Messi, los dioses, Faus y la religión culé
Zeus (Júpiter para los romanos) era el rey de los dioses. También era el gobernante del monte Olimpo, el dios del cielo y del trueno. Un auténtico primus interpares. Vamos, el Lionel Messi de la mitología griega.
Habían muchos otros dioses, pero Zeus no tenía competencia. En la Grecia clásica, como entre la afición culé, sólo había una deidad todopoderosa.
Messi ha realizado unas declaraciones exculpando a su padre de presuntas irregularidades. Lógico, aunque lo haga sobre todo o quizá sólo por su relación filial. Pero lo más sorprendente es la andanada que le ha dejado, como un sucedáneo de un recado de un sicario, al vicepresidente económico del Barça, Javier Faus.
El dirigente blaugrana, el hombre de los números, había cuestionado que hubiera que renovar al alza el contrato del astro argentino cada seis meses. Quien como un servidor se ha enfadado con Faus por razones empresariales, puede hoy defender su posición sin sospecha alguna. Al final, Messi es un activo del Barça o un empleado bien retribuido. Y el club debiera administrarlo como tal. Otra cosa diferente es que el futbolista se sienta como Zeus y desee que el club no sea una institución racional, sino una tormenta de pasiones en la que él tiene la llave de los goles y aspira a poseer también la de la caja.
No tendrá Sandro Rosell la valentía de vender a Messi y obtener aún una grandísima plusvalía para el club. Pero es intolerable la insubordinación de la estrella y la minusvaloración que hace de un alto directivo. Debería merecer un castigo que el presidente blaugrana no tendrá el coraje de acometer. Rosell es un gestor blando, tibio, dubitativo, un dirigente al que su propia junta le cuestiona uno de los mayores proyectos de su mandato: qué hacer con el Camp Nou. Esa es la fuerza mitológica de Messi y la debilidad de Rosell.
Hay quien sostiene que Faus no debió pronunciarse en público sobre la retribución de Messi. Que ese tema de los salarios de las estrellas hay que mantenerlo en la discreción y el oscurantismo de siempre. Se equivocan: transparencia y taquígrafos. Que un personaje de la política, los negocios y el deporte como Joan Laporta defienda al deportista es un aval incobrable, un apoyo que desprestigia.
Quien ha errado y de manera mayúscula con sus críticas a Faus es un futbolista que parece mal asesorado desde hace algún tiempo. Si está depresivo, que lo vendan. Si considera que manda más que la directiva, que alguien le llame al orden o a la disciplina. Salvo, claro está, que creamos que el Barça no puede ser gestionado como una empresa –la expresión utilizada por Messi– sino como una iglesia, una confesión. Como sostenía Paul Auster, «para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión». Y Messi, por más que los culés lo adoremos en el campo de fútbol, no es ningún Dios, ni tan siquiera un ejemplo de demócrata.