Morir matando: la extraña habilidad amenazadora de los Pujol
El 5 de noviembre de 2010, justo después de tener lugar un multitudinario homenaje al sindicalista fallecido Simón Rosado en l’Aliança del Poble Nou, estaba charlando con la entonces consejera de Trabajo de la Generalitat, Mar Serna, y con un periodista de otro medio. Sin mediar un buenas noches, Oriol Pujol Ferrusola pasó a nuestro lado y me espetó con un tono impropio de un político: “Sempre em fots en lios, tu i jo ja en parlarem… (Siempre me metes en líos, ya hablaremos tú y yo…)”.
Acababa de publicar en este mismo medio que él y su padre, el confeso defraudador ex honorable presidente de la Generalitat, Jordi Pujol i Soley, habían iniciado una estrategia para descabalgar a Juan Rosell de la presidencia de la patronal barcelonesa Foment del Treball. Fue en una reunión en la que habían participado otra pareja de padre e hijo, los Sumarroca, que acabaron apoyando la candidatura alternativa de Joaquim Boixareu a la asociación empresarial barcelonesa.
Los cuatro consideraban que el pedigrí nacionalista de Rosell era insuficiente y que ahora tocaba llevar ese mensaje a la cúpula del empresariado catalán. Ya lo hacían con Femcat, lo intentaron con Pimec y lo lograron a medias: les faltaba la pieza mayor.
El 29 de noviembre de 2012, Javier de la Rosa presentó una denuncia ante la UDEF por lo que consideraba amenazas y riesgos para la integridad de su persona procedentes del mismo entorno. El que fuera empresario modelo en opinión de Pujol había dejado de ser un amigo que le presentaba banqueros helvéticos y, tras su periplo por la justicia y la prisión, pasaba a ser responsable de las filtraciones que los medios de comunicación de Madrid y la policía conocían sobre la fortuna oculta de la familia Pujol y los manejos oscurantistas de la prole.
Es muy revelador un párrafo de la denuncia del empresario que merece la pena ser conocido en su integridad: “Que el tono de la conversación [con Pujol] se fue endureciendo a medida que el denunciante continuaba negando cualquier tipo de relación con lo publicado en El Mundo y, en un momento determinado, el señor Pujol en tono amenazante le espetó que ‘a partir de ese momento se sintiera controlado y vigilado, ya que tanto él y su familia seguían viviendo en Cataluña’”.
No seré yo quien rehabilite la figura del que fuera financiero catalán de referencia, pero lo cierto es que De la Rosa se blindó con esa denuncia de la posibilidad que la Fiscalía o cualquier otra instancia judicial barcelonesa pudiera inculparle de algún asunto relacionado con los Pujol y ser procesado por una justicia, la catalana, que él consideraba subordinada a CiU.
En esa denuncia, admitía sentirse amenazado y se limitaba a dejar constancia ante la justicia de fuera de la capital catalana de sus miedos, por lo que pudiera suceder en un futuro.
La última amenaza de los Pujol –en el tono displicente que les acompaña y que aún sigue atenazando a muchos periodistas catalanes– se refiere a la banca andorrana, a quien sus abogados parecen dispuestos a denunciar por vulneración del secreto bancario. Esta especie de demanda a la catalana (se anuncia y pocas veces se concreta) se ha filtrado, como no podía ser de otra manera, a través de TV3 y persigue atemorizar a las dos entidades bancarias por las que pasó el dinero oculto de la familia.
Una (Andbank), el banco de los Reig y los Cerqueda, porque allí residía durante tres décadas la fortuna (al parecer un problema con un alto directivo abrió la espita de una fuga de información); otra (BPA), porque fue el último destino del dinero en 2010 y no hay mejor defensa que un buen ataque donde más duele: en la profesionalidad de los banqueros.
La desfachatez con la que la familia Pujol ha gobernado Catalunya desde las administraciones y los entornos vinculados (sean empresas, medios de comunicación, instituciones…) parece no tener fin ni tan siquiera en la fase más decrépita de su actividad. No pueden parar ni tan siquiera cuando padre e hijos no son sólo objeto de sospechas de actitudes delictivas, sino que uno ha confesado y otros permanecen imputados con gravísimas acusaciones y algunas que otras pruebas de corruptelas no siempre menores.
Que ahora los Pujol amenacen a la banca andorrana no debe sorprendernos. Ése es, al parecer, un sello marca de la casa. ¿No debe colaborar con la justicia y las administraciones la banca de un país que ha firmado acuerdos de transparencia financiera con la OCDE y que ha decidido libremente dejar de ser un paraíso fiscal?
Si los Pujol no han tenido suficiente con enriquecimientos sorprendentes, con fraudes imperdonables, si han sido capaces de matar Banca Catalana, la conciencia de buena parte de los catalanes, la salud de hierro de su partido, hoy en la UVI, si han matado incluso la euforia del proceso soberanista, ¿cómo no van a intentar matar también a sus banqueros?
Los bancos del país pirenaico son los primeros damnificados del clan, pero seguro que no serán los últimos. Prepárense quienes hayan estado próximos en los últimos tiempos, los Pujol morirán matando. Y, claro, no por la más mínima voluntad de clarificar sus actividades y dignificarse, sino por esa extraña habilidad propia del Far West que les ha convertido en una mala caricatura de sí mismos.