Diviértase con la Nueva Historia de Cataluña

El nacionalismo es experto en manipular y tergiversar la historia "sin disimulos ni tapujos" con mitificaciones para vender un pasado mítico de Cataluña

El nacionalismo catalán es especialista  en el arte de la manipulación de la Historia. Su obsesión por la identidad propia –en Cataluña todo ha de ser propio: es decir, lo español es impropio aunque sea propio de más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña- le ha llevado a la adulteración, falsificación e invención de la Historia.

En la manipulación histórica, hay categorías. En primer lugar, los historiadores nacionalistas que se conforman con la tergiversación –todo por la Nación- de los hechos. Ya saben, la democracia medieval catalana, los ciento y pico presidentes de la Generalitat, la mutilación de Cataluña durante el XVII, la mitificación de Rafael de Casanova, el desastre del Decreto de Nueva Planta, Lluís Companys no fue golpista y un largo etcétera.

Al lado de dichos historiadores o pseudohistoriadores, obnubilados por la adhesión inquebrantable a la Patria, existen otros que practican –sin disimulos ni tapujos- el género de la ficción histórica cómica que excita la risa o la sonrisa. Por decirlo coloquialmente, un desatino que forma parte del hecho diferencial catalán. Pero, que tiene su sentido y función.

El Instituto de Nueva Historia de Cataluña

Hablo del denominado Institut de Nova Història. Objetivo: «Fundación de estudios e investigación sobre la tergiversación de la historia que Cataluña y los antiguos reinos de la corona catalano-aragonesa sufrieron –y sufren todavía- por parte de la corona castellana… entrar dentro de las entrañas de la historia oficial, aquella que fue escrita por los vencedores”.  

El método: «Una actitud de mente abierta, rechazando el dogma o la doctrina y expresando una combinación específica de cualidades de rigor como son el método multidisciplinar y el enfoque global».

El resultado del rigor histórico del Institut de Nova Història: Bartolomé de las Casas era Bartomeu Casaus, Juan Sebastián Elcano era Joan Caçinera del Canós, Hernán Cortés era Ferran Cortès y el nombre de América se debe al catalán Aymerich Despuig. Y Miguel de Cervantes era Joan Miquel Servent, Cristóbal Colón era Joan Colom i Bertran, Garcilaso de la Vega era Galcerà de Cardona y Teresa de Jesús era Teresa Enríquez de Cardona que no nació en Ávila, sino en Barcelona. Todos catalanes. ¡Faltaría!

Más todavía: Francisco Pizarro y Diego de Almagro pertenecían a la saga real catalana, Quevedo plagiaba a los autores catalanes, el Quijote era una traducción del Quixot catalán, y las aventuras del Lazarillo de Tormes ocurrieron en el Reino de Valencia y el libro –antes de ser manipulado y reubicado- fue escrito por un valenciano y en lengua valenciana. Pues eso, Países Catalanes.

No se olviden de Leonardo da Vinci que «podría tener un origen catalán y su obra más conocida, la Gioconda, [que podría ser Isabel de Aragón tendría] las montañas de Montserrat dibujadas en su fondo». Tampoco se olviden de Erasmo de Rotterdam que, en realidad, era el segundo hijo catalán de Cristóbal Colón y respondía al nombre de Ferran. Y Marco Polo era un catalán llamado Jaume Alaric.

Presten atención: William Shakespeare era el pseudónimo del Miguel de Cervantes catalán ya señalado. Un desatino –que habría subvencionado la Generalitat- de la cual se ha hecho eco recientemente el The Guardian en un artículo  de Stephen Burgen titulado Catalonia pays €3m to firms linked to theory Shakespeare was Catalan (9/3/2020). Así se invierte el dinero público e internacionaliza y prestigia el “proceso”.

La calentura no cesa. La mentira crece. El terraplanismo aplicado a la Historia. Y si es cierto que algunos historiadores voluntariosos –no las figuras y figurones que facilitan los propósitos del nacionalismo- han desvelado la mascarada (Pseudohistòria contra Catalunya, 2020), también lo es que TV3 ha publicitado algún documental del Institut de Nueva Història  y los políticos nacionalistas –que usan y abusan de la Historia de Cataluña- no han dicho ni pío. Algo de cierto  habrá, piensan algunos.   

Narciso o Napoleón

Tengo mis dudas. No sé si el rigor histórico del Institut de Nova Història obedece al síndrome de Napoleón o de Narciso.

Por un lado, el síndrome de Napoleón que describe el complejo de inferioridad  de quienes, andando bajos altura, necesitan afirmarse por la vía del delirio de grandeza.   

¿Hasta qué punto la Nueva Historia crea su propia ficción?

Por otro lado, el síndrome de Narciso que, como señaló Sigmund Freud en una conferencia en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (1909), es “el apasionamiento hacía la propia persona”. Es decir, el narcisista, bajo el imperio de la libido del yo, se ama a sí mismo.   

Vale decir que el síndrome de Napoleón es propio de la psicología recreativa y la autoayuda y que el síndrome de Narciso lo es del psicoanálisis académico. Vale decir también que el síndrome de Narciso aparece tipificado en el DSM-5 (The diagnostic and statistical manual of mental disorders, 2013), cosa que no ocurre con el síndrome de Napoleón. ¿Narciso o Napoleón?

Sentido y función de un desatino

El grotesco y extravagante –en suma, ridículo- desatino del Institut de Nova Història de Cataluña tiene –decía al inicio- su sentido y función. Los autores de tamaña deformidad histórica ponen al alcance del nacionalismo más ignorante, fanatizado, acalorado y oportunista –el grado omega del nacionalismo exaltado- la imagen de una Cataluña escondida, negada, perseguida y maltratada sin solución de continuidad por el Reino de España.

El vencedor y el vencido. El señor y el esclavo. España y Cataluña. La necedad que cohesiona. El caso es que hay gente que comulga con semejante necedad y gente que la utiliza en beneficio propio –político, social, cultural, ideológico- en su particular cruzada contra España.  

Una cuestión: ¿hasta qué punto la Nueva Historia crea su propia ficción? Parafraseando al idealismo absoluto hegeliano, estaríamos ante un tipo de alienación en que el Espíritu o la Idea –Cataluña- acaban embriagando a quien lo ha construido y a quien lo consume hasta encurdelarse. Y ante cualquier crítica, surge –marca nacionalista- la cantinela victimista: nos difaman y persiguen. 

La Historia desfigurada es el cemento que afirma la estructura del edificio nacional catalán. Cierto, hay manipulaciones y manipulaciones. Pero, todas –incluso la fabulación grosera de la Nueva Historia- tienen su papel y cumplen su función.

En cualquier caso, el superrealismo del Institut de Nova Història puede divertir –pasatiempo de verano- a aquellos lectores accidentales que, atraídos por la curiosidad, acaban descubriendo el subconsciente e instintos de un nacionalismo que supera los límites de la razón.   

A fin de cuentas, como señaló el auténtico Erasmo de Rotterdam en Elogio de la locura -que a veces se traduce con el título Elogio de la estupidez-, la sandez mueve el mundo. En Cataluña, por ejemplo.  

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