpresa, en las calles de Sarajevo. El avión militar francés violó el espacio aéreo y se saltó a la torera el Derecho Internacional para conocer de primera mano el dolor de Sarajevo bajo el fuego de los chetniks. Conocer es una forma de denunciar. Acnur siguió los pasos del ex presidente francés. Y lo sabe bien José María Mendiluce, que entonces era el Alto Comisionado de ONU para los Refugiados.
¿Qué nos falta ahora para desembarcar ayuda humanitaria y cascos azules en Nigeria? Una misión humanitaria de gran calibre pondría a Boko Haram en su sitio. La seguridad de nuestras ciudades (desde Nueva York a Londres o Barcelona) no puede valer la pasividad de las instituciones internacionales. El precio de nuestra seguridad es el lamento de los centenares de niñas secuestradas. Cuando hay vidas humanas en juego, ¡la injerencia es un derecho! Lo fue en Biafra, cuando empezó a levantarse la enorme arquitectura solidaria de Médicos sin Fronteras. Lo fue en los campos de refugiados palestinos. Lo es en el sórdido valle de Asia Central dominado por los Talibanes, señores de la guerra. Y en tantos otros sitios.
África no es el continente ciego de Leopoldo I en el Congo, ni de Bokassa, aquel emperador que practicaba el canibalismo. Con un tono claramente amenazador, el líder terrorista de Boko Haram aparece en un video, de 57 minutos de duración, vestido de militar delante de un vehículo de transporte blindado y dos pickups con ametralladoras. Escoltado por sus camaradas, se expresa en hausa, árabe e inglés y dirige sus críticas contra la democracia, la educación occidental y contra aquellos que no siguen los preceptos del Islam. Mientras el terrorismo lanza proclamas, el Alto Comisionado actual,Antonio Guterres, centra su acción en Bangui donde reclama para 2,5 millones de refugiados la misma atención que se pone en Siria o en Sudán.
Son demasiados frentes. Pero un éxito en el caso de las niñas de Nigeria podría desencadenar la atención de medio mundo, después de las marchas de las comunidades nigerianas en París y Nueva York. Parar los pies al instinto criminal de la mal llamada ley islámica sería un logro ante la inminente celebración del Foro Económico Mundial de África (una réplica del Foro de Davos) en la ciudad de Abuya.