Ni PSOE ni PP

La investidura del nuevo presidente del Gobierno de España se está poniendo cuesta arriba. Después del movimiento táctico de Mariano Rajoy de rechazar el encargo real de intentar formar ese Gobierno, el líder del PSOE tiene ahora en sus manos una patata caliente.

La aritmética parlamentaria no da para mucho, aunque el PSOE esté dispuesto a intentar la cuadratura del círculo con una propuesta de pactos que es más difícil que el peor de los sudokus.

El PSOE quiere aliarse con Ciudadanos y que Podemos le ría la gracia. Pero resulta que Ciudadanos y Podemos son dos partidos, a priori, irreconciliables entre sí, por lo menos visto desde la perspectiva catalana.

Si Catalunya Sí Que es Pot y su marca para España, En Comú Podem, se niegan a colaborar con Junts pel Sí porque en su interior convive CDC, sería una contradicción por su parte aceptar convertirse en la muleta de la derecha que redime al PP. Sería un engaño, ni más ni menos.

En Cataluña el purismo inunda la política. En España todos los partidos, incluso lo más extremistas, se rinden ante la expectativa de tocar el cielo del poder. Tener Estado o no tenerlo tiene esas cosas.

La delegación de poderes, que es lo que son las autonomías, resulta bastante menos atractiva y predispone a los partidos políticos a andarse por las ramas sin ningún tipo de escrúpulo. Es lo que hacía Joan Herrera cuando pedía la subida de impuestos o que la Generalitat regulase en ámbitos en los que no podía hacerlo por falta de capacidad legislativa y ejecutiva.

Hay partidos que cuanto menos partidarios son de la soberanía de Cataluña, más piden que el Parlamento de Cataluña legisle sobre lo que después el Tribunal Constitucional se encarga de derogar a golpe de sentencia. Es el argumento de toda oposición para denunciar hasta qué punto es ineficaz el Ejecutivo de turno.

Es, también, su forma de inhibirse del debate central sobre quién decide qué y con qué poderes se ejecuta la gestión pública. Podemos quisiera que ERC y DiL (sí, sí, la derecha catalana) se pusieran de lado para permitir un gobierno de izquierdas en España. Menuda cara que tienen Errejón e Iglesias.

Sus socios en Cataluña no movieron ni un dedo para resolver la constitución de un gobierno soberanista en Cataluña y ahora ellos reclaman a los soberanistas que les faciliten la entrada al poder sin dar nada a cambio. Ni el referéndum, ya que es inimaginable que Ciudadanos lo admitiese en el programa de gobierno.

A pesar de que los del PP merecen que les echen del poder a patadas, los partidos soberanistas catalanes deberían calibrar muy bien cuales van a ser sus movimientos.

Puede que Valencia y Galicia formen parte de esa periferia que Xavier Domènech dibujó durante la campaña, incluso parece que las respectivas confluencias con Podemos lo acepten, pero Cataluña, aunque En Comú Podem quedase en primer lugar en las elecciones del 20D, no asumirá ese rol en ningún caso.

Los seguidores de Ada Colau, que no son exactamente la misma gente que sigue a Pablo Iglesias, saben perfectamente que el soberanismo catalán no se arregla con cuatro modificaciones constitucionales. El electorado les compró la promesa del referéndum y si ahora la abandonan estarán cavando su propia tumba.

Sabemos lo que es el PP y hasta dónde está dispuesto a llevar el conflicto contra los nacionalistas. El problema es que el PSOE no ofrece ninguna alternativa a esa manera de entender la resolución de un conflicto que, aún siendo moderadamente mayoritario, es lo suficientemente fuerte para tumbar la estabilidad de la política española.

Lo dicho. Que no cunda el pánico ni en ERC ni en DiL ante la presión de los medios unionistas de la izquierda para que den su voto o se abstengan para así favorecer ese Gobierno nacional-progresista que intentaría combatir al soberanismo catalán con la misma rigidez que el PP.

Los intereses del 48% de electores soberanistas catalanes deben defenderse desde la firmeza y el cálculo. El chantaje emocional de los de En Comú Podem, es, simplemente, una trampa.