Miedo en Catalunya

Decía Freud que había dos tipos de miedos, el real y el neurológico. En una simplificación más terrenal la sociedad genera dos tipos de miedo: el miedo físico y el miedo psicológico. El lugar de la política no es ajeno a esta dinámica social del miedo. Todos entendemos que el primer tipo de miedo está relacionado con la violencia física mientras que el segundo miedo es más cercano a una percepción de la realidad. Uno es real y el otro percibido.

Como a algunos les gusta recordar los tiempos pasados, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que el miedo físico acostumbra a estar institucionalizado. Regímenes dictatoriales lo han usado en reiteradas ocasiones para “simplificar” cualquier forma de protesta. Usar el miedo como método de control social nunca será una novedad. Por suerte este tipo de miedo hace décadas está alejado de nuestro día a día, excepto los típicos tarados mentales que aún, por desgracia, lo procesan y rondan por nuestras tierras.

Por otra parte, el miedo psicológico es usado cada vez más en nuestro país. Alguien inteligente lo diría de una forma sutil, pero a estas alturas del cuento lo podemos constatar cada vez más de una forma vasta y ordinaria. La verdulería de Pilar Rahola es un ejemplo.

Se trata del miedo a opinar diferente, a hablar, a perder a tus clientes, a quedarte sin trabajo o el miedo a quedar relegado en tu escalafón. En definitiva, el miedo social se ha instalado en una parte de Catalunya con el debate independentista.

Hasta hace algunos días, bien pocos éramos capaces no ya de discutir, sino simplemente de hablar libremente sobre cualquier tema vinculado al independentismo. Frases como “no te metas en eso” se han vuelto demasiado habituales en nuestro entorno.

Tristemente me caían las lágrimas el otro día cuando leía que Francesc Homs, otro del gremio de las verdulerías, imploraba en reuniones “supuestamente privadas con empresarios supuestamente decentes” que alguien les tirara un flotador. Ellos, decía, estaban a merced de los radicales de ERC y se les había ido el tema de las manos.

Perfecto ignorante quien es incapaz de saber el destino de sus acciones y encima quiere llevar el rumbo. Hasta Homs, dicen, –y cuando digo dicen es que es cierto– tiene miedo de la deriva del tema. Los que generan miedo con sus palabras y cicatería tienen ahora miedo.

El problema del miedo es que no es fácil de gestionar. Ahora empiezan a salir con el pecho al aire tipos como Juan Rosell –ese presidente de la CEOE más conocido por sus cargos empresariales desde que es presidente que por sus anteriores labores–, diciendo lo que quizás debía haber dicho hace meses. No hay nada más cobarde que hablar cuando no toca. Pero no será el único, ya verán. La lástima es que ya llegan tarde. Esos discursos del miedo de Francesc Homs o Juan Rosell, o cualquier otro buscando su gloria vespertina debería haberse producido hace no ya meses, sino años.

La fractura social es tal que no hay vuelta atrás. Si tiramos para adelante, la mitad cabreados, y si tiramos para atrás, la otra mitad cabreados también. Todo gracias a la pandilla de políticos patanes y a esa supuesta sociedad civil anclada en la Diagonal –pa’ arriba– que no llegan más que a emborracharse de verdulerías como nuestra amiga Rahola. Porque al final esto es como los mercados, quien más grita, se lleva más triunfos. La lástima es que aquí no hablamos de frutas o verduras, sino de personas.

Y aunque algunos lo ignoren, el miedo no es una aplicación biyectiva que funciona a dos bandas, sino es simplemente inyectiva porque va de menos a más y no tiene retroceso. No pido que esa pandilla de ignorantes en su rumbo a Ítaca leyeran a Freud, sino simplemente que usarán la cabeza para pensar que el mundo no gira sólo en su “estúpida y egocéntrica sociedad civil”. Eso es la diferencia entre hacer política y vivir de la política.

Personajes como Francesc Homs o Juan Rosell se han equivocado en las formas y en los tiempos
y deberían largarse a cualquier cueva oscura, donde intentaran ser mantenidos por los murciélagos, seres seguramente más inteligentes que todos nosotros en estos temas.

A Artur Mas, simplemente, ya le juzgará la historia. Quizás como aquí somos unos tipos curiosos, aún le haremos como a Rafael Casanovas, el héroe traidor. Este luego de «joder” a su pueblo, aún consiguió clemencia y puesto de trabajo en otro lado, Sant Boi, y a vivir la vida como si nada hubiera pasado. Esa sociedad civil fantasiosa a la que nunca le ha importado la vida de la gente. Piensen pues, ¿creen que les importa que alguien tenga miedo?