Menos bachilleres, más profesionales
Ha empezado el curso escolar con tres informaciones relacionadas con la Formación Profesional. La primera, que se consolida y acelera la tendencia del alumnado a escoger la Formación Profesional, ya sea al final de la educación secundaria obligatoria, ya sea al final del bachiller. La segunda noticia es que los Institutos de Catalunya no están ofreciendo suficientes plazas para absorber esta demanda. Y la tercera es que Catalunya concentra el 19% de las ofertas de ocupación a titulados de FP del Estado y lidera el ránking, superando por primera vez a Madrid.
Cuando se habla con envidia del modelo alemán o, más cerca, del modelo vasco, con índices de paro bajísimos y una importante y creciente fuerza exportadora, no hay que apelar a elementos psicológicos o genéticos de unos u otros. Es simplemente la calidad de las políticas públicas y la calidad de sus élites dirigentes sindicales y patronales, que ha conseguido “el milagro”.
Desde siempre y especialmente a raíz de las respectivas crisis de los años 90 o de los 80 en Alemania y Euskadi, sus gobiernos y los agentes sociales han apostado por las políticas industriales activas. No como España y en Catalunya, la mayor parte del tiempo en manos de liberales de manual, que han sostenido que la mejor política industrial es la que no existía; y que en muchas ocasiones han mantenido políticas de subvención ineficientes y clientelares, y en cambio, han rechazado políticas para afianzar empresas, con inversiones estratégicas en las que pudieran ejercer de tractoras.
Pero existe la FP que explica el milagro. De la FP hablo con conocimiento de causa como profesor, porque he ejercido durante 20 años y como promotor de la primera fundación privada de Cataluña, la Fundació Lacetània, que nació en 1990 gracias a las voluntades de la Cámara de Comercio e Industria de Manresa, la patronal Metalúrgica del Bages y el Instituto Lacetània, con la idea de armonizar los criterios de gestión de las prácticas de los alumnos en las empresas y para fortalecer las relaciones entre los centros educativos que impartían estudios de formación profesional y el mundo empresarial.
Desde siempre en Euskadi y Alemania han apostado por la Formación profesional. En el primer caso integrando desde los años 90 los tres subsectoress de la FP: formación reglada para alumnos surgidos de la escuela, formación ocupacional para parados y formación continuada o a lo largo de la vida para trabajadores en activo con ganas de reciclarse.
La lógica de algo tan elemental clama al cielo por su lenta aplicación en Catalunya. Y vamos a ofrecer un ejemplo de muestra. Siempre, incluso en momentos de crisis, hemos sentido los lamentos de las patronales por la carencia de soldadores buenos. Resulta que las escuelas de FP tienen las instalaciones y el profesorado adecuado, pero por la falta de integración, los parados y los trabajadores reciclables no pueden hacer cursos de soldador porque a las academias a las que se subroga la formación ocupacional y reglada, no les compensa tener las instalaciones adecuadas. Por eso predominan ofertas de cursos donde sólo se necesita un ordenador. Las cúpulas de sindicatos y patronales (con la complicación de los servicios de ocupación municipales y de las diputaciones) han sido responsables de situaciones como ésta por la incapacidad de ponerse de acuerdo en la integración. Y por qué ha sucedido? Porque todos los operadores que intervienen en la gestión de estos cursos se autofinancian con las comisiones o porcentajes que se cobran antes de llegar al destino final: el profesor que ofrece las clases.
¿Y Alemania que nos ha enseñado? La formación dual. Las prácticas en la empresa no son como una ‘maría’ que se ofrece al final del ciclo durante unas semanitas. Las prácticas representan la mitad del horario escolar y el alumno tiene un estatus de aprendiz cubierto por la Seguridad social.
En estas circunstancias el resultado es: el Estado se ahorra dinero de profesorado, porque a pesar de que financie a los tutores de empresa, nunca son tanto caros como los profesores. El alumno aprende mucho más porque desde el primer día aterriza en el mundo real. Los empresarios tienen una cantera de candidatos a trabajadores que se acaba cumpliendo con porcentajes que superan el 50% de alumnos, que acaban siendo fichados por la empresa donde han realizado la FP dual. Y, finalmente, estos trabajadores altamente calificados son el caldo de cultivo más importante para el nacimiento de nuevos emprendedores.
Pues bien, apenas ahora empiezan a difundirse en Catalunya algunos planes piloto de FP dual. Lamentamos el retraso y felicitémonos de su inicio.
Creo tanto en el modelo dual, que pienso que se debería aplicar también en la mayor parte de carreras universitarias, empezando por obligar a que los trabajos de fin de carrera o de un alto porcentaje de doctorados fuera dual, es decir enfocados para solucionar un problema concreto planteado desde una empresa, sea privada o pública.
Sólo el corporativismo anacrónico que impide la buena gobernanza universitaria y una cierta arrogancia intelectual de cierto mundo académico que considera que el concepto del currículum profesionalizador es una venta al capitalismo salvaje, está impidiendo una cosa que acabará cayendo por su propio peso. Sobre todo, porque con la competencia global y con las enseñanzas a distancia los alumnos acabarán marcando las prioridades.
Adenda.
Después de la Vía Catalana parece que se están agrietando algunas inmovilidades. Primeros apoyos políticos y de los medios internacionales al derecho a la autodeterminación. Reacción de algunos gurús del mundo mediático progre español reclamando la necesidad de la consulta. Primeros movimientos del ala ilustrada de la derecha, que, a pesar de estar en contra de la secesión y la consulta, admite por primera vez, que el problema lo tienen ellos. Continuará.