Cuatro pollos de cojones en Cataluña
Carles Puigdemont manifestó que España tiene un pollo de cojones. En realidad, son cuatro
El insigne y nunca bien ponderado estadista Carles Puigdemont –sonriente, chistoso y alborozado– advirtió, en una reunión con sus conmilitones en Bruselas, que, como consecuencia de las elecciones autonómicas, “España tiene un pollo de cojones”. No vamos a engañarnos: España, gracias a semejante individuo y al secesionismo, tiene semejante pollo.
Dicho lo cual, conviene añadir que, propiamente hablando, quien también tiene un auténtico pollo de cojones es Cataluña y los catalanes. Todo ello, por obra y desgracia del susodicho Carles Puigdemont y asociados.
Por aquello de la clasificación, hay que decir que los catalanes tenemos, como mínimo, un cuádruple pollo. Vayamos por partes. Es decir, por pollos.
El pollo económico
Los bancos han trasladado las sedes, las empresas siguen fugándose, los inversores no regresan, los ahorradores que tomaron las de Villadiego en octubre allí siguen, el índice de competitividad en Cataluña evoluciona peor que en otras Comunidades Autónomas, Barcelona ya no es la ciudad de ferias y congresos que era ayer, el turismo desciende y la ocupación hotelera disminuye. Y la incertidumbre –el secesionismo genera inseguridad jurídica e inestabilidad política- persiste.
Cataluña está en camino de convertirse en una economía de medio pelo. ¿Volverán los bancos, las empresas, los inversores y los ahorradores? Veamos. ¿Por qué han de volver a Cataluña quienes han encontrado en otras Comunidades Autónomas la seguridad y estabilidad que buscaban? ¿Acaso la Cataluña postproceso genera –hoy por hoy– grandes esperanzas? ¿Volver mañana para irse de nuevo pasado mañana?
Un detalle: en ese espejo que para el nacionalismo catalán es Quebec, las empresas e inversores que huyeron al socaire del referéndum de autodeterminación quebequés, todavía no han vuelto. ¡Y llevan 23 años sin hacerlo! Otro detalle: a quienes marcharon, el negocio –consulten la cuenta de resultados– les va bien. Saquen ustedes las consecuencias pertinentes.
El pollo político
Políticamente hablando, los secesionistas desconfían unos de otros. Nadie se fía de nadie. JPC desconfía de ERC y viceversa. ERC teme que JPC se empeñe en la “restitución” del presidente “legítimo” y exija que Puigdemont asuma la presidencia de la Generalitat de una u otra forma por extravagante o estrafalaria que sea.
Por su parte, JPC teme que ERC haga suya la pintoresca teoría de la “restitución” del gobierno “legítimo” y exija que -con Puigdemont en el “exilio”, o dónde sea, constatada la imposibilidad de elegir como presidente a un holograma- el vicepresidente Oriol Junqueras reivindique su “restitución” como presidente.
Al respecto, vale decir que JPC tiene en la mano el as de la traición. Si ERC no favorece la investidura del holograma, será tildada de “traidora”. Así las cosas, a ERC, si la operación Puigdemont falla por la causa que sea –impugnación judicial o incomparecencia o detención del holograma– no le quedaría, en principio, otra alternativa distinta a la de aceptar la investidura de un/una secundario/secundaria del club de Bruselas. O eso o el bloqueo que podría conducir a nuevas elecciones que no auguran nada bueno.
Y ahí no acaba la cosa, porque entre la dirigencia y militancia secesionistas también se percibe la desconfianza. ¿Carles Puigdemont construirá un nuevo partido a costa del PDeCat? ¿Los jóvenes políticos nacionalistas –del PDeCAT y ERC– abandonarán a los mayores a su suerte ahora que pintan bastos gracias a la acción de la Justicia?
Lo que se percibe en el ambiente: ERC y PDeCat, cuando puedan y se atrevan, aprovecharán la ocasión para desembarazarse de un Puigdemont que es lo más parecido a una pesada mochila cargada de piedras. En este sentido, Soraya Sáenz Santamaría es la mejor aliada del club de hartos de Puigdemont.
Mientras tanto, la CUP desconfía de JPC y ERC y habla de la República ya proclamada (?) que debe “materializarse” institucional y socialmente vía asamblea constituyente, banca pública, soberanía energética e impago de la deuda.
¿El presidente del Parlament? Roger Torrent –que va camino de convertirse en un presidente de parte como su antecesora– imparte lecciones cuando afirma que el Estado –por impugnar la investidura del fugado de Bruselas– comete un “fraude de ley”, que “la democracia no se puede suspender”, que hay que tener “respeto por la democracia parlamentaria”. Y lo dice él, que participó activamente en la sesión parlamentaria que dinamitó el Estatuto y la Constitución de una sola tacada. Eso sí: dice que tiende la mano y promete diálogo.
El pollo político secesionista –agravado por el Puigdemont que provoca con viajes, declaraciones, astucias y argucias mil que no conducen a ningún lugar y perjudican a todos: tal es el egotismo irresponsable del personaje- nos sitúa en una complicada situación de consecuencias imprevisibles.
El pollo social
Sí, la fractura social. ¿Cómo reducirla –claro que hay que respetar la libertad de expresión– cuando uno va al Camp Nou y el secesionismo grita “libertad” e “independencia” en el minuto 17:14 del partido o cuando está en el teatro y le cantan –de sopetón– Els segadors? ¿Cómo reducirla cuando el vecino de arriba cuelga en el edificio en que uno vive un lazo amarillo de considerables dimensiones o una pancarta en donde puede leerse “libertad presos políticos? ¿Cómo reducirla cuando uno lee “que se preparen, que esto no ha hecho más que empezar”. Y, por si fuera poco, la Crida per la Democràcia concluye un comunicado con un “la cabeza bien alta, moral bien alta y a sonreír. Saldremos adelante”. ¿Adelante?
Y ahí están los WhatsApps repletos de lazos y flores amarillas, de tweets de Gabriel Rufián y Bea Talegón, de artículos de Ramón Cotarelo, de mensajes de Lluís Llach, de una carta falsa de Juan Diego, de Puigdemont escondido en un tiesto o disfrazado de lo que sea –pollo, beatle y un largo etcétera– para colarse en el Parlament, de escritos paranoides en los que se percibe la guerra secular que la perversa España mantiene contra la inocente Cataluña, de llamadas para “colaborar con la caja de solidaridad de los presos políticos”. Y “Hola República” y “Todos a las plazas”. Y un pesado que, en inglés, canta, guitarra en mano, no sé qué del 1 de octubre, la República y la estelada. Y muchos iconos que sonríen.
El pollo de la imagen
Y en eso que Puigdemont, consciente de su enciclopédico conocimiento político y sabedor de su incuestionable poder de convicción y seducción, imparte doctrina en la Universidad de Copenhague. Un fiasco. Un revolcón. Un varapalo. Una somanta. Balance: que si populismo, que si etnocentrismo, que si chovinismo, que si anticonstitucionalismo, que si balcanización, que si es el niño mimado que todo lo quiere. De acuerdo: el ridículo lo hace él, pero la mala imagen la arrastramos todos.
Durante la campaña de las recientes autonómicas, Raül Romeva –ex Minister of Foreign Affairs de la Generalitat de Catalunya– tuvo su momento de lucidez. Apunten lo que dijo el ex Minister en Lérida: “No nos hemos de encerrar en nosotros mismos”. Sí señor. Esa es la clave. Pero, ¿quién y cómo le pone el cascabel al secesionismo? Y a los pollos.