Moncloa maneja bien la ley, pero los independentistas tienen el relato

El Gobierno tiene respuestas legales, pero los independentistas se agarran a sus mitos, a su relato, y es difícil combatirlos

La maquinaria judicial de Moncloa está engrasada. Funciona con rima asonante en respuesta instantánea a cada nuevo acto de los líderes golpistas. En ese aspecto, presumen en Moncloa y además da la sensación de que es así, tienen controlados los tiempos y las respuestas.

¿Y el relato?

Todo lo que ocurre en Cataluña está soportado por un relato que se ha impuesto en una gran parte de la sociedad movilizada permanentemente detrás de unos mitos, un enemigo y una ensoñación. Son emociones. No sirve racionalizar porque lo importante no es que el relato se sujeta a hechos ciertos; su triunfo es que los han hecho creíbles. Solo se admite lo que encaja con los objetivos y se deshecha, por muy evidente que sea, lo que supone un obstáculo. No es fácil oponerse a esta marea porque el torrente no tiene muros de contención. Hay miedo. Falta coraje porque probablemente los ciudadanos que no están abducidos por ese relato no se sienten protegidos por otro.

En la sociología y la ciencia política moderna, “relato” es la narración ordenada y novelada de los hechos que se quiere imponer como innegables para conseguir su dominio en la sociedad. Un relato requiere conflicto y antagonismo; valores emocionales; escenificación de liderazgo, mitos, argumentos instalados en la cultura popular y, sobre todo perseverancia en un guion que desecha las más crueles evidencias que no son favorables.

Quien gana el relato gana la partida.

Ahora mismo solo queda el recurso a la aplicación de la legalidad y la ley sin complejos.

La historia está llena de ejemplos de relatos disparatados, increíbles y perversos que se adueñaron de las sociedades.

Adolf Hitler consiguió imponer un relato que causó, probablemente, la mayor catástrofe de la humanidad. Sus elementos eran muy simples. Un pueblo humillado, una raza superior, unos enemigos externos y el derecho a expandirse para conseguir su espacio vital.

En una reciente entrevista radiofónica en la Cadena SER, Pepa Bueno lanzó una súplica a su entrevistado, Oriol Junqueras: “tratemos de mantener una conversación de adultos”. No sirvió para nada. Sencillamente el líder de Esquerra Republicana se aferró al relato. Oriol Junqueras afirmó una y otra vez que Cataluña se rige por la legalidad internacional. Y no se apeó de eso.

El relato construido les exige hacer abstracción de la realidad y solo tener en cuenta lo que pueda soportar la realidad que han construido.

Hay que reconocer la imposibilidad de tener una conversación desde los mínimos parámetros de lealtad intelectual con estos líderes. No responden a nada que les incomode y afirman los mayores disparates sin inmutarse. No se les puede ganar con la palabra.

En el mitin de Tarragona, los entertainers jugaban con el público. “¿Dónde están las papeletas?” La táctica no solo es vulnerar la ley. Se ríen del gobierno, de los representantes legítimos del estado, de los periodistas. Se ríen de todos porque apuestan para que sus seguidores se crean que tienen impunidad.

Negar la evidencia –tendrán que salir de la Unión Europea- es una posición en la que se sienten confortables. Con el referéndum ilegal convocado, Carles Puigdemont escribe al Rey y a Rajoy para negociar una fecha para el referéndum ilegal. Y parece que no nos escandalizamos de ese acto supremo de cinismo.

Cuentan con un apoyo inestimable de una legión de bienpensantes. Intelectuales y periodistas que no hacen un diagnóstico exacto de lo que está pasando porque sencillamente no les conviene. Y pretenden entender en parte las razones de los sediciosos sencillamente porque les han comprado una parte del relato.

Constantemente demuestran complejo en aplicar la receta imprescindible: frente a un intento de subvertir el orden constitucional, la respuesta solo puede ser la aplicación de la ley sin complejos.

El soberanismo cuenta con bienpensantes, intelectuales y periodistas a los que nos les conviene decir qué está pasando

La preocupación de Moncloa por carecer de un relato convincente frente al secesionismo no tiene solución fácil porque un relato no se improvisa. Necesita tiempo. Y aunque no es hora de reproches, jamás ha habido preocupación de tener un relato porque se confiaba exclusivamente en tener la razón que imprime respetar la ley en un Estado democrático.

Desmontar las mentiras instaladas no se improvisa. De nada sirven balanzas fiscales frente al victimismo de que España nos roba. Imposible razonar sobre la falacia del derecho a decidir, sobre el aserto que votar no puede hacer daño. Sobre la pretendida realidad de un derecho internacional que en abstracto –no se molestan en detallar y formular ese derecho- sostiene la legalidad y la legitimidad de vulnerar la Constitución y el Estatuto y la aplicación de una ley para un país independiente que ni siquiera se ha proclamado incluso según las normas que ilegal e ilegítimamente se han dotado.

Es tarde para construir un relato alternativo.

No nos enfrentamos a una banda de desarrapados. Manejan, han manejado, poder y presupuestos. Distribuyen con generosidad a los sumisos y castigan a los que no lo son. Se ha tejido una trama de silencio cómplice que ya no se va a pronunciar.

El problema para el Gobierno es que, al margen del 1-O, construir un relato lleva mucho tiempo

Todos estos asertos nos llevan a una conclusión indiscutible.

De aquí al 1 de octubre solo cabe apoyar la firme acción del gobierno y las instituciones para frenar a los golpistas. Cualquier perjuicio consecuente con esa decisión será mejor que el triunfo de los golpistas.

A favor, el apoyo leal del PSOE y de Ciudadanos al gobierno en sus planes contra la sedición.

Haría falta que los españoles se empezaran a involucrar más en el mayor riesgo para la democracia que hemos vivido desde el 23-F.

Construir un relato desde la realidad, la legalidad y el estado de derecho llevará mucho tiempo.