Quedarse en La Moncloa y volver a Girona
Uno quiere ser presidente de Gobierno como sea. Otro regresar a Cataluña y evitar la prisión. Y en el medio, una compleja negociación ante una España desconcertada
Ya que hoy es la Diada, vamos a ser claros. Lo que se está negociando es que Pedro Sánchez se quede en La Moncloa y Carles Puigdemont pueda volver a su casa de Girona. No hay más. Ni un gran pacto de Estado, ni una nueva idea de la estructura territorial, ni propuestas de largo recorrido.
No es que estén mal las intenciones. Al final la política trabaja lo posible, no lo imposible como repetía el independentismo. El problema es que se presenta como si la cuestión afectara a los ciudadanos. Y todo es nominal. Como un cheque.
Es interesante enfocar el debate en aquello donde nos hemos visto obligados a reflexionar sobre esa ley de amnistía de la que tanto se habla, para no patinar o equivocar el enfoque. Se puede cambiar de opinión. Por supuesto. Pero del Pedro Sánchez del 155 al que acepta una amnistía, dejando a un lado las obligaciones que imponen los resultados del 23 de julio, existe tanta incongruencia que es mejor analizarlo desde un punto de vista personal más que como una estrategia para la gobernabilidad del país.
El independentismo no desaparecerá
Como hemos escrito en alguna ocasión, el independentismo, igual que lo fue el nacionalismo, va a estar siempre ahí como el dinosaurio del cuento. Forma parte de la realidad, del paisaje de la política española, y nada lo va a hacer cambiar. Puede que dentro de medio siglo, como ocurriera a principios del XIX, el sector más nacionalista acabe seducido por la idea de España. Así se vio en la Constitución de 1812, como un paso definitivo a la modernidad. Pero aquello no duró demasiado.
Lo que se está negociando es que Pedro Sánchez se quede en La Moncloa y Carles Puigdemont pueda volver a su casa de Girona
De momento, los sectores más nacionalistas van a seguir siéndolo, y van a querer seguir hablando de lo suyo, qué es lo importante. De hecho, Puigdemont está utilizando la estrategia de Pujol frente a Aznar. En aquel 1996 el Partido Popular necesitaba de los diputados de CiU para gobernar y pactó cuestiones que sólo cuatro años antes al propio Aznar las hubiera considerado intocables. Me refiero a la marcha de la Guardia Civil, la cesión de la gestión del Puerto de Barcelona y un tanto por ciento del IRPF que, aunque ahora suene irrisorio, en aquella época era lo más. El PSOE no cambió nada de aquello y los dirigentes del PP lo aceptaron sin inmutarse.
El verdadero problema
Pero el verdadero problema de España sigue siendo el territorial y siempre es un buen momento para enfrentarse a él. Feijóo sabe cómo hacerlo, pero no es el momento porque evidencia una tremenda debilidad. En general y en su partido. Ya ven la que se ha montado cuando el candidato a la presidencia de los próximos 26 y 27 de septiembre mencionó la palabra “encaje”. Terminología absolutamente independentista. Dicen que lo hizo adrede. A saber. La cuestión es que buscar empatía con Junts y con el propio Puigdemont no toca.
No olvidemos que sus declaraciones sobre España siempre son duras. Y hechas desde la desmemoria. Parece haber olvidado que fue president de la Generalitat desde un partido independentista y gracias a unas elecciones democráticas. El problema fue el golpe directo que le dio a la legalidad.
Por cierto, golpe del que se cumplió la semana pasada seis años. Ese fue el más grave de todo. 6 y 7 de septiembre. Dos días para que los demócratas catalanes no olviden jamás. No debería volver ocurrir. La memoria, siempre la memoria.
Buscar el diálogo
No hay duda de que es preferible que todo vuelva a una senda normalizada. Una senda de diálogo y política. Y la fuga de Puigdemont lo complicó todo. Tanto como lo puede complicar su amnistía. Una vuelta planificada sin arrepentimiento por sus acciones, ni acuerdo sobre la posibilidad de que no se presente más a unas selecciones. De momento no existen señales de retirada ni disculpas después del lío donde metió a este país. Todo lo contrario.
Ya ven. Las prioridades, en realidad, pasan por quedarse o volver a casa. Uno, quedarse en La Moncloa, y el otro, volver a dormir en su anhelada Girona.