Nacionalismo serbio y nacionalismo catalán

Ambos nacionalismos comparten la invención de un enemigo y el falseamiento de la realidad

En unas recientes declaraciones, Madeleine Albright –secretaria de Estado bajo el mandato de Bill Clinton– afirma que “lo que vemos en España con Cataluña ya lo vimos en Yugoslavia”.

Una semejanza que percibía en la “creación de microestados étnicamente homogéneos”. Por lo demás, Madeleine Albright llama la atención -en su reciente libro Fascismo. Una advertencia– sobre el renacimiento de movimientos antidemocráticos y la vuelta del autoritarismo personificado en líderes de bajo vuelo que exaltan el nacionalismo y fracturan la sociedad.

El nacionalismo catalán se ha inspirado en territorios como Croacia o Eslovenia

Las palabras de Madeleine Albright plantean –de nuevo- la cuestión de la relación entre el nacionalismo catalán y los nacionalismos balcánicos.

Y no hay nada de extraño en ello si tenemos en cuenta que el nacionalismo catalán –una suerte de Ulises contemporáneo que sigue deambulando por el planeta buscando algún modelo para construir la nación- se ha inspirado, entre otros muchos ejemplos, en territorios como Albania, Croacia, Kosovo, Eslovenia o Montenegro.

¿Y Serbia? Serbia es otra historia. Cosa que no impide que, en alguna ocasión, una parte del nacionalismo catalán haya identificado Serbia con España y Cataluña con Kosovo.

En los nacionalismos siempre se juega el discurso de verdugo y víctima

El verdugo y la víctima. Más allá del victimismo que no cesa, ¿existe alguna relación –maneras de pensar y/o ver la realidad, dicho sea en el sentido más laxo del término- entre el nacionalismo serbio y el catalán? A los textos me remito. Después, la conclusión.  

Dos textos; el Memorándum elaborado por la Academia de Artes y Ciencias de Serbia (1986) y el Discurso de Gazimestan pronunciado por Slobodan Milosevic (28 de junio de 1989).

El Memorándum

En el Memorándum de 1986, elaborado por la Academia de Artes y Ciencias de Serbia,  puede leerse lo que sigue:

“La economía de Serbia ha estado sujeta a términos de intercambio injustos… la subordinación económica de Serbia no puede entenderse completamente sin mencionar su condición políticamente inferior, de la cual fluyen todas las demás relaciones. 

“Sin un referéndum para el pueblo serbio, que es el único que tiene derecho a determinar su destino, nadie puede usurpar el derecho de negociar, tomar decisiones y consentir que se impongan restricciones al progreso económico de esa nación.

Carles Puigdemont durante una charla en la Universidad de Amsterdam (Holanda) el 3 de octubre pasado. El expresidnte de la Generalitat culpa al juez Pablo Llarena del conflicto entre los partidos independentistas catalanes. /EFE

los nacionalismos Van de la mano

El nacionalismo serbio, como el catalán, también habla de raíces históricas y de víctimas y verdugos

“La nación serbia no pudo volver a sus raíces históricas”.  “Los logros culturales de la nación serbia se han enajenado, usurpado o denigrado, ignorado y decaído; el idioma está siendo suprimido.

 “La nación serbia ha tenido que soportar pruebas y tribulaciones que son demasiado severas para no dejar profundas cicatrices en su psique.

 “Además de no proporcionar un estado para la nación serbia, la Constitución de la República Socialista Federativa de Yugoslavia también puso dificultades insuperables en la forma de constituir tal estado.

El Discurso de Gamizestan

El discurso fue pronunciado por Slobodan Milosevic ante un millón de personas en conmemoración del 600 aniversario de la Batalla de Kosovo en la cual el reino medieval serbio fue derrotado por el imperio otomano. Se lee lo siguiente:

“Por una serie de circunstancias sociales, este grandioso 600 aniversario de la Batalla de Kosovo tiene lugar en un año en que Serbia, después de mucho tiempo, después de muchas décadas, ha recuperado su estado y su integridad nacional y espiritual… y tiene un significado histórico y simbólico para su futuro

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el nacionalismo y los enemigos

Los nacionalismos tienen a hablar de enemigos, tanto dentro como fuera de la propia comunidad

“Las concesiones que muchos líderes serbios hicieron a expensas de su pueblo no pueden aceptarse, ni histórica ni éticamente por ninguna nación en el mundo, sobre todo porque los serbios nunca, en toda su historia, han conquistado ni explotado a otros. “Los enemigos externos e internos… han organizado su actividad contra nosotros fomentando conflictos nacionales.

“Las batallas no pueden ganarse sin la resolución, el denuedo y el sacrificio, sin las calidades nobles que estaban presentes en los campos de Kosovo en aquellos días del pasado.

Conclusión

Un cierto aire de familia, no lo negarán. Efectivamente: la dignidad ofendida, el expolio fiscal, la subordinación política, el referéndum de autodeterminación, el victimismo histórico, cultural y lingüístico, la catalanofobia, la España antidemocrática, la bondad intrínseca propia, la reivindicación del Estado propio, la movilización permanente, 1714, la vocación europea, la crítica del autonomismo, el supremacismo o la plenitud nacional y social que nos aguarda en la futura República.   

El nacionalismo serbio y el nacionalismo catalán –excluyo cualquier semejanza bélica o exterminista en la comparación de ambos movimientos- tienen alguna cosa en común.

A saber: la invención de un enemigo, el falseamiento de la realidad, la confusión de papeles y la construcción de un marco conceptual que cuaja en determinados sectores gracias a una versión fuertemente emocional del populismo y la agitación permanente.

Así se enturbia el pasado y el presente con el objeto de conseguir ventajas, réditos y privilegios. Una impostura que absuelve cualquier pecado y concede una inmunidad perpetua.

En este sentido, Madeleine Albright tiene razón.

De la teoría a la práctica –además de la excepción antes citada-, entre el nacionalismo serbio y el nacionalismo catalán hay una diferencia esencial: mientras el nacionalismo serbio logró quebrar la autoridad de la República Federal Socialista de Yugoslavia, el nacionalismo catalán ha sido quebrado por el Reino de España.

A pesar de todo –en Cataluña no se ha creado un microestado étnicamente homogéneo, aunque alguien lo hubiera intentado-, Madeleine Albright también tiene razón cuando habla del renacer de movimientos antidemocráticos y la vuelta del autoritarismo personificado en líderes de bajo vuelo que exaltan el nacionalismo y fracturan la sociedad.

Y ese –por decirlo a la manera de Amos Oz- fundamentalismo, fanatismo y fervor ciego que cuaja en una superioridad moral que impide llegar a acuerdos.

En Cataluña, por ejemplo.     

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