Medidas rocambolescas, peleas callejeras y final del túnel
Medidas con poca lógica y sentido se imponen para sortear al máximo la crisis sanitaria e intentar equilibrarla con la economía
A falta de fondos para compensar a los millones de perjudicados de un segundo confinamiento severo, el Gran Gobierno y los Pequeños Gobiernos se han dedicado a asustar al personal, a ver si se evita así una gravísima tercera ola.
Es posible que lo consigan, por lo menos en buena parte, a pesar de lo rocambolesco de muchas prohibiciones, algunas de las cuales recuerdan a la “parte contratante” del camarote de los hermanos Marx.
Por poner un ejemplo. Si uno tiene un sobrino, o un tío, y no digamos un hijo o un hermano, que sea propietario, inquilino o residente temporal en un municipio lejano y vaya a pasar las navidades junto a él, la cantidad de papeles que debería acarrear para demostrar que no incumple podrían ocupar el maletero entero de su automóvil.
A mayor avance del virus, medidas que, en vez de restringirla, animan a la movilidad y de hecho van a incrementarla. Si no se atrevían a poner puertas al campo de los encuentros familiares navideños, pues haber recomendado prudencia y grupos restringidos en vez de tanta norma diseñada como un coladero.
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El resumen de lo autorizado es: se permite salir de casa para ir a otra casa, siempre y cuando sean pocos. En cambio, lo de entrar en un bar o restaurante se ha vuelto, por intermitente, bastante más difícil.
No se decreta cierre de locales, hay que insistir, porque no se dispone de dinero para compensar las pérdidas ni medidas para favorecer una reapertura en muchos casos imposible. En vez de decapitación, asfixia, y que sobreviva quien pueda.
Nadie, ni experto, ni sensato ni medio majadero, es capaz de darle racionalidad a unos horarios de apertura que parecen escogidos al azar o sacados, con los ojos vendados, de un bombo con diferentes opciones.
Nadie, ni experto, ni sensato ni medio majadero, es capaz de darle racionalidad a unos horarios de apertura que parecen escogidos al azar
Y es que, lo sabemos por experiencia, la pandemia permite, como se ha visto en Europa y sin hablar de otros continentes, una diversidad enorme de medidas con resultados que no siempre son los previstos. Por lo tanto, se dicen los responsables de estos pagos, lo importante es hacer algo, lo que sea, y luego ya veremos.
Cuentan voces a menudo enteradillas que el engendro de las normas es en Cataluña un compendio mal hilvanado de las posiciones de ambos socios de govern, que su contienda cotidiana sin cuartel no respeta siquiera la voz autorizada de los expertos. Es muy posible.
Las espadas siguen en alto y chocan con estrépito tras la fachada, las navajas centellean en el mal iluminado callejón trasero. Poco les importa si el sonido o el resplandor metálico se percibe desde la calle. La cuestión es ganar las elecciones en nombre de todos y aprovechar la posible victoria en provecho propio.
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No es de extrañar que las encuestas oficiales confirmen el descrédito de los políticos ante la sociedad que les vota. Si al respetable electorado no les gustan pues ponemos otros a su disposición, pero advirtiendo que pueden ser todavía peores.
Ya que en la vida humana y en la social, las relaciones causa-efecto andan muy distorsionadas y lo imprevisto se presenta por sistema, si bien jamás sabemos cuándo y bajo qué apariencia, entra en lo posible que la población haga más caso del sentido común que sus gobernantes.
Según la percepción de buena parte de la ciudadanía, vale la pena un pequeño esfuerzo de contención. Si las consecuencias en términos de contagio y hospitalizaciones de estas navidades no son nefastas, la razón principal no se deberá a los responsables públicos sino a la responsabilidad privada.
Y es que la gente sensata, o la que intenta serlo, y entre la cual se encuentran los lectores de este digital, que deben darse por facilitados con los mejores deseos en este párrafo, empieza a ver la luz al final del túnel.
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La vacuna está al llegar, de manera que, razonamos, es mejor no arriesgarse. Ser de los primeros o los segundos en pillar el virus, pues mala suerte, pero ser los últimos antes de que la vacuna reduzca si incidencia, pues la verdad, al contarlo si uno es de los que lo cuentan no quedaría muy bien como persona capaz de protegerse.
Y sí, estamos asustados, y es mejor. Las imprudencias pueden pagarse caras. Es más fácil no correr riesgos cuando el salvavidas está al llegar.