Matando a la clase media. El país donde es mejor ser pobre
Una de las peores consecuencias de la crisis es la muerte de la clase media. No se trata de una muerte natural, es un asesinato cruel e incluso podríamos decir que es premeditado. La clase media es aquella que, históricamente, ha levantado países. Su desaparición es el principio del fin de una sociedad. Aquí asistimos con fuerza a la unión de los dos extremos, los ricos y los pobres, que estiran con fuerza y hacen una brecha justo por la mitad.
Hace aproximadamente un año estaba de viaje por Manila (Filipinas). La ciudad está absorta en dos mundos: los barrios céntricos, que están hundidos en la miseria con niños viviendo en las calles, y los extraradios, bañados de lujo. Allí se encuentran los hoteles de cinco estrellas y los apartamentos de clase alta; los malls comerciales y, como no, fuerzas de seguridad armadas en cada centímetro. En la segunda ciudad más poblada de Filipinas la clase media no existe, nunca existió y ni siquiera se le espera. No me gusta hacer de profeta, pero sólo es necesario pasear por algunos barrios de nuestras ciudades para ver que esta realidad se empieza no sólo a ver, también a extenderse rápidamente.
A diferencia de Filipinas, aquí todavía podemos dividir a la sociedad (de forma simplista) en tres clases: ricos, media y pobres. Curiosamente, los ricos, muchos de ellos de familias gobernantes, en vez de apostar por mantener las clases medias se desviven en medidas exclusivas para las clases más pobres. Saben que nunca saldrán de pobres, pero harán que la clase media compita a la baja con ellos en los nuevos índices de pobreza. Y hablamos de los pobres pobres. Aquellos que seguramente deberían ser ayudados por la beneficencia y que ahora centran los mensajes políticos. Se debe decir que ayudar a las clases más desfavorecidas es tirar el dinero público. Si se sigue por ese camino, el fin está más cerca.
Las políticas del Gobierno se centran en enviar mensajes a las clases más desfavorecidas –inertes, en muchos casos– olvidando por completo a la clase media. Esta actitud supone una prostitución de lo que debe ser una sociedad equilibrada con mensajes como: Si no paga, le damos una casa; si no da de comer a sus hijos, lo harán en el colegio; ¿no tiene dinero? No se preocupe, usted nos dice que es pobre y le humillaremos dándoselo todo. Les pedimos únicamente que nos digan que son pobres de solemnidad.
Hemos llegado al punto en que es mejor ser pobre que tener algo, aunque sea muy poco. Confiscaremos sus bienes para aquellos que no los tienen, aunque luego usted se quede sin nada. Total, al final vivirá del mismo modo. Mientras, eso sí, algunos siguen igual de ricos. Hay gente, de forma sorprendente, que siempre ha vivido al margen de la sociedad –infringiendo normas, en muchos casos– y empiezan a tener una patente de corso sorprendente. Invito a los lectores a pasear por algún barrio en el que auténticos delincuentes organizados han tomado las calles y algunas casas ante la total impunidad del no tenemos trabajo. ¡Es que nunca lo han tenido! Volvemos al Lazarillo de siglos pasados.
El mensaje es claro: matemos a la clase media. Curiosamente, es aquella que puede ayudar al país a superar la crisis. Supongo que alguno podría tildar este columna casi de sacrílega. Pero seamos sensatos de una vez: ¿Cómo se ayuda más a los más desfavorecidos? ¿Les soltamos dinero directamente? ¿Les dejamos las cosas gratis? ¿O, generamos cadenas de valor en la clase media para que puedan generar empleo al cual puedan acogerse las clases más desfavorecidas? Porque ese derroch lo pagará alguien.
Cada día está más claro que familias ricas como, por ejemplo, los Pujol o los Mas, dirigen la política actual en beneficio propio, no en el de todos. No les importa la independencia de Catalunya, como ha quedado de manifiesto con las declaraciones del conseller de Justícia, Germà Gordó, quieren mantenerse en ese estatus que tanto dinero les ha reportado. El fin no es otro que exterminar a la clase media. Ellos han generado ingentes y vergonzosas cantidades de dinero no por sus trabajos, sino por sus contactos políticos. Y en época de crisis quieren seguir sacando tajada.
Idiotas no son. Esconden sus políticas jugando con el márketing público. Trasmiten el mensaje de ayuda al pueblo cuando, en realidad, lo hunden para mantenerse en su posición. Todo, dando la mano a activistas cuyo norte hace tiempo se perdió y jugando a favorecer a una clase pobre, muy pobre. Es triste y duro, pero es más fácil ser pobre que clase media. Es mejor en este país no tener nada que tener algo. Y eso forma parte de un plan para Filipinizarnos en un período de tiempo breve.
Como ya queda poco para robar, nos montamos también la historia de la independencia de Catalunya. Lo cual no deja de ser un más de lo mismo. Conservemos nuestros lugares cómodos a costa de la clase media. ¿Que llegar a la independencia es un sacrificio? Bueno, lo será para el comerciante, para el maestro, para el funcionario, pero no para el político. En muchos casos, tiene su salvaguarda en otros países. Bien propio, los hijos de Pujol, bien por terceros, el propio presidente Mas. Este caso es más sangrante, porque parece que ahora uno no hereda el dinero de un padre y, si lo hace, mira hacia otro lado.
Esta extraña coalición entre familias adineradas y clase pobre, muy pobre, cercana al delito, es una mezcla bien explosiva. Que nadie se equivoque pensando en que hay que abandonar a los más desfavorecidos, todo lo contrario. Se les debe ayudar para que lo puedan devolver a la sociedad. Cualquier subvención o pago público debe retornarse con un mínimo de esfuerzo. Olvidemos ya el todo gratis. Hay muchos bosques sucios, cunetas infectas y, al menos, quien cobre del Estado que haga algo por el Estado. No vale estar tumbado llorando las penas y recibiendo dinero.
Hay miles de formas de hacerlo. Pero aprendamos de una vez que no debe salir ni un euro más de lo público sin capacidad de devolución, bien en forma de trabajo o bien en forma de ayuda al Estado. Si hacemos que uno, por el simple hecho de estar en esta país, tenga más derechos que otros que trabajan, nos equivocamos. Punto y final definitivo a la cultura del todo gratis. La política debe ser en mayúsculas y la clase media ve bien que se ayude a los más desfavorecidos, pero también aceptaría verlos cada día a las ocho de la mañana haciendo algo por el país. Se acabó el dinero gratis.
Es obvio que se deben establecer canales adecuados, pero estos nunca han de pasar por cargarse a la clase media, como quieren los políticos. No olvidemos que ésta, es la única que puede hacer alguna cosa para salir de la crisis. Todo el mundo se debe esforzar y trabajar, en este momento. Ya no se debe mirar desde la barrera y otorgar más derechos, simplemente, a quien es más pobre.