Millennials, cuando Internet es un derecho

La transformación social se acelera. Pero las distintas generaciones lo viven de forma desigual. Existe una comprensible prevención ante esos cambios, que no esconde tampoco una lucha por las posiciones conseguidas. Le está pasando a Tesla, con la mayoría de grandes marcas automovilísticas en contra. Elon Musk, el impulsor de Tesla, es un hombre complejo, pero que ha hecho de la innovación el motor de su vida. Lo explica con detalle Ashlee Vance, en el libro Elon Musk, el empresario que anticipa el futuro (Península).

Pero las barreras que se puedan construir no serán suficientes. La realidad es que emerge una nueva generación de personas que consideran que Internet, por ejemplo, «es un derecho», y que no entienden la vida sin una conexión permanente. Eso implica que todos los sectores de la economía se verán afectados, y nuestras propias relaciones sociales.

Se trata de los Millennials, los jóvenes nacidos entre 1982 y 1998. Tienen, por tanto, entre 18 y 34 años. Su peso en la población mundial es notable. Representan el 26%, alrededor de 1.800 millones de personas. De ese total, 80 millones están en Estados Unidos, y unos 50 millones en Europa. En Latinoamérica el porcentaje alcanza el 30%, según los últimos datos de Paypal. El equipo del asesor de comunicación Antoni Gutiérrez Rubí ha elaborado un trabajo en profundidad sobre esos jóvenes latinoaméricanos, con la colaboración de la Fundación Telefónica, con conclusiones muy similares a las que se establece para el resto de chicos y chicas de esa generación en todo el planeta. No hay muchas distinciones, porque, precisamente, es la primera generación global, y tiene características comunes.

Lejos de los factores positivos, que los hay, el trabajo no esconde las carencias de estas cohortes. Son, efectivamente, digitales, y eso tiene consecuencias: «Siempre conectados, no contemplan una vida sin Internet, teléfono móvil y redes sociales. Tienen poca o nula conciencia de la dimensión histórica de la evolución tecnológica, lo que dificulta su capacidad empática con las generaciones mayores. La conexión es su principal preocupación. La portabilidad, la segunda».

Tampoco tienen mucha idea acerca de la evolución social. Bajo la etiqueta de hedonistas –odian, precisamente que les coloquen etiquetas– el trabajo del equipo de Gutiérrez Rubí, que ha tenido la base de campo en Ecuador, considera que «no tienen conciencia histórica de la progresividad en los derechos. Son, en cierta manera, adanistas».

La relación de todos ellos con el mundo del trabajo es peculiar. No se mueven tanto por las retribuciones monetarias como por los servicios que la empresa les puede facilitar. Una de las cuestiones que pueden parecer sorprendentes –se entiende mejor a partir del contexto latinoaméricano– es que los miles de trabajadores jóvenes en IBM en Ecuador pedían poder estar en las instalaciones cuando no trabajaban para aprovechar el ancho de banda, y lavar la ropa. Así, pidieron lavadoras en los centros, que IBM acabó proporcionando. Se trata, en definitiva, de prestar servicios para que la zona de trabajo y la de ocio, o de comunicación social no estén separadas. Todo es uno, un mundo siempre conectado.

No quieren saber nada de «casas políticas», pero sí de «causas políticas». Es decir, no se enrolan en partidos políticos, pero se comprometen con «imágenes», con contenidos que les pueden tocar la fibra, con emociones, con «causas» por las que creen que valen la pena interesarse.

Se podría decir que es lo que viene. Pero no. Es lo que hay. Lo que impera, sin que pueda ser posible una vuelta atrás. Se informan a través de Facebook, a gran distancia de cualquier otra red social, sólo seguida por Instagram, y youtube. En última instancia, siguen también Twitter, pero el gran arma de comunicación de los Millennials es Facebook. Todo lo que no pase por ahí, difícilmente lo verán o lo tendrán en cuenta.

Y tienen una máxima que a los medios de comunicación tradicionales les cuesta entender y se comprende: quieren noticias «de las que se pueda hablar». Es decir, reclaman material para poder mantener relaciones sociales. Al mismo tiempo, una gran mayoría de ellos, hasta el 93%, ha utilizado alguna suscripción en algún medio, aunque sólo un 40% se lo ha pagado por sí mismo.

El optimismo impera en un estudio centrado en Latinoamérica, que ha experimentado un gran crecimiento de la clase media, un 50% entre 2003 y 2009, de 103 millones a 152 millones. Eso se debería comparar con detalle con los Millennials en Europa. Pero, en conjunto, se sienten con poder si tienen un móvil inteligente entre las manos.

Eso nos lleva a una reflexión que plantean ciertos economistas, como Xavier Sala Martín en España. El móvil ofrece servicios que no se recogen en el desarrollo del PIB. Es decir, uno de estos jóvenes tiene más herramientas en su mano que hace sólo diez años. ¿Es más rico? En parte sí, según el esquema de Sala Martín.

Lo que indica esa cuestión es que ya nada se puede comparar con viejos indicadores. Otra cosa es las decisiones que tomen esas nuevas generaciones, y si podrán combinar mejor que las actuales los dos grandes deseos de la humanidad: la libertad y la igualdad.