Ni somos de la caverna ni comemos carne de perro, de momento
Una caverna es una concavidad profunda, subterránea, situada entre rocas. Ahí debemos estar muchos catalanes, en el interior de una caverna, a oscuras y sin ver la luz que a otros les lleva a cantar las excelencias de una Catalunya independiente. Ellos han visto un astro que el resto no alcanzamos a disfrutar todavía y quién sabe en el futuro…
No somos nacionalistas catalanes en Economía Digital, ergo somos miembros de la caverna. Sin término medio o sin presencia de los grises en la gama de hipotéticos colores ideológicos. Ni se nos concede ser catalanes críticos, ni discrepantes del soberanismo, ni defraudados por la política identitaria e ineficiente en lo social del Govern de la Generalitat, no. Somos unionistas, fachas, españolazos y, lo último, cavernícolas.
Así nos tildan dos medios digitales acostumbrados a masticar la información que elaboramos. Porque, dicho sea de paso, subsisten medios que generan información y otros que viven de comentar la que trabaja, levanta o descubre la competencia. Entre nuestros fans destacan Elsingulardigital.cat y Directe.cat. Ninguno de ellos se distingue por una alta calidad periodística en el sentido más deontológico del término; son medios de comunicación políticos, como lo era antaño la prensa de partido. Más fácil que hallar noticias en ellos puede encontrarse algún chafardeo más propio de la comunidad de vecinos que de una comunidad de lectores.
Les ha molestado que Economía Digital descubriera que en algún mapamundi de TV3 estuvieran pintadas fronteras inexistentes en lo político y lo divulgara. Ni tan siquiera apuntan a que sea una chiquillada de alguien al que convendría tirarle de las orejas por provocador e ignorante, o que el CAC debería amonestar a la televisión pública por permitir esos descuidos. No, más sencillo: nos califican de caverna y nos sitúan en la misma trinchera ideológica en la que clasifican a los diarios de la derecha editados desde Madrid.
Estos dos estómagos comunicacionales agradecidos de la administración autonómica catalana jamás han destacado por ofrecer una información propia, relevante; tampoco recuerdo que hayan destapado en primer lugar un caso de corrupción (ni tan siquiera para los intereses que sirven) y viven de un periodismo parasitario, de chascarrillo (gacetillero, que decíamos antes), dedicado, sobre todo, a manipular el de quienes sí lo ejercen. No les gustó esa información de marras, pero para sus intereses podría tratarse de cualquier otra noticia que mostrara una visión crítica del régimen político que defienden y que les patrocina. La Generalitat debería rendir cuentas de por qué les apoya y financia con fondos de todos los ciudadanos, ¿para evitar la discrepancia en su gran apuesta política? ¿para anular la crítica democrática que pueda recibir?
Son cañones del partido gobernante en Catalunya y de su apoyo parlamentario. Lo sabemos, se sabe en nuestro oficio. No pasa nada, la prensa de partido ha existido y seguirá existiendo mucho tiempo. Es más, incluso hubo alguna que para desgracia de estos aprendices estuvo bien hecha, muy bien hecha. La lástima es que en Catalunya, donde el nacionalismo se jacta de mear colonia en la práctica totalidad de sus postulados, el régimen proteja a opciones mediáticas muy alejadas de la presunta modernidad de la que suele pavonearse. Ha pasado mucho tiempo desde que el periodismo barcelonés marcaba pautas en España, y sus profesionales llenaban las redacciones y los cargos directivos de televisiones, radios y grandes diarios. Por desgracia, demasiado tiempo en términos de utilidad social.
Por concretar más sobre ese fenómeno que les describía de digitales nacionales: Elsingular.cat es una pequeña metralleta de CiU, a cuyo frente se sitúa el editor local Ramon Grau y que se alimenta de las prestaciones gubernamentales sin pudor alguno. En febrero pasado recibió en dos subvenciones diferentes (directas a la vena de la cuenta de resultados) casi 60.000 euros del Departament de Presidència de la Generalitat. Esa cifra, que no contabiliza otras ayudas públicas de similares procedencias, representa alrededor del 25% de lo que ingresó su empresa editora un año antes, para que se hagan una idea de por dónde van los números. Sin contar publicidad institucional, por supuesto. Los guarismos se comentan solos.
Para más inri dudo de que la joven colega que firmaba esa desafortunada pieza haya dado algún paso en Catalunya para garantizar la libertad de sus habitantes como otros sí que hicimos cuando era algo más difícil. Es un tema generacional, claro, del que tampoco conviene alardear, pero una realidad indiscutible que quienes insultan con tal precocidad e infantilismo no tienen edad y adolecen de talla profesional.
En el caso de Directe.cat, que también nos obsequió con idéntico calificativo de cavernícolas y que nos replica sorprendentemente en las redes sociales cada vez que se les antoja, las cosas no son muy distintas. Su dependencia del entorno partidista de ERC no es ni tan siquiera una sospecha. No hablamos de la Esquerra más o menos reflexiva y estratégica que dice simbolizar Oriol Junqueras, sino la asamblearia, la de la bisoñez política, la del show mediático. Algo tendrá que ver que el principal accionista de la sociedad editora sea ahora un antiguo diputado de ERC en Madrid y un viejo conocido de los de Blanes, sus ‘fríos comerciales’ y sus proximidades: Joan Puig i Cordon.
Sí, no se sorprendan, es el mismo político que le hizo la campaña a Pedro J. Ramírez y su polémica piscina mallorquina en 2005 y que, ahora, en su nueva faceta de editor independentista e insultador desafiante, acaba de cerrar un pacto con La Caixa para dejar de culparla de la crisis de los catalanes desde las páginas de su ‘docta e independiente’ publicación. ¿Lo desconocían? Tan interesante debe resultar el acuerdo, que el díscolo dirigente republicano ha dejado de mencionar en su portal a la mayor entidad financiera española. Sí, sí, española, por cuota de mercado e implantación. Por supuesto, el medio jamás ha dado una noticia o información exclusiva de relevancia mínima ni sobre La Caixa ni sobre nada que la memoria me alcance. ¿Para qué?
Los periodistas utilizamos el refrán “perro no come perro” como una manera de señalar que los trapos sucios del gremio los desengrasamos en casa. Sí, es cierto, como algunas familias sicilianas… Pero ese respeto más o menos subyacente también admite límites: concluye donde comienzan las malas prácticas, el insulto gratuito y un ejercicio profesional que poco, o quizá nada, tiene que ver con lo que otros consideramos periodismo. Debemos ser unos románticos, pero en algunos medios aún nos emocionamos con las noticias, con las exclusivas, con saber las cosas antes que nuestra competencia e intentar explicarlas mejor. Gobierne quien gobierne y pese a quien pese en cualquier ámbito de poder. Y ni somos unos líricos por no aceptar subvenciones públicas ni estamos fuera del mundo, se lo aseguro. Es posible incluso que al informar sobre las relaciones entre la política y los negocios no seamos los más tontos del lugar. Pensamos algo similar a lo que decía Horacio Verbistky: “Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda”.
Por eso sería un lamentable episodio que los impulsores de esas feas conductas informativas, espoleados por la política y por esa especie de indulgencia entre mariana y nacional que todo lo invade y justifica, nos obligaran a comer también carne de perro. Dejaríamos de ser útiles a nuestros lectores y encima nos veríamos obligados a darnos un festín. Estuviéramos dentro o fuera de la caverna sería un mal asunto, seguro. Así que, como decía Serrat, dejen de joder con la pelota…