Miguel Blesa: el banquero de Aznar

El auto del juez Elpidio José Silva no tipifica el delito. Sólo presupone que Miguel Blesa aprobó en Caja Madrid la compra de un banco con sede en Miami (el City National Bank de Florida) por el doble de su valor, generando presuntas comisiones, untes de diverso montante y fugas tributarias. El banquero de Aznar llegó a Soto del Real el jueves por la tarde en un BMV blindado de 500.000 euros (el mismo modelo que utilizan Carlos de Inglaterra y el príncipe Alberto de Mónaco) y salió, 24 horas después, montado en el asiento de un utilitario. Depositó 2,5 millones de euros para hacerse a la calle; sólo pasó una noche en la sombra de su amigo Gerardo Díaz Ferrán, un hombre que lo fue todo, hoy convertido en galeote bajo el cielo de Guadarrama.

Blesa abusó del poder conferido por sus amigos del PP. Fue el banquero agradecido; un ex inspector de Hacienda que había estudiado oposiciones con José María Aznar y que, una vez en la poltrona, fue capaz de simultanear la arrogancia de las torres KIO de Castellana (sede de Caja Madrid), con el barroquismo de la Casa Encendida. Esta última, el centro cultural de la entidad, es un edificio neo-mudéjar que mantiene el estilo de café-teatro tan repetido en las salas de exposiciones de la capital. La Encendida fue un refugio para Blesa. Quiso convertirla en su mascarón de proa, símbolo de la arrogante capital del ladrillo y el dinero fácil; pero Blesa tampoco captó el mensaje de la piedra. El inmueble había sido la casa de empeños de miles de ciudadanos en los años difíciles, “el Monte” de la antigua Caja de Ahorros de Madrid, fundada por el padre Piquer hace casi dos siglos.

El viernes por la tarde, al salir de Soto del Real, no volvió la vista atrás para no convertirse en estatua de sal. Esto no ha hecho más que empezar y a Blesa le quedan siete causas pendientes más. Es el mejor situado en el ránking del centenar de banqueros imputados en presuntos delitos por maquinaciones contables y fraude. Su caída ha sido un aviso a navegantes. Su perseguidor, paradójicamente, es el sindicato Manos Limpias, sabueso con pedigrí, liderado por Miguel Bernard, caballero de la Real Orden de la Fundación Francisco Franco, facha de sienes plateadas, amigo de Blas Piñar y cofundador de un partido sin historia, hermanado con el Frente Nacional de Le Pen, un desliz nepotista de la Francia meridional.

Blesa quiso ser un gentilhombre antes de redondear su fortuna. Mala cosa en un país en el que la heterodoxia, en materia de negocios, levanta ampollas. Quienes ahora le pisan los talones están dispuestos a purificar el suelo de la patria. Exigen expiación antes que perdón. Son la Contrarreforma. Actúan como el Ángel Exterminador, son soldados de Dios dispuestos a todo contra masones y librepensadores. Llevan la Constitución en una mano y el Código Penal en la otra. Defienden la Carta Magna que abominaron. Vienen de personarse en los casos Urdangarin y Bárcenas. Han sumido a Mariano Rajoy en la duda y el silencio.  

En 1996, Blesa llegó a la cúpula financiera. Caja Madrid era el cuarto grupo español, después de Santander, BBVA y Caixa. Catorce años más tarde devolvió una entidad desnaturalizada y en ruinas. Sus últimos años en la caja fueron los de la reyerta en la entraña del PP madrileño, entre la Comunidad (Esperanza Aguirre) y el Ayuntamiento (Gallardón). Ahora maldice a sus valedores. Llegó arriba gracias al ascenso de las élites extractivas –Cortina en Repsol, Vilallonga en Telefónica, Pizarro en Endesa, Irala en Iberia o González en el BBVA– pero su final es una bomba de relojería. Rajoy le echó de Caja Madrid para imponer a Rodrigo Rato, quien ahora maldice aquel paso.

La trayectoria de Blesa en la carrera bancaria será recordada. Saltó de la captación del pasivo tradicional a la ingeniería financiera especuladora y comisionista. Las actas levantadas por el Banco de España en Caja Madrid en la segunda mitad de los noventa son ahora la guía del juez Elpidio, según la versión del economista López Casasnovas, consejero del organismo supervisor. Blesa bebió retribuciones galácticas y se acostumbró a gastos suntuosos. Se creyó más de lo que era. En el auto de prisión eludible, el magistrado Elpidio le califica de gestor “aberrante”. Le impone un paseo de 24 horas por la sierra, con noche en la enfermería de Soto del Real, austero relais chateaux para banqueros en apuros.