Mirar el dedo, para no ver la Luna

Acabamos de pasar una semana en la que solo se ha hablado de corrupción, de presunta corrupción y de delitos periodísticos. No sé si pensar mal, pero la derecha española se ha ahorrado hablar del derrumbe económico de España y el centroderecha catalán se ha evitado tener que precisar a los electores catalanes con qué pasos, calendario y medidas de ahorro tiene previstos para el próximo período de transición. Rajoy y Mas se han ahorrado, pues,  explicar cómo lo piensan hacer en los retos más inmediatos.

La insistencia del frente unionista (los nacionales) en la estrategia de la amenaza, llega al patetismo. Todos los cartuchos de los poderes fácticos ya han sido gastados: militares, jueces, iglesia, monarquía, aristocracia, inteligencia, policía… Los últimos que faltaban eran la CEOE y Tejero. La clase dominante española, como en la Edad Media con los judíos, busca un chivo emisario (chivo expiatorio) para encarnar los males de su estado. Y las amenazas que propagan no son otra cosa que la traición del subconsciente, convencidos de que sin Catalunya, España tendrá el nivel de Grecia. Pero con la Catalunya asfixiada que han creado, también. Ahora mismo, siguiendo el ejemplo más altisonante de Grifols, el talento catalán, investigadores y emprendedores, ha iniciado una brutal diáspora por Europa y el mundo que llevará a Catalunya, si continúa dentro de España a ser una sociedad asistida en una década. ¿Y quién la ayudará? ¿La España acostumbrada al superávit fiscal catalán y los fondos europeos que se terminan? ¿La burbuja financiera y oligopólica de la casta del Bernabeu?

La casualidad ha hecho que acuda, hace 24 horas, a las jornadas del Colegio de Economistas. En dos mesas redondas, nada politizadas, totalmente técnicas, ha quedado patente la inviabilidad de España como estado por su ADN confiscatorio que propicia la picaresca entre la población. Decía el joven empresario de éxito Pau García-Milà, que a España se la ve como un país de tramposos (desgraciadamente esto también contamina a Catalunya). Tres ejemplos: uno de los lugares del mundo con más piratería audiovisual e informática; los lugares de Europa donde menos se castiga la morosidad, y como anécdota, el único lugar donde los McDonalds no dejan el Ketchup libre en las mesas y los bancos atan los bolígrafos. ¿Cómo puede ser de otra manera si el Estado parece a ojos de los ciudadanos como un instrumento al servicio de la aristocracia funcionarial y la oligarquía, y a ojos de los ciudadanos de la Corona de Aragón, como un cleptómano incurable, acostumbrado a confiscar para producir las balanzas fiscales más injustas de Europa?

Con estos componentes no es de extrañar, como ha explicado Josep M. Oroval, que la marca España esté cayendo en picado a nivel internacional. Como decía Lamo de Espinosa, del Real Instituto Elcano, se ha pasado del «milagro» español en la «maldición» española, de ser el ejemplo de lo que había que hacer, a ser el contraejemplo de cómo no se han de hacer las cosas. Y eso, con una histérica reanudación de campañas de imagen por parte de Madrid, que se estrella una tras otra, porque detrás de la marca no hay una identidad clara. Y no es porque nunca la casta dirigente castellana aceptará que el plurilingüismo, la plurinacionalidad, la diferencia de ritmos y actitudes y aptitudes de las nacionalidades, es un valor. Y como no es posible tener marca sin que corresponda a una realidad vivida y palpable, España siempre termina en imágenes folclóricas que emanan del exotismo romántico: sol, toros, fiesta, paella.

La opinión internacional sitúa la calidad del producto, el valor de las marcas y empresas y la tecnología de España entre las más bajas, y en cambio sólo resalta el estilo de vida y el ocio. Yo todavía no entiendo, si no es por un profundo españolismo ideológico y poca eficiencia empresarial, como hay importantes empresarios catalanes que pierden el tiempo en la marca española. Si Catalunya aporta entre la tercera y la cuarta parte del valor añadido en investigación, tecnología y exportación de España, somos los más perjudicados por ir empaquetados en una marca que hace y hará aguas. Visto todo esto, ¿la brunete mediática y el PPSOE creen que los males de España son los judíos en la Edad Media, o los catalanes en el siglo XXI?

Pero al otro lado de la trinchera –la misma en posicionamiento social– Mas se ha ahorrado toda una semana de explicaciones sobre qué piensa hacer mientras no llegue un estado propio, en concreto en 2013 que se presenta mucho más dramático que 2012, especialmente para los catalanes, que ahora pagamos la acumulación de déficit fiscal y endeudamiento para poder dar servicios por debajo de la media española. ¿Podremos pagar a la hacienda catalana nuestro IRPF e IVA a partir de la próxima primavera? ¿Aplicará Mas unilateralmente la legislación educativa catalana, asumiendo las responsabilidades jurídicas el consejero de turno, ante el grave atentado a la cohesión social y cultural que quiere perpetrar el ministro Wert? Como estas, había decenas de preguntas que se ha ahorrado Mas, gracias al show montado por El Mundo.

Pero sobre todo en los pasillos del Fira Palace, más de uno, de dos y de tres de los importantes economistas asistentes –probables votantes de CiU– son escépticos en un punto determinante. Si está claro que el problema de la competitividad de los países comienza en el modelo de administración eficiente, y todo el sur de Europa está llena de estados-diplodocus incapaces de evolucionar, la pregunta es: ¿Mas tiene un programa de refundación del estado que no repita todos los malos vicios y errores estructurales actuales? Si 30 años de autonomía, gestionados mayoritariamente por CiU, no han servido para alejarse del modelo arcaico, depredador y con fisuras que facilitan los abusos privados y clientelares, heredados del franquismo, ¿tiene credibilidad para encabezar la regeneración total, que mucha gente espera para acercarnos a modelos nórdicos?

Más allá de los resultados de hoy y del camino irreversible hacia el divorcio Catalunya-España –más lento, más rápido, más tranquilo o más crispado–, los problemas de fondo del ADN español quedará latente, y en el híbrido catalán. Veremos cuál de las dos sociedades es capaz ser consciente antes y de limpiarlo por su propio bien.