Modelo turístico irreversible
Por incómodo, costoso o contraproducente en muchos aspectos que se considere, el modelo turístico tiene ante sí, muy probablemente, un futuro halagüeño
Truncadas las expectativas sobre una temporada que se acercara un poco a la normalidad, vuelve, como una boa constrictor, la serpiente ahogadora, la crisis al sector que más ha contribuido durante el último medio siglo al desarrollo hispano.
Aprovechando que los aciagos y nada deslumbrantes focos de la actualidad económica y sanitaria pasan por ahí, no pocos especialistas señalan como culpable al modelo de masas, sol y playa, al tiempo que proponen como alternativa el turismo de lujo, que deja mayores beneficios sin tantos costes ambientales ni salarios tan paupérrimos.
Cierto es que el turismo de masas y el crecimiento del PIB per cápita están reñidos. En las zonas más turísticas los salarios son más bajos, sin perspectivas de mejora, dados la escasa capacitación profesional requerida y el escaso margen de beneficio por visitante que obtienen los empresarios del sector.
Advirtiendo que la ignorancia puede ser atrevida, puede compararse este modelo turístico al de ciertas commodities, o bienes con escasa diferencia de precios y calidad estandarizada. No sólo el oro, el trigo, el petróleo o los medicamentos genéricos son commodities, también lo es, pongamos por caso, la producción de carne de vacuno. ¿Y el turismo low cost?
Conocí a un empresario mallorquín, dueño de un imperio hotelero, así como de gigantescos edificios de apartamentos junto al mar, dotados de todos los servicios, diversas especialidades de cocina rápida, y por supuesto una variada oferta de entretenimiento. Me contó que los responsables de tales complejos recibían jugosos complementos si conseguían que un porcentaje abrumador de turistas no salieran de allí en toda su semana de estancia.
La gran verja de acceso estaba siempre abierta, pero el objetivo era y es que los clientes no la crucen, como en la película de Buñuel pero sin advertir que la línea invisible no puede atravesarse. “Ni para darse un chapuzón en el mar que está cien metros; como las vacas, toda la leche debe ser muñida en la granja; cada gota derramada fuera es una pérdida”. Por estupor que produzca, así llegan a ser las cosas
La competencia existe pero es relativamente escasa. Unos, como Italia, por falta de interés. La orilla sur del Mediterráneo está devastada por la inseguridad. Como rival digno de mención en las cercanías casi sólo queda en pie la costa de Turquía, desde Antalya hacia al este.
Óptima situación antes del cerrojazo obligado por la pandemia, con las costas españolas y sus operadores beneficiándose a tope de los problemas de los demás. La confianza, no ciega pero sí basada en las experiencias anteriores, predice que en un próximo futuro los beneficios van a volver e incluso a dispararse. Euforia antes, más euforia todavía después de la pandemia.
En cambio el turismo de calidad es lo contrario a una commoditie. Mucha oferta, muy diferenciada, disparidad de precios, etc. Por otra parte, el turismo de congresos y grandes eventos va a ir a la baja, substituido en buena parte por las videoconferencias. Este otro modelo, el urbano de ferias, no parece precisamente llamado a un nuevo esplendor.
Mucho se ha hablado de la maldición del petróleo, cuya explotación beneficia a unos pocos a cambio de mantener a la gran mayoría de la población del país productor en la miseria. El turismo de masas no es tan nocivo, ni mucho menos, a no ser que hablemos de medio ambiente, cambio climático y sostenibilidad.
El turismo debe perder peso… porque lo ganen los otros sectores
Sin embargo, no hay duda de que, para que España, y con ella Cataluña y las Baleares, sean competitivos y con niveles de bienestar comparables a los más avanzados, el peso del sector turístico en el PIB debería de disminuir.
Frente a quienes predicen, probablemente en vano, que las administraciones expriman a los muñidores de masas en cuanto las vacas gordas vuelvan a llenar las costas, o quienes acusan a la patronal de no tener hoja de ruta o no pensar en alternativas, lo más sensato, prudente y tal vez efectivo es que el peso del sector no disminuya por encogimiento sino per crecimiento de otros.
Ya podemos, ya pueden ir rasgándose las vestiduras los economistas y medioambientalistas que preconizan la demolición de los Lloret o los Salou, aún sin decirlo a las claras como los que abogan por el cierre de las nucleares. Tal cosa no sucederá a menos de catástrofe general y hundimiento global.
Antes, mucho antes se acabará el petróleo que el turismo de masas a bajo precio. Al contrario, aumentará incluso a la que el crecimiento de muchos países en vías de desarrollo lo permita. La competencia en el Mediterráneo no tiene, por desgracia para los confines de Europa, visos de aumentar.
¿Entonces? Pues que por incómodo, costoso o contraproducente en muchos aspectos que sea o se considere, el modelo es irreversible y tiene ante sí, muy probablemente, un futuro halagüeño. Además, nada ni nadie se propone impedir que, en caso de proponérselo y ser capaz de ello, un país pueda invertir sus mejores energías en sectores más productivos y competitivos.