Mas y Junqueras: la vida de los otros
Durante la campaña electoral he considerado a Oriol Junqueras un tipo inteligente. Una persona dispuesta a la transparencia y al diálogo. Alguien con una verborrea positiva que se abalanzaba a debatir sobre cualquier tema. Pensaba que era la antítesis de la políticos actuales, propensos al tópico del “qué dirán” más que del “qué harán”.
En la campaña habló de transparencia, y ahora entra a reuniones por la puerta trasera de la Generalitat. No como eufemismo, sino que huye de los periodistas y entra como en un cuarto oscuro, vaya usted a saber para qué negociar. Junqueras vive la vida de los otros, y no explica lo que él quiere. No es transparente y se escuda en frases y discursos alargados, y hasta aletargados para acabar con un simple ‘no podemos decir más’. Eso no es transparencia, algo que tanto prometió.
Echo de menos un político que diga lo que piensa y no lo que quieren que piense. Ciertamente creí (aunque estamos en las antípodas no precisamente nacionales) que Junqueras tenía ese carisma que el país necesitaba. Viéndole estos últimos días creo que me equivocaba. Lo he escuchado repetidamente en los medios, casi a diario, y ya me dirá alguien si ha sabido balbucear algo más que incógnitas y silencios oscuros. ¿No hablaba de transparencia? ¿O ahora eso no toca?
No me extraña que algunas voces desde la propia ERC se sorprendan por esta transformación repentina. Quizá el cargo de jefe de la oposición le venga excesivamente grande. O quizá no es consciente de dónde se ha metido. Vive la vida de otros, pero se olvida de la suya. Y eso en política es el principio del fin de muchos. Cuando alguien aparenta más que hace, actúa más que dirige, nunca sabe dónde esta el límite.
Le paso a Artur Mas hace unos meses. Le enfundaron en una batalla por la independencia que nunca creyó. Pero su actuación fue tan verosímil, que ahora no puede desprenderse de ella. Mas no era independentista, a pesar de que en julio ya tenia invocado en su discurso esa raíz. Le dijeron que viviría la vida de los otros, un sueño, una Ítaca gloriosa. Él pensó que le llamaban millones, y la realidad le confirmó que sólo eran miles.
Miles que son importantes, y que deben ser respetados y escuchados. Pero miles a los que un presidente debe atender, pero nunca querer vivir su vida. Por una razón bien simple: “La vida de miles de ciudadanos y de millones no es tan cómoda como la suya.” Y, en definitiva, un presidente debe ejercer como tal, un líder de la oposición debe ejercer de líder de la oposición, no como ahora de cicerone nocturno por los recovecos de un palacio presidencial.
Los políticos no deben olvidar que la transparencia debe ser la mejor arma para salir de la crisis. Hay cosas duras que decir y temas duros que tratar, pero ante todo ello la luz y el taquígrafo delante. Si Junqueras cree que tiene millones de creyentes en su discurso ¿por qué se esconde por puertas laterales?,¿Tan difícil le resulta explicar qué quiere y qué exige a Mas? ¿Tanto miedo tiene a qué dirá Durán o a qué pensará la opinión pública?
Líderes cobardes, escurridizos y opacos, este país ya ha tenido unos cuantos, y está harto. Quizá Artur Mas y Oriol Junqueras, CiU y ERC, tengan un buen acuerdo. Pero ambos deben hacer lo que piensan, no lo que se desea que hagan. Mas ya sabe que ese camino no tiene salida. No por hacer lo que viven los otros, sino por querer hacer lo que algunos quieren que se haga.
La vida de los otros está muy bien si eres un actor. Si eres un político debes vivir la propia, con transparencia y una mínima ética. Cambiar la actitud, el pensamiento, o las ideas solo por el qué dirán es el principio del fin de la política y la entrada en acción del cine. Y aquí queremos políticos de verdad, no actores de tres al cuarto, que dicen una cosa y hacen en su vida otra.
Un político debe escuchar, pero a todos, y plantear la máxima transparencia. Así logrará que aquellos a los que escuche se consideren escuchados. Y, además, que aquellos que simplemente oigan sepan leer la transparencia de cualquier acto. Debatamos ideas, pero hagámoslas públicas, nunca entrando por la puerta lateral del palacio presidencial como si tuviéramos que escondernos de alguien. Triste inicio de Oriol Junqueras, triste final de Artur Mas.