El nacionalismo funerario en Cataluña

El nacionalismo ha repetido errores a lo largo de la historia cuando ha medido sus fuerzas con las del Estado

El nacionalismo catalán siempre ha efectuado un pésimo análisis –a su favor– de la correlación de fuerzas realmente existente. Un error característico de los movimientos que se creen en posesión de la verdad y la línea correcta que seguir. Cosa que conduce de fracaso en fracaso.

Hablando de Cataluña, ahí está la Asamblea de Parlamentarios de 1917, el complot de Prats de Molló de Francesc Macià en 1926 o el golpe de Estado de Lluís Companys en 1934. Y, suma y sigue, el procés colapsado del quinquenio negro secesionista que va del 2012 al 2017. Un procés en el que se perciben –la historia se repite- los ecos del pasado. Ni aprenden ni rectifican.

Si la Asamblea de Parlamentarios de 1917, en plena Restauración, aprovechó la coyuntura –crisis económica y descontento social y político- para exigir por la brava unas Cortes Constituyentes que dotaran a España de una nueva organización territorial; el Parlament de Cataluña de 2017, también en una coyuntura de crisis y descontento, ha hecho algo parecido liquidando por la brava el Estatuto y la Constitución con el ánimo de proclamar una república catalana. Ambas tuvieron el mismo escenario: la Ciudadela. En una y otra ocasión, la cosa –la Ley y la Constitución- acabó mal. La Asamblea y el procés fueron disueltas por orden del Gobierno Civil o gracias al artículo 155 de la Constitución. Y hasta la próxima.

La Asamblea de Parlamentarios (1917) aprovechó la coyuntura política. El Parlament hizo algo parecido al liquidar la Constitución

La próxima llegó en 1926 –en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera- con el complot de Prats de Molló de Francesc Macià. El objetivo: movilizar a la población y proclamar la república catalana. ¿Les suena? Claro que sí. Otro fracaso. Francesc Macià fue desterrado a Bélgica y, finalmente, se fugó a Argentina, Chile y Cuba en donde fundó el Partido Separatista Revolucionario de Cataluña, algo parecido al Junts per Catalunya de la época. Y hasta la próxima.

La siguiente en 1934 –II República- con el golpe de Estado de Lluís Companys y la proclamación del Estado Catalán. Ya saben: “Catalanes: La hora es grave y gloriosa. El espíritu del presidente Macià, restaurador de la Generalitat, nos acompaña. Cada uno en su lugar y Cataluña y la república en el corazón de todos. ¡Viva Cataluña! ¡Viva la República! ¡Viva la libertad!”. La cosa –la Ley y la Constitución otra vez- volvió a acabar mal: el Tribunal de Garantías Constitucionales de la República condenó a Lluís Companys y su gobierno a pena de reclusión mayor e inhabilitación absoluta. Quizá les suene dentro de unos meses. Finalmente, fueron amnistiados. Y hasta la próxima.

El catalanismo ha encadenado fracasos en sus aspiraciones políticas

Y en la próxima –la cuarta intentona en cien años- estamos ahora. Nada nuevo bajo el sol de un nacionalismo funerario que –restauración, dictadura, república o democracia recuperada- celebra, venera e imita el pasado y los antepasados sin solución de continuidad. Como si nada hubiera ocurrido. Ni aprenden ni rectifican. De fracaso en fracaso, decía antes. El eterno retorno obsesivo y compulsivo –¿la utopía del resentimiento?– de un pasado disfrazado de futuro que todos padecemos. Un nacionalismo -cuyo eco viene de lejos- que insiste y persiste sin tener en cuenta la correlación de fuerzas, la legalidad democrática y el Estado de derecho.

Hay algo más

Les invito a leer a Francisco Jaume -comerciante y socio del Ateneo Barcelonés, autor de El separatismo en Cataluña: sociología aplicada. Crítica del catalanismo según el análisis de los hechos (1907)-, un autor olvidado que, con antelación y clarividencia, advirtió que el catalanismo tiene “mucho movimiento, mucho grito, mucho ruido, mucho empaque y mucho farol”. Concluye: “histrionismo”. ¿Les suena? No sonrían. La cosa es muy seria.

Y, por si fuera poco, hoy podría darse el caso que se invistiera como Presidente de la Generalitat a un fugado de la justicia que vive en su particular ínsula o a un predicador que, desde la prisión, acata los Evangelios, pero no la Constitución. ¿Quién protagonizará el próximo capítulo –si lo hay- del nacionalismo funerario? ¿Quizá el pícaro de Bruselas? ¿Quizá el mártir de Estremera? ¿Hay alguna alternativa distinta a la unidad de destino en lo particular que nos conduce de fracaso en fracaso?

Licenciado en Filosofía y Letras. Ensayista, articulista, columnista, comentarista y crítico de libros
Miquel Porta Perales
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