Mas vuelve al Palau, ¿para qué?
El proceso soberanista en Cataluña se presentó como una gran fiesta de la democracia, como un movimiento ciudadano que sólo quería hacer uso de su legítimo derecho al voto. La apelación a la democracia ha sido constante, y se ha comparado con la resistencia del Gobierno español, que sería el estandarte de una democracia de baja calidad, o de una democracia enferma, como la ha tachado el presidente Carles Puigdemont. Pero ahora ha llegado el momento crucial.
El juicio por el 9N llega a su fin. Han pasado por el TSJC todos los implicados, con los testigos de la defensa, que, como denominador común, han querido constatar que el Gobierno catalán no tuvo nada que ver en la consulta y que todo obedeció al buen hacer de los voluntarios. La Fiscalía ratificó este jueves la petición de penas que formuló antes del juicio. El fiscal Emilio Sánchez Ulled elevó a definitivas sus conclusiones provisionales y ha mantenido los 10 años de inhabilitación para Artur Mas, y nueve años para las ex consejeras Irene Rigau y Joana Ortega.
El ex presidente Artur Mas tendrá este viernes la oportunidad de pronunciar un alegato político, más allá de su estrategia de defensa, basada en su voluntad de no desobedecer al Tribunal Constitucional, y en que el tribunal no supo concretar aquello que el Govern no debió hacer en ningún momento. Mas, criticado por los suyos, buscará politizar al máximo el juicio, y abrirá el camino hacia el referéndum con una conferencia de prensa nada menos que en el propio Palau de la Generalitat, junto al presidente Carles Puigdemont.
Mas vuelve al Palau con la idea de lanzar ya el último pulso al Estado, con la apertura de un nuevo proceso que puede conducir a una pesadilla para el conjunto de la sociedad catalana y para el Gobierno español. Y es que la propuesta que defiende el soberanismo es convocar las elecciones al Parlament y el referéndum de autodeterminación el mismo día, con una doble urna.
Eso supone, si Puigdemont se inclina por la fórmula, –por ahora considera que no es la más idónea porque se trata de dos cuestiones distintas—una afrenta de enorme calado. ¿Quién retiraría esa segunda urna? ¿Podría anular el Gobierno las elecciones, ofreciendo al soberanismo una imagen internacional muy fea? ¿Quién negociará con Puigdemont a partir de este mismo viernes para que ni se le pase por la cabeza esa opción?
El soberanismo sigue jugando. Pese a que se ha cargado con demasiada facilidad contra Artur Mas, como responsable del proceso independentista, lo cierto es que de él ha dependido en gran medida que se haya llegado a esta situación.
Las manifestaciones de los miembros del Gobierno de Mariano Rajoy, antes de la consulta del 9N en 2014, manifestaron que se había llegado a un pacto implícito según el cual se autorizaba la consulta, siempre que no se utilizara de forma torticera políticamente. Pero Mas se la apropió en la noche electoral, lanzando un mensaje a la comunidad internacional que el Gobierno español no podía soportar. ¿Jugó limpio Artur Mas?
Ahora vuelve a estar en sus manos. O seguir agitando a las masas, defendiendo esa falsa dicotomía entre la democracia de los independentistas y la del Estado español, o asumir que el camino ha sido erróneo desde el inicio.