Mirando a Francia

La historia del ascenso del Frente Nacional (FN) empezó a principios de los años ochenta, incentivada por el odio de François Mitterrand –y su alter ego, Jacques Attali– a la derecha republicana de Jacques Chirac. El combate ideológico, nominalmente ideológico, porque luego la distancia entre las políticas impulsadas por los gobiernos dominados por unos u otros no era tal, puso patas arriba la República. Cuanto más corta es la distancia que separa a los partidos más necesidad tienen de magnificar la podredumbre del adversario.

El sistema electoral francés favorece los bloques, especialmente en las segundas vueltas, lo que en 2002 provocó algo que el PS no hubiese querido que pasase. Lionel Jospin, el líder de los socialistas no superó la primera vuelta y el PS optó por dar su apoyo a Jacques Chirac –el eterno enemigo que ya le había derrotado en las presidenciales de 1995– para parar el ascenso de Jean-Marie Le Pen, el jefe de filas del FN. Ganó Chirac y sin embargo a partir de entonces el auge del partido de la extrema derecha gala no paró de crecer. Incluso hoy sigue creciendo.

El FN saca ventaja de los problemas 

Jospin se marchó a su casa, dejando el puesto de primer ministro y el liderazgo socialista, que desde 1997 ya estaba en manos de François Hollande aunque su entonces mujer, Ségolène Royal, le disputaba el puesto sin ningún disimulo. La crisis del PS estaba echada, aunque el ejercicio del poder la encubriese.

En 2007 Nicolas Sarkozy fue elegido presidente tras obtener el 53,06 % de los sufragios frente al 46,94 % de su rival Ségolène Royal, que en las primarias del partido había derrotado a dos pesos pesados del socialismo francés: Laurent Fabius (hoy dedicado a dirigir cumbres climáticas de dudosa eficacia) y el ex ministro de economía Dominique Strauss-Kahn (un ejemplo de egolatría, corrupción y mentiras en la política francesa).

Aunque François Hollande derrotó a Sarkozy en las presidenciales de 2012, convirtiéndose en el segundo presidente socialista de la V República después de François Mitterrand, aquella elección no pudo tapar la crisis socialista. Lo de la derecha fue peor, hasta el punto de verse en la necesidad de refundarse.

Pero ninguno de los dos bloques tradicionales pudo evitar que en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, el FN se consagrase como el primer partido de Francia al obtener un 25% de los votos, superando por más de 4 puntos a la UMP y por 10 al PS. La extrema derecha se estaba haciendo un hueco en Francia al acudir al auxilio de los ciudadanos franceses que recelaban de los partidos tradicionales. Aquella victoria se añadió a la que el FN había conseguido en 2005 al conseguir rechazar, junto a comunistas y a una parte de los socialistas, el proyecto de Constitución europea.

Los que recogen los frutos de las crisis 

Esas son las mismas elecciones que dieron a conocer a Pablo Iglesias y a Podemos, partido que obtuvo 5 eurodiputados y 1.253.837 votos, y encumbraron a Ciudadanos, que obtuvo también representación en Europa con 497.146 votos, muchos menos de los que logró en las pasadas elecciones de Cataluña, y lejos del 1.022.232 de UPyD. Hoy el partido magenta está en total decadencia y algunos de sus antiguos votantes se reparten entre los dos partidos emergentes, el morado y el naranja, si bien lo que aún no se sabe es en que proporción. Esos dos partidos recogen en España, con la excepción de Cataluña y el País Vasco, los votos que en Francia conquista el FN. El rechazo a Europa se mide paradójicamente por las victorias de los partidos antieuropeos.

Que nadie se excite. No estoy diciendo que Podemos o C’s sean partidos de extrema derecha, aunque también les vaya el patrioterismo, sino que, como el FN, sacan provecho de la crisis generalizada de los partidos tradicionales porque están por estrenar y aún no han entrado en el ciclo de las decepciones políticas. Además, se difuminan ideológicamente para poder convertirse en los partidos de la protesta. Mitterrand prometió acabar con el paro y provocó lo contrario. Hollande quiso afearle a Sarkozy su actitud guerrera y a la postre ha metido a Francia en todo tipo de embrollos, incluyendo una pésima gestión de los refugiados y de las necesarias medidas de seguridad.

El reflejo en España y el mundo

En los países donde la izquierda está en el poder y no cumple con las expectativas anunciadas y la derecha es presentada como el summum de la corrupción, la extrema derecha tiene el campo libre para triunfar. En los Estados donde manda la derecha y la izquierda aún está sumida en la estética del frame y sandeces por el estilo, los extremismos, en versión izquierdista o patriotera, suben como la espuma.

Pasó en Grecia, donde Syriza y Griegos Independientes, que podríamos asimilar a Podemos y Ciudadanos, respectivamente, comparten el poder sin ningún tipo de rubor. La crisis de los viejos paradigmas provoca inesperados compañeros de cama.

Lo que pasa en Francia y en España también vale para entender lo que está pasando en Cataluña. La crisis catalana es tan nacional como lo son las que afectan a Francia, España o Grecia. La diferencia es que Cataluña todavía no es un Estado y se analiza lo que pasa con criterios del siglo pasado o del anterior. Las dudas de la CUP a formar gobierno son resultado de eso. Pablo Iglesias, que no necesita conseguir ningún Estado, se plantea conquistarlo. Marine Le Pen busca lo mismo desde que en 2011 sustituyó (y después mató) a su padre al frente de la extrema derecha francesa.