Mas y la historia: Cataluña ya es el país de la cacerola
Tal y como están las cosas, los medios de comunicación catalanes deberíamos crear nuevos espacios dedicados a explicar qué pasa de verdad en la política local. No se trata de informar de lo que dicen unos y otros de manera oficial y propagandística, sino de explicar a la parroquia cuál es la convulsa realidad de los acontecimientos del poder político en estos momentos.
Empecemos: dos partidos que se llaman de gobierno y de oposición, llevan semanas jugando al póquer. Tanto se conocen sus dos principales jugadores que por más que se miran a los ojos ninguno de los dos es capaz de advertir en el contrario si va de farol o no. El resto de jugadores de la mesa están atónitos por la parálisis de la partida y se quejan de que llevan demasiado tiempo en esa situación. De vez en cuando se toman una copa para soportar la espera y callan, y siguen sin apostar.
A uno de los jugadores le está pasando como a esos leones que se comen a las crías que no son suyas para evitar que se perpetúen genes diferentes. Sus ahijados de la ANC y Òmnium Cultural han decidido que o convoca elecciones o harán ellos de partido político. ERC, el otro jugador, también presiona para que se vaya a las urnas en marzo. Oriol Junqueras compra todas las propuestas que el líder de CiU realiza aunque con algunas quiera reinventar la democracia electoral. Al todavía presidente Mas le quedan dos opciones: o se come a las crías e intenta resistir hasta 2016 (recuerden: tiene un máster en travesías del desierto) o, segunda posibilidad, convoca elecciones.
¿Todo este paripé que comenzó Mas no era para otra cosa? ¿No arrancó todo con una petición de pacto fiscal a Madrid? ¿Hemos asistido a una aldeana representación de una estrategia de márketing político para disimular los recortes y evitar que el populacho se mosquee? Podríamos seguir haciendo preguntas sin más respuesta que el desconcierto absoluto de políticos y ciudadanos con la situación.
Ya no se trata de ser o no independentista. Ahora tanto da ocho que ochenta. El problema es que estamos desgobernados y no sabemos hasta cuándo. En una cosa Mas tenía razón: pasará a la historia. Él pensó que como un libertador, como un político que cambió las relaciones entre Barcelona y Madrid, pero no será así. De este tiempo transcurrido desde su primer gobierno será difícil olvidarse. Lo que venga detrás ya se verá, pero la herencia y el legado que nos deja el líder de los convergentes seguro que pasará a la historia.
Su partido no irá a las elecciones porque salvo las siglas lo que queda está embargado o es inservible. Mientras, él deberá escuchar las cacerolas aporreadas por quienes quieren votar (él pedía eso hace muy poco) y a sus socios de Unió que quieren seguir. No me digan que es fácil saber qué pasará en la política catalana cuando todo está dentro de una cacerola. En efecto, Mas, haga lo que haga, obtendrá su propósito histórico: nos ha convertido en el país de la cacerola.