Miscelánea unionista

Esta semana, los tentáculos radiales ferroviarios han llegado al último poblado galo que se resistía, Girona. Y como diría Asterix: ¡están locos estos romanos! Continúan compitiendo por ser el primer estado del mundo con kilómetros de Alta Velocidad por superficie y habitante aunque no se sabe de dónde sacarán el dinero para mantener las líneas, todas deficitarias, en el territorio con más paro de Europa. En cambio, la vía de ancho europeo, que permitiría los fenicios peninsulares vender en Europa, continúa reposando en los planos.

Esto, en la misma semana que el escándalo de la corrupción ha estallado en el lado unionista –en el doble sentido de la palabra– y hemos visto unos curiosos comportamientos de la prensa amiga de la causa, donde el tema ha pasado a un discreto segundo plano. Y no estoy hablando sólo del caso Pallerols. La derivada del marrón Nóos ha llegado a mostrar que servía para mantener a la mantenida real. Como decía el brillante profesor y servidor civil del Gobierno de Canadá, Agustín Bordas, en el programa Singulars : «la imagen de España es la del incesto corporativo, el nepotismo y el tráfico de influencias«.

Ajenos, pero en la realidad más cruda, como tradicionales Quijotes, los aparatos del Estado se centran en combatir molinos de viento. Continúa la preparación de la ley para la unidad de mercado con la que pretenden liquidar los restos de autogobierno económico que les podía quedar en las autonomías, una vez han decidido convertir estas en simples pagadoras de nóminas en el campo de los servicios públicos sanitarios y escolares.

Como siempre, bajo la verborrea liberal se esconde una profunda convicción intervencionista y autárquica. En realidad, el Estado, instrumento al servicio de la oligarquía castellana, con las leyes de unidad de mercado, quiere evitar la laminación del mercado cautivo español tanto por parte de los micromercados locales, como por arriba, del mercado europeo y global.

La posición de dominio y casi exclusividad que ciertas empresas de servicios o reguladas han obtenido a nivel de Estado es demasiado buena para echarla a perder. La batalla nacionalista patética contra la patente europea con la excusa de la ausencia del castellano de la norma es autarquía pura; como lo fue el contubernio del ministerio y los rectorados hispánicos para imponer un Plan de Bolonia de cuatro años en lugar de tres, como en toda Europa. Siempre la vía de ancho español para evitar la invasión. Y que termina potenciando la emigración de un país de pandereta.

Semana, esta última, donde también hemos visto por primera vez, el FMI mandando en Portugal la compresión drástica de aparatos sobre dimensionados, según la capacidad productiva del país, como son los militares y la policía. ¿Para cuando la misma recomendación en España? ¿O la de la supresión de todo el sistema diplomático? Aquí se obsesionan por cuatro delegaciones económicas de las autonomías, por cierto muy eficientes en exportación de pymes, mientras mantienen lujosas e inútiles embajadas que todavía viven de viejas glorias imperiales, sin ninguna especialización económica. Nueva Zelanda ya hace tiempo que, consciente de que un estado de mediana dimensión sólo justifica la acción externa en términos de potenciar los intercambios económicos, privatizó las embajadas. Y sus responsables son agentes económicos que van a prima.