Ni tanto (Italia) ni tan poco (España)
En política, desde siempre, Italia no es ejemplo de nada para nadie
Mientras en Italia siguen con su historial de pactos contra natura con burla pública y explícita de las irreconciliables promesas electorales, en España los líderes se empecinan, como reza la particular tradición, en no ponerse de acuerdo bajo ningún concepto o circunstancia.
Abrazados a quien sea a costa de lo que sea con tal de mantenerse en el poder en la península del este, todos contra todos aunque sea a costa de todo en la de poniente. Así les va. Así nos va.
Creo que fue el superdotado y maquiavélico Mario Andreotti, quien, en referencia a la política española sentenció: “manca finezza”. Cierto, pero también lo es que en Italia van sobrados, incluso demasiado, de la finura que falta en España. Tan mala es una cosa como la otra.
Años atrás, mientras algún reputado genio del comentario político ponía día sí día también a Italia como ejemplo, conseguí atajar tanta hemorragia de engañosa pedagogía al sostener que, en política, Italia no es ejemplo de nada para nadie.
No de ahora, desde siempre. Italia es el país que ha cambiado dos veces de bando en ambas guerras mundiales, al ver que perdían los suyos. En Italia, el fascismo triunfó mucho antes que en Alemania. Italia es el país de la falta de alternancia que caracteriza toda democracia que se precie.
Desde el final de la Segunda Gran Guerra hasta la caída del Muro, los gobiernos duraban muy poco, pero bajo la apariencia de inestabilidad, siempre mandaban los mismos y se repartían el poder bajo la divisa de que los eurocomunistas no debían alcanzarlo bajo ningún concepto, por más atlantistas y demócratas, o sea socialistas, que se declaran.
En Italia se abrazan los enemigos para no caer y en España se rechazan las coaliciones caiga quien caiga
Por fortuna para el país cisalpino, lo que no logaron los políticos (ni siquiera se lo propusieron) lo consiguieron los jueces, que en efecto derribaron aquel sistema de componendas constantes. (También ahora han sido los jueces, no los políticos, los primeros y los únicos en parar los pies al desalmado Matteo Salvini en la crisis de los salvamentos marítimos).
El resultado, la subida del berlusconismo y el triunfo de la demagogia, fue incluso peor que la enfermedad. Y en esas estamos, con los antisistema y los antieuropeos mezcladitos y mayoritarios, pero a la postre subsumidos más en el juego del poder, de los ministerios, que en el de la implementación de sus idearios y programas.
En Italia se ajuntan los contrarios con el fin de evitar que un tercero, en este caso el neofascista Salvini, les eche del poder. Su pacto consiste en no hacerse daño, no en un programa de gobierno.
Mientras, en España se pelean los amigos con el fin de infligirse el mayor daño posible. Tanto a la derecha, empecinada en recortarse mutuamente las alas en vez de sumar, como a la izquierda, que hace lo posible para poner en riesgo la mayoría obtenida en las urnas.
En Italia se abrazan los enemigos para no caer mientras en la España alérgica a compartir y a compartimentar el poder se rechazan las coaliciones caiga quien caiga, aunque caigan los dos, y el lector sabe de sobra que los dos que se van acercando día a día al precipicio se llaman Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
En Italia andan de la mano antieuropeistas y socialistas mezclando agua y aceite con suma “fineza”, mientras en España ni siquiera las derechas, en otro tiempo unidas y disciplinadas manu militari, son capaces de acordar una mínima colaboración parcial, renunciando así a los pingües beneficios electorales que les reportaría sobre todo en las provincias vacías.
Italia y España se alejan de los modos y virtudes de las democracias más ejemplares
¿Qué es peor, el galopante cinismo italiano o el destructivo odio hispano? Adivínelo el lector, ya que el comparatista de ocasión firmante se confiesa incapaz de tal hazaña analítica. La única constatación plausible es que ambas se alejan de los modos y virtudes de las democracias más ejemplares y aumentan así la brecha norte-sur dentro de la Unión Europea.
Brecha que nos faltaba ampliar para compensar la todavía más profunda que separa el este demócrata del oeste ex comunista, a cada elección más proclive al autoritarismo.
La brecha que nos faltaba también para compensar el brexit y contribuir así a que se tambaleen los cimientos de lo mejor que han construido los europeos en unos cuantos siglos, o sea su unión.
Que la recesión que se avecina nos pille confesados.