Morir por dibujar

Siempre he pensado que lo que nos hace más libres es reirnos de nosotros mismos. Dibujar nuestra vida con humor. Tengo la suerte, la inmensa suerte, de haber visitado muchos países en el mundo. También tengo la suerte de haber hablado con infinidad de gente en mis viajes. Algunos estupendos, algunos divertidos, algunos aburridos y otros auténticos tarados. Muy pocos, pero a alguno he conocido.

He tenido la suerte de compartir conversaciones y viajes, largos viajes, con musulmanes de los de rezo a diario. Siempre amables. Ellos rezaban y yo me dedicaba a mis cosas. Hablábamos de todo y eran los primeros en condenar cualquier acto delictivo. La fe, su buena fe, era su único fin. Con los años recuerdo uno de mis viajes. Allí, en un país siempre lejano, pero no musulmán, debíamos contratar a un par de personas para un trabajo comercial.

Se puso de condición que fueran musulmanes. Había dos candidatos, uno era un ex traficante y ex convicto en Estados Unidos convertido al islamismo en la cárcel –obviamente expulsado tras su condena–. El otro era un fanático emir local. Es decir, uno de esos tipos de palabras fáciles domado por el integrismo e incapaz de articular una frase sin citar a Dios por el medio.

Con ambos ya en nómina, un buen día, en medio de una feria internacional, se les ocurrió ponerse a rezar en medio del stand, alfombra incluida. Aquello pasó de ser un acto privado a un acto público con fotógrafos incluidos. Hablamos de un país no musulmán.

Yo que creo respetar todas las ideas, aunque no las comparta, sugerí que era un acto a evitar. En mi casa hago lo que quiero en la de otros me adapto a lo que hacen. Así lo acordé, aunque eso significó que alguno me retirara la palabra –sinceramente no recuerdo ni su nombre–. Mi protesta no hubiera sucedido en la feria de Abu Dhabi –donde es algo habitual ver a la gente rezar– ya que creo que cada territorio tiene sus costumbres. Quizás es algo menos global de lo que pienso, pero a veces debemos regirnos por donde estamos.

Y yo entiendo que muchos musulmanes sean incapaces de reirse de su religión. Seamos francos, a los curas de derechas tampoco les hacen gracia algunas bromas. Pero en mi continente, Europa, somos capaces de reirnos de todo y, como decía al principio, así debe ser.

No debemos confundir el respeto a las personas y sus actividades con la libertad de opinar o reir sobre cualquier tema de la forma que sea. Que en ciertos países esté coartada esa libertad no significa que aquí debamos callarnos.

Hechos como el de Paris deben hacernos pensar, además, que no estamos sólo ante lobos solitarios. Quien conoce cómo funciona un cuerpo militar notará que los movimientos de hoy estaban, nunca mejor dicho, militarmente cuadrados. Un chalado, un perturbado, no actúa con semejante diligencia y eficacia. Y eso sí debe preocuparnos.

Que militares bien preparados actúen contra la población civil es un gran salto. Quizás durante muchos años hemos mirado a otro lugar y ahora es tarde. Cuando es terrorismo es terrorismo. Cuando es un chalado es un chalado. Pero cuando es un ejército, no debemos luchar sólo con lápices de colores.