Mas y González, ¡Queremos líderes transversales!

Es un espectáculo que está de moda desde hace ya algunos años. Son actores, personajes de series televisivas, conductores de programas, personas, en definitiva, que saben comunicar. Hay guionistas, buenos contadores de historias, que les sirven en bandeja los textos, y ellos los interpretan.

Me refiero a los monólogos del Club de la Comedia. Son graciosos. Resultan apetecibles cuando se llega a casa y se conecta el televisor. Otra cosa, sin embargo, es que esa moda se traslade a la política. Nos gusta el entretenimiento, y la polémica, en ocasiones, pero no la bronca, no la crispación que no conduce a ninguna parte.

Por eso es preocupante que, por intereses diversos, los dirigentes políticos hayan decidido actuar como monologuistas. En el caso del problema catalán es definitorio. Nadie quiere responsabilizarse, salvo contadas excepciones, como la de Miquel Iceta, sobre el día después.

Lo realmente importante pasará a partir del 28 de septiembre, después de las elecciones catalanas, y después del 20 de diciembre, si es que Mariano Rajoy se decide finalmente por esa fecha para las elecciones generales. Y sólo los políticos transversales, los que admitan que existen problemas en sus propias filas, los que no sólo demonicen al contrario, sólo esos podrán solucionar las cosas.

Por ahora, se pasea en la escena Artur Mas, que habla de «súbditos» para referirse a los catalanes, frente al «Estado español», que antepone su democracia frente a la legalidad de un estado del cual él es el máximo representante en Cataluña.

En otro lado está Rajoy, que, pese a tener razón en la petición de respeto a la legalidad, debería admitir los enormes errores de su partido en los últimos años, y la máxima de que cuando se llega a un acuerdo político se debe respetar. Eso sirve para el PP y también para el PSOE, con Felipe González al frente, que tampoco se ha querido pronunciar sobre los compromisos que adoptaron los socialistas con el Estatut. 

La situación invita a la tristeza más absoluta. Felipe González es el político más importante de la historia de España, y, con ella, Cataluña. Es de lo poco que se podía calificar de transversal en España. Debería aprovechar esa condición, y precisar en el lenguaje. Porque lo más importante es entender al adversario, situarse en su piel.

Y Mas, pese a cometer el profundo error de apostar por una cosa que llama derecho a decidir, y que nadie sabe lo que significa, ha llegado a esa situación por un hartazgo anterior. No justifica su hoja de ruta, pero hay que tenerlo en cuenta.

Un solo ejemplo basta para aproximarse a lo que sucede en Cataluña, principalmente para los ciudadanos del resto de España: cuando el PSOE llegó –hay que decir que el PP lo rechazó, pero se votó en el Congreso—al acuerdo con los partidos catalanes para que el Estado invirtiera durante siete años el equivalente al peso del PIB catalán en España, eso se debía respetar.

A priori resulta sorprendente, porque un presupuesto anual de un Estado no puede verse sujeto a ese requisito, pero se acordó. Se votó en el Congreso, y el Estatut, donde se recogía ese precepto, se votó en referéndum en Cataluña. Si no se estaba de acuerdo, que no se hubiera incluido. Pero se hizo.

La sentencia del Tribunal Constitucional lo dejó al albur del Gobierno de turno, dejando claro que era una exigencia muy disctutible. Y el PP no lo aplicó. Además, estaba en contra desde el inicio, sin pensar que lo había votado el Congreso. Siempre la ley, pese al acuerdo político anterior.

El ensayista Jordi Amat, entrevistado este fin de semana en Economía Digital, lo señala: no hay políticos transversales. Quedaba Felipe González y Jordi Pujol. Y no parece ahora que puedan recuperar, principalmente el ex president de la Generalitat, aquella condición.

Pero los vamos a necesitar. El 28 de septiembre y, tal vez, el 21 de diciembre.