El nacionalismo lingüístico en Cataluña
La propuesta de permitir el castellano como lengua vehicular en Cataluña ha provocado que el nacionalismo llame a filas a su infantería
El nacionalismo catalán haría las delicias del conductismo o behaviorismo clásico –por ejemplo, Iván Pávlov, J. B. Watson o B. F. Skinner– que señala el automatismo existente entre el estímulo y la respuesta. En definitiva, el reflejo condicionado.
En este sentido, hay que decir que el nacionalismo catalán ha conseguido –un auténtico ejemplo de robotización conductual– que la fiel infantería secesionista, así como una parte del catalanismo soi dissant moderado, con la inapreciable colaboración de las terminales mediáticas correspondientes, responda, consciente o inconscientemente, a toque de corneta, a los estímulos recibidos.
Así, unos y otros se manifiestan y movilizan al son e intereses del nacionalismo. O reaccionan como deben –insisto: estímulo y respuesta– al anuncio de una hipotética intervención del Estado con la idea de que la lengua castellana sea, también –remarco: también-, vehicular en la escuela.
El integrismo monolingüe
Al respecto de la lengua en la escuela –dejando a un lado la intencionalidad política del asunto: forzar la salida de Carles Puigdemont, globo sonda o marcar perfil ante Ciudadanos-, hay que decir que la reacción ha sido lo más parecido a un tsunami integrista.
Una breve antología de lo leído y escuchado: “amenaza para la lengua catalana”, “segregación por razón de lengua”, “divide a los catalanes”, “amenaza la convivencia y la cohesión social”, “dinamita los consensos sociales y pedagógicos”, “se traspasa una línea roja que conduce a la ulsterización de Cataluña”, “malditos quienes me robaron la lengua”, “pasa el rodillo con desvergüenza”. Y, como no podía ser de otra manera, la culpa es del 155 y, por supuesto, los sindicatos corporativos del ramo amenazan con una huelga. Uno no sabe si reír o llorar. Sigue el engaño y sigue la comedia.
Los tribunales resolvieron que el castellano también debe ser lengua vehicular en la escuela
Sigue el engaño, porque nadie habla de la desaparición de la lengua catalana como vehicular en la escuela, sino de cumplir las reiteradas resoluciones de los Altos Tribunales (Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo, Tribunal Superior de Justicia de Cataluña) que -desde 1994, cuando se introdujo el concepto de “lenguas concurrentes”- indican que no hay lengua “preferente” y la lengua castellana ha de ser “también” -en la “proporción adecuada” que establezca la Generalitat- vehicular en la escuela.
Solo eso. Y con un exiguo 25 por ciento de lengua castellana vehicular –eso pide el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña- basta. Pues, ni eso.
Por lo demás, ¿acaso –en una sociedad democrática– no se deben respetar las resoluciones judiciales y el derecho de los padres a escoger la lengua vehicular de los hijos en la escuela? Para el nacionalismo catalán, acostumbrado a la deslealtad y la desobediencia, no.
Para el nacionalismo catalán el castellano es una lengua impropia, ajena y extranjera
Pregunta: en la Cataluña real bilingüe, el catalán como única lengua vehicular en la escuela, ¿segrega, divide, amenaza la convivencia, dinamita la cohesión, o pasa el rodillo con desvergüenza? No. De ninguna manera. Porque, para el nacionalismo, el catalán –poca broma- es la lengua propia de Cataluña. ¿El castellano? La lengua impropia, ajena, extraña, extranjera. Sin duda, otra prueba de la capacidad inclusiva del nacionalismo catalán.
Otra pregunta: ¿quién puede creer que el 25 por ciento de castellano vehicular en la escuela rompería la convivencia y la cohesión de Cataluña? Nadie. Ni siquiera los profesionales nacionalistas del engaño. Y, puestos a decir, la existencia de diversas líneas escolares con lenguas vehiculares diferentes, ¿rompería la convivencia y la cohesión? Tampoco. Y ahí están, para probarlo, los ejemplos de Suiza, Escocia, Gales, Quebec o Estados Unidos.
Todavía un ejemplo muy cercano: en una parte de la escuela catalana concertada y, sobre todo, privada, existen líneas de lengua vehicular catalana, o castellana, o inglesa, o francesa, o alemana, o italiana y otras. Y no pasa nada.
Y cuando hablan de la inmersión en lengua catalana como “modelo de éxito”, ¿acaso la inmersión en dos o tres lenguas sería un modelo de fracaso? ¿El consenso sobre la inmersión lingüística en lengua catalana? No engañen: el consenso existe, pero entre los nacionalistas. ¿La otra mitad de la ciudadanía? No cuenta.
Se usa la lengua como elemento definidor de una identidad e instrumento de división
Sigue la comedia, porque el nacionalismo catalán escenifica otra –otra más: ya saben- performance patriótica de acuerdo con los cánones establecidos del victimismo clásico. ¿Quién ejecuta la pieza? La Orquesta Sinfónica, Nacional y Soberanista de Cataluña. Cuerda, metal y percusión al servicio de la Cataluña nacional.
Y, ¿por qué el tsunami integrista? Porque, para el nacionalismo catalán -con algún compañero de viaje sobrevenido-, la lengua es el elemento definidor de un identidad nacional propia que no debe contaminarse, porque en Cataluña la inmersión lingüística no es un modelo pedagógico sino identitario que busca la sustitución o minoración de una lengua por otra, porque la lengua ha devenido un instrumento de autoafirmación y poder, porque la lengua permite señalizar y estigmatizar al Otro que amenaza, segrega, dinamita, divide, ulsteriza y pasa el rodillo.
Cosa sorprendente en una Cataluña en la que más de la mitad de los ciudadanos tiene el castellano –por cierto, lengua cooficial- como lengua materna, propia o habitual. Y en la que esos mismos ciudadanos y muchos más tienen el catalán y el castellano como lenguas comunes.
Así las cosas, ¿quién amenaza y quién pretende segregar, dividir y pasar el rodillo?
Dejen a la lengua y a los hablantes en paz
El nacionalismo catalán, ¿cuándo aprenderá que quienes hablan son las personas y no los territorios? ¿Cuándo asumirá que los derechos son de las personas y no de las lenguas? ¿Cuándo entenderá que son los ciudadanos quienes escogen la lengua y no al revés? ¿Quién sumergirá en la realidad a quienes pretenden la inmersión de los demás en sus obsesiones, deseos o ficciones? En definitiva, ¿quién normalizará al normalizador?
Señores y señoras nacionalistas, dejen a la lengua y a los hablantes en paz. No impongan, ni restrinjan, ni marginen, ni excluyan, ni penalicen ningún uso lingüístico. Y archiven el anticastellanismo latente que pretende reeducar -lingüísticamente hablando- a los ciudadanos catalanes de expresión castellana. Y no se amparen en la pluralidad lingüística para imponer el monolingüismo. Y que cada cual elija entre una y otra lengua.
¿O es que el “derecho a decidir” que invoca el nacionalismo catalán solo vale para decidir lo que el nacionalismo catalán quiere que se decida? Señores y señoras nacionalistas, no hagan trampas. Y si quieren que les diga la verdad, dos mejor que una. Y tres, mejor todavía.
John Stuart Mill: “Sobre él mismo, su cuerpo y su mente, el individuo es soberano”. Y sobre la lengua que desea hablar, también.