Psicoanálisis del nacionalismo catalán

El independentismo aprovecha la coyuntura que propicia la pandemia de la Covid-19 para desafiar y desacreditar al Estado español. A España.

Si quieren que les diga la verdad, no me sorprende el empecinamiento con que el independentismo catalán aprovecha la coyuntura que propicia la pandemia de la Covid-19 para desafiar y desacreditar al Estado español. A España.  

No podemos esperar nada de Madrid

Con prisa y sin pausa, Torra y sus adláteres no parecen tener otra ocupación distinta a la de desprestigiar y deslegitimar –dentro y fuera de España- cualquier política sanitaria del Estado. De las mascarillas a la intervención de la UME pasando por el confinamiento y los test. Una manera de banalizar, ideologizar y politizar la pandemia. “No podemos esperar nada de Madrid” o “más que nunca” es necesaria la independencia “por Cataluña y por la vida”, concluye Torra.    

Se dirá que el comportamiento de Torra –que a veces actúa a la carta según sea la coyuntura- obedece a la estrategia de quien se ve obligado a marcar perfil independentista frente al Estado para cohesionar a la fiel infantería secesionista entorno a su figura y JxCat. Estrategia –y táctica- que, por lo demás, señala a ERC –su competidora por la hegemonía en Cataluña- como la fuerza moderada que colabora con el Estado represor de las libertades de Cataluña.    

Tan es así, que Junqueras se ha visto obligado a publicar un artículo en donde asegura que el “Estado –español- no nos sirve” y “no es útil para los ciudadanos de Cataluña”. Otra ocurrencia de Junqueras: “sabemos gobernar mejor que el Estado”. Y Rufián que hace saber a Sánchez que no hay pactos sino se reactiva la mesa de diálogo entre el Gobierno y la Generalitat, porque el conflicto catalán “sigue vigente y la represión no se detiene”. 

El desafío impulsado por Torra, aprovechando la Covid-19, ¿una estrategia política y electoral? Cierto. No lo duden. Pero, en todo ello hay algo más. Les invitó a releer al psicoanalista Erich Fromm. 

El nacionalismo embelesa, aliena y domina

Aunque caído prácticamente en el olvido –sumen el desprestigio que supone que la autoayuda se inspire en algunos de sus trabajos gaseosos como  El miedo a la libertad, Del tener al ser, El arte de amar o El arte de escuchar-, Erich Fromm, disidente freudiano y teorizador del socialismo humanitario, tiene un ensayo interesante. Me refiero a The Sane Society (1955), traducido al castellano con el título Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Hacia una sociedad sana (1956).  

Erich Fromm psicoanaliza a un capitalismo caracterizado por el consumismo, el conformismo y la alienación. En síntesis: una sociedad en que el ser humano inventa ídolos que se erigen en objeto de adoración. Ídolos que  -a la manera de Ludwig Feuerbach- acaban subyugando y dominando al hombre que los ha creado. De ahí la patología social. Pongamos -del capitalismo al nacionalismo- que hablo de Cataluña.

Si es cierto que en The Sane Society los dardos se dirigen al capitalismo, también lo es que Erich Fromm lanza sus críticas a un nacionalismo tildado de “nuestra forma de incesto”, “nuestra idolatría” y “nuestra locura”. Más: el “patriotismo es su culto… esa actitud que coloca a la propia nación por encima de la humanidad y los principios de verdad y justicia”. ¿Acaso no estamos ante una ajustada caracterización del nacionalismo catalán?   

Erich Fromm –al que a veces le pierde la estética- concluye afirmando que “así como el amor por un individuo que excluye el amor por los demás no es amor, el amor por el país de uno, que no es parte del amor por la humanidad, no es amor, sino adoración idólatra”. ¿Les suena?   

Parafraseando a Erich Fromm, el nacionalismo catalán –como si del capitalismo o la religión se tratara- habría embelesado y dominado a unos ciudadanos gracias a los objetos de adoración: la “nación catalana”, el “derecho a decidir”, la “autodeterminación”, la “República catalana” o la “fidelidad al 1-O”.

El nacionalismo catalán –como si del capitalismo o la religión se tratara- habría embelesado y dominado a unos ciudadanos gracias a los objetos de adoración

Así se construye una sociedad alienada y conformista que comulga con unos ídolos que relacionarían a los individuos con lo trascendente, que brindan identidad y arraigo, que hermanan, que dan  sentido a la existencia, que guían a los creyentes al paraíso. “El peligro del futuro es que los hombres puedan convertirse en robots”, afirma Erich Fromm.

El veredicto psicoanalítico a la manera de Erich Fromm: el nacionalismo  catalán propicia la autoalienación esquizoide. Para entendernos, una conducta mecánica que difumina los límites que existen entre la realidad y la ficción. Y entre la legalidad y la ilegalidad y la democracia y el golpea a la misma, conviene añadir en nuestro caso.  

Para dar un nuevo brío a esta conducta mecánica que no distingue la realidad de la ficción, el nacionalismo catalán aprovecha la coyuntura de la Covid-19 para desprestigiar al Estado con la mirada puesta en una República imaginaria en que todo iría –por definición: por ser quienes somos- mejor. 

Una última cita de Erich Fromm: “Se supone ingenuamente que el hecho de que una mayoría de personas comparta ciertas ideas o sentimientos demuestra su validez. Nada más lejos de la verdad.  El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no hace que sean virtudes, el hecho de que compartan tantos errores no hace que sean verdades, y el hecho de que compartan la misma patología no las convierte en personas equilibradas”.  

La follie à millions escribe el psicoanalista.