Muera la coherencia y viva el cinismo

La cuestión ya no es ser o no ser uno mismo sino estar o no estar en los primeros puestos, y una vez allí, perdurar a toda costa

A su vuelta del exilio, Fernando VII fue aclamado al grito de “vivan las cadenas”, lo sabe todo el mundo. Pero pocos tienen noticia de la segunda parte de la frase. Después de reclamar las cadenas del absolutismo, la multitud gritaba “muera la nación”, o sea, abajo el pueblo, la gente, los de abajo y los de en medio.

No estamos en las mismas pero nos vamos acercando. Después de un largo y expansivo reinado del liberalismo y el pluralismo, las democracias se repliegan hacia el recorte de libertades y su corolario, el incremento de la desigualdad social.

El movimiento pendular en este sentido, que paradójicamente se inició con la caída del Muro de Berlín. El Muro, la amenaza del otro lado del Muro, mantenía a los demócratas unidos y conjurados para que la versión más amable del capitalismo ganara por goleada y en todos los sentidos al comunismo real.

La falta de alternativa al sistema y de enemigo exterior a Occidente propició un cambio de paradigma: la batalla se trasladó al interior de las democracias, entre los partidarios de avanzar hacia la imposición de los intereses de los más ricos y los de mantener el equilibrio social, el pluralismo y la participación.

Van ganando los de arriba, con la colaboración de las clases medias acomodadas que participan, por el momento, de las migas del pastel. El capital rinde más que el trabajo. Los disensos se ha reducido a la mínima expresión. La ganadora de las elecciones en Dinamarca defiende sin ambigüedades las socialdemocracia xenófoba. Por eso ha ganado. Una vez iniciada, la exclusión de los más débiles no tiene vuelta atrás.

Es en este contexto que buena parte de los votantes españoles, temerosos del retorno de las cadenas aunque no parezcan tales, se han agarrado a los socialistas como mal menor. La marea va en contra, pero con Pedro Sánchez avanzará a ritmo más lento o tal vez se tome un respiro.

El resultado, el contenido, la orientación, son lo de menos

El pesimismo y el determinismo son una losa sobre la sociedad que se traslada a la política, de la cual se aprovechan los profesionales del poder para convertir sus programas en manuales de burla a sus votantes. El marco descrito sirve para entender que el objetivo del sillón allane la coherencia hasta anularla. Cargo para hoy y mañana ya veremos. Es cuestión de precio y mercadeo, no de ideario.

Si hay que sacrificar Navarra a la investidura, pues se sacrifica Navarra y de paso Pamplona. Dos abstenciones para asegurar que haya más votos a favor que en contra en segunda vuelta. Bien, vale. ¿Y la mayoría para gobernar luego?

Habrá que aprobar unos presupuestos, claro, pero eso ya vendrá. Primero formar gobierno, luego buscar socios, pagar, regatear, ceder a extorsiones, conminar y amenazar. El resultado, el contenido, la orientación, son lo de menos.

Enterrada la coherencia, una vez adentrados en el reinado del cinismo, la cuestión ya no es ser o no ser uno mismo sino estar o no estar en los primeros puestos, y una vez allí, perdurar a toda costa para no dejar de estar. Sostenerse día a día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Y así, manteniendo el equilibrio, hasta el cierre de la legislatura.

Otra de las consecuencias de la deriva del péndulo del sistema hacia la desigualdad y la disminución del pluralismo es la ausencia de estadistas y la sustitución del liderazgo por el simulacro de liderazgo.

De este modo la política pasa a ser un oficio de aprovechados y desalmados que se apuntan a los diferentes partidos como si de fichar para equipos deportivos se tratara. Si no hay más transfuguismo es porque conviene disimular y hacer ver que aún se cree un poco en las convicciones proclamadas.

Mejor parar que retroceder

No se trata de moverse, de tomar una dirección, de reformar, de consensuar o de disentir, se trata mantener el equilibrio, si es preciso al precio de la parálisis institucional y si es posible al de la parálisis política. Cuanto menos se mueva la foto, mejor, que bastante movidito anda el personal.

El paréntesis de los grandes cambios que ha sacudido España se está cerrando. De momento ha quedado en nada. ¿Es el retorno al bipartidismo una cuestión de tiempo? Está por ver. Por el momento, el PSOE hace los deberes.

Sánchez está consiguiendo que Podemos se encamina a marchas forzadas hacia la marginalidad de Izquierda Unida. La decepción de sus votantes al constatar la impotencia y las pocas ganas de cambiar algo que no sean cromos de poltrona se va a traducir en abandono.

La derecha, en cambio, se ha hecho un lío. Si algo han dejado claro las urnas es que la división sienta mal. Si algo han dejado claro los pactos para el reparto es que ni el PP recupera su capacidad de ganar ni Ciudadanos consigue erigirse en recambio como partido alfa del centro-derecha. Por si fueran pocos, el abuelito parió Vox.

Para el ciudadano emparejado con la flecha de la historia y su aciaga dirección, la mejor noticia es que todo apunta a quedar más o menos como estaba. Puestos a terminar con una nota de falso optimismo, mejor parar que retroceder. Mejor cadenas flojas que colgar de una soga.