Nadie confía en Convergència
Esa es la cuestión. Convergència no genera confianza. En nadie. Ni en su electorado más moderado, que no sabe exactamente que ocurrió, y en qué momento, para que la dirección del partido apostara por un camino que se sabía imposible. Y tampoco logra lo más importante en estos momentos para los presidentes Puigdemont y Mas: el movimiento independentista tiene serias dudas de que Convergència esté dispuesta a seguir adelante, y adopte decisiones encaminadas a la desobediencia frente al gobierno español.
La situación es perversa, porque Convergència se encuentra como aquellos alpinistas atrapados en la roca, ni se atreve a subir a la cima, que, además, queda lejana, ni puede comenzar a bajar. El vértigo es enorme, y las dos opciones presentan dificultades extremas.
El Govern de Junts pel Sí necesita aprobar los presupuestos de 2016. El conseller de Economia, y vicepresidente de la Generalitat ha elaborado unas cuentas que se benefician del menor pago de intereses de la deuda. Con eso se liberan partidas en todos los capítulos sociales. Algunos miembros de los partidos de la oposición admiten que son unos presupuestos más creíbles que los del anterior responsable, Andreu Mas-Colell, porque no figuran cantidades sujetas a la negociación posterior con el Gobierno central. No hay «nada pintado», como le gusta decir a Junqueras estos días.
La bronca, por tanto, entre Junts pel Sí y la CUP no obedece para nada a diferencias sobre los presupuestos, a esta o aquella otra partida, a esta subvención o a aquella ayuda en concreto, o a un plan de choque. La CUP no se fía de Convergència, no quiere saber nada de Convergència. Ese es el problema, en una negociación en la que Esquerra se ha situado en una prudente zona media, porque sabe que puede perder si se acerca a uno u otro lado. El problema para Esquerra es que, ahora, forma parte de un gobierno con Convergència.
Y, claro, la desazón ha llegado a Convergència de forma intensa. Si la CUP no quiere acercarse a CDC, lo que no se entiende tampoco es el interés de CDC por contentar a la CUP. Pero no le queda más remedio. En realidad, si seguimos con el símil del alpinista, lo único que puede hacer es mirar hacia arriba y seguir, con la vista en una imposible cima. Patada hacia adelante, y, como en el ruby, seguir corriendo.
La posición de Junqueras es más cómoda. Ha dejado claro que está dispuesto a ocupar ese centro gigantesco que se abre en la política catalana, una vez se ha constatado que la hoja de ruta soberanista no se puede cumplir en un lapso tan breve como el fijado. El conseller de Economia pide que se separe el debate presupuestario de la confianza política, porque «quien acaba pagando el pato es la gente», y se perderán 870 millones que se consignan en las nuevas cuentas en el capítulo de políticas sociales. Junqueras, eso sí, insiste en que no quiere nuevas elecciones, y en que no pactará con otras fuerzas políticas, porque desea mantener el proceso soberanista. Pero quiere ser, antes que nada, un político pragmático.
En esta tesitura, los dirigentes de Convergència deberán tomar nota, y de forma urgente. O reaccionan, preparando un nuevo instrumento político, que se distancie del bloque de izquierdas, en competencia directa con Esquerra, o su supervivencia quedará muy cuestionada.
En estos momentos, vive la peor de las situaciones. Nadie confía en Convergència, porque nadie sabe muy bien qué pretende ser.