Miedo al cambio

Los agentes económicos son poco proclives al cambio. En las relaciones mercantiles, sean empresariales, financieras o de cualquier otro signo, la estabilidad es un valor. En el mundo de la economía, la única propensión al cambio que se reconoce es la llamada innovación. Dicho de otra manera, sólo hay voluntad de mejorar los procesos habituales.

Por eso cualquier proceso que entrañe modificación de contextos, estructuras o hábitos es mal recibido en el mundo económico. Los cambios políticos, que encierran un poco de todo lo anterior, son lo peor visto. Ha sucedido a lo largo de la historia y sigue pasando hoy.

El caso más reciente y evidente es una encuesta publicada este fin de semana sobre la eventual independencia de Escocia. El resultado no es concluyente, porque asegura que un 51% de los potenciales electores estarían a favor de que se produjese. Tratándose de una ventaja tan mínima, cualquier experto en encuestas sabe que el resultado final puede ser el del sondeo o el contrario, porque la tendencia no está clara.

 
El sondeo sobre la independencia de Escocia ha intranquilizado a los mercados de divisas y a las bolsas

Sin embargo, los mercados de divisas y de renta variable tuvieron suficiente ayer. No les gustó que la estabilidad del Reino Unido pudiera quebrarse y golpearon un poco la cotización de la divisa (la libra esterlina) y, después, hicieron lo propio con la bolsa londinense. Escocia ha sido presentado en España como un caso de debate político civilizado y con gran valor democrático. En cambio, incluso bajo esas coordenadas, a quienes rigen la economía, sean grandes inversores, gigantescos fondos de inversión o pequeños ahorradores, les atemoriza que se produzca un cambio en el status quo existente.

De momento, la reacción no tiene demasiada importancia puesto que es anterior al referéndum y a que se produzca un resultado definitivo. Sí que demuestra, en cambio, que la economía escruta todo aquello que gira a su alrededor, y más aún la geopolítica. El temor al cambio es mucho mayor para las élites económicas que la aversión al riesgo intrínseca de sus propias actividades.

Las cosas que suceden en el panorama político español, y que empiezan a dibujar las encuestas de intención de voto futuro, el propio proceso soberanista abierto en Cataluña o en su día el terrorismo son elementos que inciden especialmente en la economía en procesos de crisis. Cuando la coyuntura es mejor, la preocupación tiende a ser menor. No es que todos los fenómenos que propician el cambio sean negativos, no se trata de ese debate, sino de cuánto cambian el status de una sociedad determinada. En tiempos de bonanza acostumbra a dar miedo a los protagonistas de los mercados. En épocas de vacas flacas, no digamos, la reacción de los agentes económicos es de auténtico pavor. Y es importante conocer esas lecciones, sobre todo para que nadie se sorprenda después.