Ni somos suecos ni vivimos en los setenta del XX
Han sido muchos los esfuerzos en pro de la adaptación, la revisión, la reforma, la renovación, la reconstrucción o la refundación del socialismo democrático
Desde hace décadas, el socialismo, incluso antes de la caída del Muro en 1989, ha procurado ajustarse a la realidad para así presentarse como una alternativa -consistente y viable- al liberalismo.
Renovadores y reformadores
Dejando a un lado el precursor Programa de Bad Godesberg (1959), con el cual la socialdemocracia alemana empezó una transformación que se fue extendiendo a otras formaciones, han sido muchos los esfuerzos en pro de la adaptación, la revisión, la reforma, la renovación, la reconstrucción o la refundación del socialismo democrático.
Un camino que, desde perspectivas distintas, han recorrido intelectuales como, entre otros, Alex Nove, Peter Glotz, Eric Hobsbawm, John E. Roemer, Alain Touraine Anthony Giddens u Oskar Lafontaine. Con las aportaciones españolas de Raimon Obiols, Ludolfo Paramio, Miguel Ángel Quintanilla y Ramón Vargas Machuca, Antonio García Santesmases o Manuel Escudero (Homo Globalis, 2005).
Populistas, reticentes y modernizadores
Más allá del “buenismo” y el talante populista zapaterista, del republicanismo cívico de Philip Pettit que encandiló al socialismo español hace quince años, del PSOE como catch all party que todo lo atrapa, y del populismo intervencionista sin principios de Pedro Sánchez; más allá de todo ello, en el socialismo español –en la izquierda en general- se pueden percibir grosso modo tres corrientes:
- En primer lugar, una corriente reticente al cambio que todavía confía en las leyes de la historia que, de la mano del socialismo, acabarán instalando un mundo mejor en la Tierra.
- En segundo lugar, una corriente modernizadora que, sin embargo, no se decide a abandonar la línea correcta que seguir que corresponda en cada momento.
- En tercer lugar, una corriente que sí renueva el discurso, pero topa con límites difíciles de franquear en un mundo caracterizado por su extrema complejidad.
Unas corrientes ambiciosas de las cuales, parafraseando a Nietzsche, se podría decir que permanecen atrapadas entre el pasado de una ilusión incumplida y el futuro de una promesa imposible.
La causa común de la izquierda
En este ambiente y esta coyuntura, aparece el ensayo de Manuel Cruz –expresidente del Senado y federalista de izquierdas- que, superando el bajo vuelo del partidismo e ideologismo de manual que puede abrir la vía al suicidio político, se plantea la posibilidad de una causa común renovada de la izquierda.
Manuel Cruz –filósofo de vocación y oficio- acaba de publicar un nuevo trabajo (Democracia. La última utopía, 2021) en donde reflexiona, a la manera de la filosofía –preguntas y razonamientos para volver a preguntar y razonar: aires del Sócrates de los diálogos platónicos-, sobre lo que nos está pasando, sobre los fracasos de las expectativas y sobre la emergencia de unos imprevistos que ha provocado un “apagón de sentido en la historia” que nos coloca “en medio del oscurantismo del mundo” y en “una perplejidad sin aparente remedio”.
Los fracasos de las expectativas y la emergencia de unos imprevistos que ha provocado un “apagón de sentido en la historia”
Más allá del pesimismo y el derrotismo propios de los tiempos volátiles, nuestro autor, a la manera Karl Popper, no malgasta las energías en tareas inútiles como “probar lo verdadero”. En su lugar, prefiere “tratar de ver lo que es falso” y hacer algo más “provechoso” como –no es un juego de palabras- “centrarse en ver qué es lo que impide que algo funcione en vez de consagrarse a analizar cómo hacer para que funcione”.
De ahí, surgen lúcidas reflexiones –de hecho, pequeños ensayos- sobre el control de los controladores, la política espectáculo sin espectadores, la supervivencia de la democracia liberal, el desasosiego ciudadano, la escasez de discursos que digan hacía dónde deberíamos ir, el incumplimiento de promesas engañosas, la desaparición del horizonte del imaginario social, la desafección política, la ausencia de argumentos consistentes, la demora en despedirnos del XX, el agotamiento de la idea de futuro o el empeño en caminar hacia el pasado a la búsqueda de una utopía regresiva.
De socialista a fuer de liberal a liberal a fuer de socialista
Es en este contexto que Manuel Cruz se pregunta sobre la causa común de la izquierda con la idea puesta en la reivindicación de mínimos como, por ejemplo, la lucha contra la pobreza y la desigualdad, la conservación del medio ambiente o la eliminación de la violencia.
Una causa común que llega con advertencias:
1) No se puede reivindicar la socialdemocracia sueca, porque ni somos suecos ni vivimos en los setenta del siglo pasado.
2) Hay que reorientar las energías utópicas en dirección a la política: no hay que impugnarlo todo, hay que perseguir la transformación social.
3) El futuro del socialismo no se reduce a la búsqueda de nuevos caladeros de votos.
4) La izquierda se puede quedar sin banderas si tenemos en cuenta que el conservadurismo amplía sus reivindicaciones.
(Entre paréntesis: no estamos ante un disfraz político coyuntural que a fin de cuentas es una etiqueta electoral vacía; estamos frente a una reflexión filosófica-política de alcance)
Señala Manuel Cruz que la democracia de inspiración liberal –que es más que una caja de herramientas al ser también una caja de valores- es el “gran medio para organizar la vida en común en la medida en que cumple la función de expender el certificado de garantía sobre los diversos fines, esto es, de legitimarlos políticamente”. Una democracia –cuyo representante histórico sería el socialismo, añade el autor- que ha devenido la última utopía.
(Entre paréntesis: Manuel Cruz, con las diferencias del caso, recuerda al Carlo Rosselli que identificaba socialismo y libertad y socialismo como liberalismo en acción, Socialismo liberal, 1930)
Concluye Manuel Cruz con una inversión, por así decirlo, conceptual. Si Indalecio Prieto acuñó la máxima “socialista a fuer de liberal”, hoy –advierte el autor- podría decirse “liberal a fuer de socialista”.
Manuel Cruz no arremete –lo suyo es una reflexión sin otro ánimo que la búsqueda sin término- contra el liberalismo. La cita: “resultaría un indicador de saludable evolución de nuestra sociedad en materia de ideas que un día las mejores propuestas de la tradición liberal estuvieran tan presentes y hubieran empapado de tal manera el imaginario colectivo que hubiera quien se pudiera definir, sin que ello fuera entendido ni en términos de renuncia ni de contradicción, como liberal a fuer de socialista”.
Volviendo al inicio de estas líneas, cabe añadir que Manuel Cruz, sacando a colación a Gaston Bachelard, ha implementado una ruptura epistemológica en lo que concierne a la revisión o refundación del socialismo democrático o, si quieren, de la izquierda. Una discontinuidad que reabre de nuevo el continente –adiós a los clásicos antiguos y modernos del reformismo socialista- de la Revolución francesa y la Ilustración con unos valores que son los nuestros.
Nuestro filósofo, por decirlo a la manera de los Tópicos y las Refutaciones sofísticas de Aristóteles, “encuentra el punto de partida de los principios”; esto es, del conocimiento, las causas y la sabiduría. Un paso adelante para provecho de socialdemócratas y liberales.