Montoro, un ministro sobrado

El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, es un mal representante de los andaluces. En todos los sentidos, pero sobre todo en la capacidad de desplegar las relaciones públicas allende las fronteras.

Su último pronunciamiento tiene que ver con los medios de comunicación. Dice que la mayoría de los grupos de prensa que le critican tienen problemas fiscales. Hombre, simplificar es gratis, sea en la prensa o en el Gobierno. Pero si además mandas, tienes la manija de las declaraciones complementarias y eres un político con escasa capacidad hacia la opinión adversa, pues quizá ese sea un argumento válido.

Es cierto que hay medios de comunicación que están en estado de coma. Ayer mismo, al hablar de los cambios en el Grupo Godó, lo reflejamos en este espacio de opinión. Pero dicho eso, no todos están en la misma tesitura. Y, además, las simplificaciones de Montoro son peligrosas. Ni todos los que le critican tienen problemas fiscales, ni todos los que los tienen le critican.

Ojalá que el ministro fuera menos demagógico. En esta casa se recibieron comunicaciones oficiales de su gabinete, firmadas por el propio ministro, en las que nos exigía, sin otro control democrático, la rectificación de informaciones. Ni lo hicimos ni lo haremos. Nos remitimos a lo publicado sobre su relación anterior al ministerio, desde su despacho profesional, con la empresa de juego Codere.

 
El ministro del PP tiene demasiados muertos en el armario para seguir aleccionando al personal

Si un tribunal dice que nos equivocamos acataremos la sentencia, pero que un ministro como Montoro nos dé lecciones de rigor democrático es demasiado pretencioso. Que eso acabe dándole unas vueltas a las declaraciones fiscales de nuestra empresa es un riesgo y, si se acaba produciendo, un atropello.

No puede Montoro dar más lecciones. Debería, en puridad, bajar la cabeza, con todos los órganos incluidos, y ser humilde. Tiene demasiados muertos en el armario de la Agencia Tributaria, del fraude fiscal, de los inspectores y subinspectores de Hacienda, del afán recaudatorio con algunas grandes fortunas, etcétera, como para seguir aleccionando al personal.

Esto ya no es lo que hizo Josep Borrell cuando puso a Lola Flores o Pedro Ruiz contra las cuerdas. Aquella actitud ejemplificadora ha pasado a mejor vida. Hoy, con el signo de los tiempos, el que defrauda es más delincuente, menos persona. Pero, también, quien defrauda en política (y eso incluye a los que piensan que lo público y lo privado no tienen barreras) es un verdadero extorsionador de los derechos públicos. Una figura cuya condena debería ser la mayor de las posibles.