Mordazas en Twitter
La red social necesita un cambio que garantice la libertad de expresión y el respeto a la convivencia
La oferta del presidente de Tesla y Space X para quedarse con toda la compañía de Twitter puede ser un plan serio o, simplemente, un truco publicitario. El caso es que mientras se confirma el trasfondo y desenlace de la operación está provocando ya una sacudida en esta red que congrega a más de trescientos millones de usuarios y que, últimamente, está cosechando un sin fin de críticas por la censura que está aplicando sin ton ni son de la que, curiosamente, salen más perjudicados los críticos con la izquierda.
La ‘red abierta’ está cerrando cuentas de forma arbitraria y su señalamiento abarca desde Donald Trump a cualquiera que se salga de lo políticamente progre. La intromisión de la red en la libertad de expresión ha generado tal malestar que la idea de que se produzca cualquier cambio, por muy incierto que parezca, sea acogida con entusiasmo. De ahí que la idea de que la propiedad acabe en manos del magnate Musk esté siendo aclamada con ovación y vuelta al ruedo.
Quien aspira a ser el nuevo dueño de Twitter se autodefine como un “fundamentalista de la libertad de expresión” pero a pesar de ser la persona más rica del mundo según la revista Forbes, no le será fácil obtener la liquidez necesaria de los casi 40.000 millones de euros que debería desembolsar a toca teja para hacerse con la propiedad de la red social.
Su principal baza no es otra que la eliminación de la publicidad (su principal fuente de ingresos) y establecer perfiles de pago (retraerá a no pocos usuarios, aunque las cantidades sean simbólicas) y sin control moderador (una circunstancia que gustará a muchos pero a otros, no). La moderación ideologizada de los textos de 280 caracteres, como está ocurriendo ahora, dista mucho de ofrecer un servicio de libre expresión, pero la ausencia total de revisión de los mensajes puede dar entrada a cualquier ‘trol’ sin prejuicios ni respeto alguno por el prójimo o ‘bots’ que interfieran automáticamente en el cruce de la comunicación.
Los usuarios de Twitter más perjudicados
¿Qué debería ser Twitter? ¿Una red social o un medio más de comunicación? Lo segundo se antoja inconcebible salvo que hayamos caído a un nivel tan rayano en la decadencia del concepto del periodismo que creamos que es periodista todo aquel que escribe lo que se le ocurre y se lo publican.
Puede ser que la Junta directiva de Twitter rechace la opa hostil que pretende imponer Elon Musk con ese 22% por encima de su precio objetivo para desapuntarla de la Bolsa estadounidense. Pero mientras tanto se beneficia de la operación de marketing y a los usuarios les proporciona la oportunidad de introducir el debate sobre la libertad de expresión que, desde hace mucho tiempo, debía de haber traspasado sus fronteras.
Los propietarios de la compañía son, básicamente, fondos de inversión americanos entre los que destacan Morgan Stanley, Vanguard, o BlackRock. Muchos tiburones empresariales intentaron llevarse parte del pastel de Twitter, pero fracasaban a la hora de calcular el rendimiento a golpe de publicidad. El caso es que predomina el descontento con el actual funcionamiento de Twitter porque, entre los prejuicios ideológicos y los algoritmos alterados, terminan suspendiendo cuentas sin una justificación de peso.
A un usuario le cerraron la cuenta porque recomendó a un amigo con apuros sexuales que, para calmarse, tomara bromuro. Esa broma inocente le costó la suspensión temporal de su firma porque consideraron que había “inducido al suicidio”. Tal cual. Le acaban de suspender la cuenta al padre del joven Ignacio Echeverría (el héroe del monopatín que resultó asesinado por unos yihadistas en Londres cuando trataba de ayudar a otros ciudadanos atacados) por escribir que su hijo guardaba en su portafolios el pasaporte de su madre cuando era soltera.
O la de una abogada y prestigiosa tertuliana, Guadalupe Sánchez, que se enzarzó en una discusión con una usuaria que defiende a Rusia en la invasión de Ucrania cuando ésta le dijo que usaba calcetines con la cara de Zelensky y la abogada le contestó que usaba esos calcetines y, además, prendas interiores con la cara de la pro rusa .Utilizó la palabra “culo” y el gran tribunal de Twitter la acusó de participar en “situaciones de acoso”. A la pro rusa, ni mención. Lo mismo que otras cuentas en las que se ha justificado los asesinatos de ETA y permanecen abiertas.
El debate está servido. Con Musk o sin él, Twitter necesita un cambio que garantice la libertad de expresión y el respeto a la convivencia entre sus usuarios. Está claro que ahora no cumple esos requisitos.