El populismo feminista contra la mujer
El feminismo se ha contaminado del discurso anticapitalista hasta llegar a ser excluyente en algunas ocasiones
El populismo sigue ahí. Y contamina al movimiento feminista que en estos días ha tomado –con piquetes “informativos”, bengalas y cortes de carretera, vía pública y ferrocarril- la calle y la palabra. Un feminismo que, a la manera del populismo clásico de las últimas décadas del XIX y primeras del XX, coquetea o sintoniza con el anticapitalismo al tiempo que construye un adversario o enemigo al que cargar las culpas.
No exagero. A los textos me remito. Anoten un par de citas del manifiesto de este 8 de marzo. Primer texto: “Gritamos bien fuerte contra el neoliberalismo salvaje que se impone como pensamiento único a nivel mundial y que destroza nuestro planeta y nuestras vidas”.
Segundo texto: “¡No a las guerras y a la fabricación de material bélico! Las guerras son producto y extensión del patriarcado y del capitalismo para el control de los territorios y de las personas”. Nadie puede negar los aires anticapitalistas primitivos de un feminismo que, además, construye a la carta un denominado heteropatriarcado entendido como clase dominante y opresora. Un trasunto de la guerra de los sexos del fundamentalismo feminista de los 60 y 70 del siglo pasado según el cual el hombre, por definición, explotaría –financieramente, laboralmente, sexualmente, emocionalmente- a la mujer.
El feminismo está contaminado por el movimiento anticapitalista
Puestos a hablar del populismo feminista de nuestros días –por supuesto: mi más severa condena de las agresiones que padecen las mujeres–, me permito destacar su exclusivismo o carácter autorreferencial. En síntesis: un feminismo que está en posesión de la línea correcta que seguir, que tilda de reaccionaria o machista cualquier crítica, que considera toda alternativa distinta a la suya como una forma de arrière-pensée. Un feminismo insititucionalizado y ritualizado que se presenta por encima de bien y del mal.
Y un feminismo que no entiende –hablando de la brecha salarial de género: tema clave de la huelga feminista- que el lema a “igual trabajo, igual salario” debe ser sustituido por a “igual competitividad, igual salario”. Quien quiera prosperar –hombre o mujer- en el mercado debe tener en cuenta lo dicho. Que, por lo demás, lo advirtió Milton Friedman de forma razonada. Anoten: “Este reclamo [la igualdad salarial por ley] es en realidad anti-feminista ya que perjudica a las mujeres, al quitarle competitividad y dejarlas desempleadas, e incluso favorece a los supuestos empleadores sexistas al reducir a cero su costo por discriminar”.
El populismo en el feminismo se erige una voz única que dicta qué camino debe seguir el movimiento
Hay que democratizar el discurso feminista. Hay que reconocer que todos –hombres y mujeres, con independencia de sexos e ideología- tienen derecho a hablar del tema sin descalificaciones previas. Si de lo que se trata es de discutir los problemas que plantea la relación de los unos con las otras, o de las unas con los otros, o de personas con personas con independencia del sexo, para seguir avanzando hacia una vida más digna para todos, no se puede seguir manteniendo artificialmente y acríticamente la hegemonía discursiva de una determinada modalidad de feminismo, quizá la más combativa, pero no la más consistente.
Hay que reconocer los méritos del feminismo. Incluso del que se merece ya la jubilación. Pero también hay que reconocer los méritos de la mujer que individualmente se ha ganado a pulso sus derechos. Y en ello, algo o mucho tienen que ver los políticos y gobiernos que han de seguir en el empeño.
Hay que democratizar el discurso feminista, es decir, que todos –hombres y mujeres por igual– puedan hablar sin descalificaciones previas
Puestos a añadir, hay que respetar la libre decisión de la mujer -¿a cuántas mujeres representa el feminismo?- que prefiere desempeñar uno u otro rol en la sociedad en función de sus deseos, necesidades o manera de pensar. En otros términos, ¿por qué la mujer concreta ha de comulgar con la identidad ideológicamente correcta –así como con sus prácticas- impuesta por el feminismo de uno u otro signo?
Gilles Lipovetsky, en La tercera mujer (1997), habla de la emergencia de la mujer “indeterminada” –los antecedentes: la mujer “depreciada” y la mujer “exaltada”- que ha conseguido que, por primera vez, “el lugar de lo femenino ha dejado de estar preordenado, orquestado de cabo a rabo por el orden social y natural”. Prosigue: “El mundo cerrado de antaño ha sido sustituido por un mundo abierto o aleatorio, estructurado por una lógica de indeterminación social y de libre gobierno individual, análoga en principio a la que configura el universo masculino”.
Concluye: “advenimiento de la mujer sujeto no significa aniquilación de los mecanismos de diferenciación social de los sexos. A medida que se amplían las exigencias de libertad y de igualdad, la división social de los sexos se ve recompuesta, reactualizada bajo nuevos rasgos”, porque “mientras que numerosos lugares y atribuciones de lo femenino periclitan, todo un conjunto de funciones tradicionales perduran, y ello no tanto por inercia histórica como por su posibilidad de concordar con los nuevos referentes de la autonomía individual”.