Nacionalistas vascos y catalanes, en fuera de juego
Debate. Cuatro candidatos. Bueno, uno no asistió. Rajoy se esfumó y le brindó una oportunidad a Soraya Saénz de Santamaría, que seguirá incitando el debate: ¿qué es mejor en una democracia, personas bien preparadas, que saben y pueden gestionar con brillantez, o políticos de raza con proyectos de futuro que apelan a una cierta épica? El tiempo lo dirá.
El caso es que no había representantes de las minorías vascas y catalanas, como se las conoció desde la transición. Era un tópico. Los diputados de CiU en el Congreso eran el grupo de la «minoría catalana», y lo mismo sucedía con el PNV. Esa correlación de fuerzas, porque eran hegemónicas en el País Vasco y en Cataluña, permitía un equilibrio en el conjunto de España, ya fuera con el PSOE o con el PP en el Gobierno.
No se puede despreciar, porque España evolucionó de forma positiva. Hasta el punto que era el sueño de Alfredo Rubalcaba en el proceso de elaboración del Estatut. Si el PSOE lograba un nuevo acuerdo con CiU y el PNV se podían asegurar, en palabras de Rubalcaba, veinte años más de estabilidad.
Pero las cosas cambian. En gran medida porque en el País Vasco y en Cataluña existía una mayor pluralidad, soterrada en ocasiones, y que en los últimos años ha acabado emergiendo. Ni el PNV, ni menos CiU –de hecho, la federación ya no existe– representaban a sus comunidades.
Lo que ha sucedido ahora, sin embargo, es revolucionario y deberemos esperar para comprobar si es o no coyuntural. Ni los nacionalistas catalanes ni los vascos tendrán oportunidad, tras las elecciones del 20 de diciembre, de completar mayorías de gobierno. No se les necesita. Otra cosa es que no se pueda ignorar lo que una parte importante de Cataluña considera, y otra parte, con más poder aún, defiende en el País Vasco.
Lo que se abre a partir del 20D, –y en el debate de estos días no deja de aparecer–, es la posibilidad de acabar el edificio autonómico para que se transforme, realmente, en un estado federal. Aunque el PP sigue sin verlo claro, y tampoco Ciudadanos muestra una gran pasión, podría ser una de las grandes soluciones.
El PP no es consciente de que el federalismo es, precisamente, el modelo que los nacionalistas no querían. Jordi Pujol teorizó sobre ello, al entender que la fórmula podría socavar la identidad catalana. Porque el federalismo establece un campo de juego claro, con un reparto de competencias estricto. Se trata, en realidad, del cierre de un modelo político, cuando lo que han querido siempre los nacionalistas es mantenerlo abierto de forma permanente para poder influir en él en todo momento.
El equilibrio de poder marcará esa posibilidad tras las elecciones. Pero lo que ha cambiado es que existen cuatro fuerzas políticas de ámbito nacional que se disputan el gobierno, y que defienden un proyecto político en todo el país.
Ello no puede dejar de lado que el próximo Ejecutivo español, sea de coalición o no, deberá atender lo que ocurre en Cataluña, con esos partidos nacionalistas que tienen un apoyo electoral muy respetable. Y también lo que se mueve en el País Vasco.
Pero, de entrada, –como diría Felipe González– ahora los nacionalistas vascos y catalanes están en fuera de juego. Por primera vez.