Muriel Casals como síntoma

Algunos entrenadores de fútbol, todos los aficionados recuerdan a Maguregui, consideran que la prioridad es el achique de espacios. Controlar todas las jugadas, contener al contrario, y conseguir que el terreno de juego sea más corto. Se trata de reducir el espacio. En Cataluña, en los últimos años, el movimiento independentista ha tratado, justamente, de achicar el campo, de reducir las diferencias existentes en la sociedad catalana, de hacer ver que no existían, y que la parte acababa siendo el todo.

El léxico ha sido importante para lograr ese objetivo. Es una batalla que el pujolismo quiso ganar desde el primer instante. Y es cierto que lo logró. A la mayoría de políticos catalanes –tienen que pensarlo mucho para darse cuenta de los matices– la defensa del proyecto político concreto se asimila con Cataluña. Son los dirigentes nacionalistas los que, con mayor enfásis, enlazan las dos cuestiones, pero la izquierda catalana, la que, oficialmente, no se ha declarado nunca como nacionalista, también ha caído en ese error.

La muerte de la economista Muriel Casals ha aflorado el síntoma del mal que aqueja a Cataluña desde hace demasiados años. Las reacciones en el campo soberanista evidencian el achique de espacios, al entender que Cataluña, entera, le debe a Casals seguir luchando por la causa independentista. Así lo han reflejado los principales dirigentes. La entidad Òmnium Cultural, que Casals presidió, transformándola en una entidad política a favor del independentismo, cuando se consideraba que defendía la cultura y la lengua catalanas –que apoya el grueso de la sociedad catalana más allá de sus identificaciones partidistas– se pronunció tras su muerte: «Seremos fieles a tu lucha; la libertad de nuestro país».

¿Por qué consideramos que esa frase debe pasar a la categoría de lo lógico, de lo normal? La libertad del país se ejerce cada día, y para una buena parte de la sociedad catalana esa libertad está plenamente garantizada en un proyecto en común con el resto de España. Son proyectos políticos distintos, que conviven, y que deben entenderse, pero ninguno de ellos es la manifestación de la totalidad «del país».

Lo que ocurrió el sábado por la noche, con el fallecimiento de Muriel Casals, una ciudadana con sus virtudes y sus defectos, con sus compromisos políticos, –en gran medida ligados al PSUC, y a la izquierda catalana– debe calificarse de tragedia personal, pero en ningún caso como una tragedia nacional.

Se trató de una muerte producto de un accidente absurdo, que causa rabia, como tantas muertes se producen cada día. Se podría decir que no es una muerte justa, pero, ¿qué es justo en la vida? En cualquier caso, hay que llorar esa muerte, porque causa dolor, pero no se muere ninguna parte del país, ni se puede ahora reaccionar asegurando que el movimiento independentista luchará con mayor valentía para no fallar a Muriel Casals.

La sociedad catalana incluye en su seno diferentes proyectos políticos. Lo que no vale es llorar más la muerte de una persona que de otra, sólo porque en sus últimos años se había decantado por el independentismo. Lo que no vale es ir reduciendo los espacios, poco a poco, con el fin de que en Cataluña sólo se considere importante el proyecto independentista, como si todos los ciudadanos catalanes que no compartan esa salida al problema catalán fueran personas de segunda categoría.