Narcís Serra, a los pies del ‘apparátchik’
Del Cidob se lleva el recuerdo; del MNAC, la nostalgia de un pacto entre Cambó y la Historia, y de CatalunyaCaixa, una auditoría inculpatoria de Deloitte. Narcís Serra, un ciudadano de silencios elocuentes, se bate en retirada ante el segundo oleaje del apparátchik nacionalista. El gobierno de los mejores, con Ferran Mascarell en Cultura, se aproxima a su deslegitimación, como le ocurrió al Eliseo parisino de Sarcozy y de sus amigos de la otra orilla, Alain Minc y Bernard Kouchner.
Cuando Artur Mas aprieta el paso, la maraña institucional de la cultura subvencionada está ya al pie de los caballos. Josep Ramoneda, el nouveau filosof catalán, es relevado por Marcel Sintes en la dirección del Centro de Cultura Contemporánea (CCCB). Cae el pensamiento y sube el marketing; pero hay más casos; algunos, incluso más claros.
El más reciente es el relevo de Serra en la presidencia del Centre de Estudis de Documentació (Cidob), el think tank de la política internacional apadrinado desde el comienzo por Exteriores, cuando el jefe de la Diplomacia era el malogrado Fernando Morán. A Serra le sucede Carles Gasòliba, el ex eurodiputado de Convergència, fundador del Patronat Català Pro-Europa, aquel organismo de brillo subsidiario que tantas veces negó el jacobino Jacques Delors y que ahora se refunda con la entrada de Salvador Alemany y Joaquim Boixareu, arturistas compensatorios frente al dúo fundacional, Josep Ribera–Joaquín Solana.
En todo caso, la fiebre relevadora sentó jurisprudencia el día en que Narcís Serra fue sustituido por Miquel Roca en el Museo Nacional (MNAC). Para muchos, un cambio singular, pero, en realidad, un trueque de cartas marcadas ya desde el origen remoto de ambos personajes. Serra y Roca; economista y abogado protagonizaron y agonizaron en el Plan de la Ribera de los setentas, bajo la égida de Pere Duran Farell, entonces presidente de Corporación Industrial y de La Maquinista.
Aunque nunca llegaron a concretar el proyecto urbanístico, Roca y Serra mantuvieron su amistad; su compromiso democrático resistió la prueba de la Asamblea de Catalunya y el consenso solo se rompió cuando el abogado nacionalista se negó a ofrecer su ayuda a militantes del PSUC. Educado en el Virtelia, el hijo de Roca Cavall (uno de los fundadores de Unió Democràtica junto a Carrasco i Formiguera) hizo constar el límite de su anti-franquismo. Por su parte, Serra, ex alumno de los Escolapios, adoptó el pragmatismo de sus próceres (recibió ayudas y becas de estudio de Francesc Carreras Candi) para dar un paso solidario.
Serra fue alcalde de Barcelona y vicepresidente del Gobierno con Felipe. Abrió el melón de la Barcelona Olímpica, en un viaje a Moscú, en 1983, tras un acuerdo con el entonces embajador Juan Antonio Samaranch; fue un pacto de intenciones, sellado entre ambos y simbolizado en una Matrioska (una muñeca rusa), que el presidente del COI le regaló a Concha Villalba, la esposa de Serra. Durante su etapa en el poder, supo echar el freno al desenfreno de los banqueros (Mario Conde, conocido como Marito en la Corte de los Milagros de Juan Carlos I, pero expulsado de la Zarzuela por el general Sabino Fernández) y combatir la opulencia convexa de Javier de la Rosa, relacionado con la corona a través de Prado y Colón de Carvajal, un episodio del que pronto tendremos noticias. Será en la biografía del financiero, que está escribiendo Mercedes De la Rosa, periodista, hija del testaferro de KIO y de Mercedes Misol.
Serra supo limpiar su jardín (la dimisión de Antonio Asunción) y levantar el oprobio cernido sobre la cabeza del malogrado ex gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, el socio opaco de Manuel de la Concha. También mostró su versión cainita cuando detuvo el desenfreno de los hombres fuertes de la Agencia Tributaria (Huguet y Aguiar), jefes del microchip ideológico que, de no mediar la mano el silencioso Serra, hubiese llevado en volandas a Pepe Borrel, hasta la mismísima Moncloa.
Cuando Serra dejó la presidencia de CatalunyaCaixa, en la asamblea de los órganos de gobierno, alguien alzó la voz: apres moi le deluje. Y así fue. Su cargo fue a parar al interino y dimisionario Fernando Casado, pero, para entonces, la entidad era ya un toro demasiado grande, manchado por un informe de Deloitte, sin apenas desperdicio: “no hay garantías de beneficios ni podemos asegurar que se recuperarán los activos diferidos».
La herencia de Serra se ensombrecía cuando llegó el momento de abandonar el Mnac. A diferencia de la entidad de ahorro, Serra se marchó del museo por la puerta grande. Había cerrado un gran trato con Helena Cambó de Guardans, la hija del gran político, que ha donado al Mnnac la colección privada del líder regionalista. Es el último servicio de los Cambó y Serra conoce la naturaleza del gesto, por su relación familiar con el Partido Regionalista y por el entusiasmo de sus mentores, como el citado Carreras o Xavier Ribó, el agente de cambio que fue secretario del político y padre de Rafael, el Sindic de Greuges.
El desenlace se apresura a medida que avanza la marea gris de la segunda ola nacionalista. Serra se ha marchado del Cidob sin hacer ruido, como se marchó del MNAC. La púrpura le pesaba más cuando dejó la vicepresidencia del Gobierno socialista, en 1995, un año antes de la llegada de Aznar al poder. Dimitió al conocerse que el CESID, que estaba bajo su control, había espiado a personalidades públicas.