Mas, Trump… llegan las democracias iliberales
Análisis sobre Donald Trump y las nuevas democracias liberales
«Van a por nosotros, nos quieren destruir»; «España ya no es un estado de derecho», «El Estado maltrata a los catalanes por el hecho de ser catalanes»… Son expresiones de Mas, Romeva y Puigdemont, respectivamente. Un tono cada vez más alto para buscar una legitimación interna, frente a un enemigo externo. ¿Se diferencia mucho de las proclamas de Trump en Estados Unidos?
La ciudadanía, en los países occidentales, ha interiorizado que el único esfuerzo que se debe hacer es el físico. Que para obtener una mejor calidad de vida, y evitar enfermedades en el futuro, es mejor cultivar el cuerpo: correr, caminar rápido, prepararse para una maratón en una gran ciudad, o pedalear fuerte en una bicicleta que ha costado un riñón, con determinación y voluntad. ¿Pero cómo se entrena el conocimiento, el sentido común, el análisis sosegado sobre una sociedad cada vez más compleja con intereses cruzados? Eso es más cansado, más difícil. ¡Mejor correr con unas buenas zapatillas deportivas!
Es cierto que las circunstancias no ayudan, y que la gran transformación (sí, habría que releer a Polanyi) que han experimentado los medios de comunicación no favorece la proliferación de ciudadanos activos, como los entendía Hannah Arendt. Pero está en juego el propio sistema democrático.
Quien se toma en serio estas cuestiones es Agenda Pública, una think net que busca la difusión de trabajos académicos que ayuden a las democracias liberales a resolver sus carencias, y que las vacunen de los peligros totalitarios. En una de sus últimas actividades, propició un debate junto a Anna Terrón, directora de Instrategies y Jordi Vaquer, director de la Open Society Iniciative for Europe, que promueve George Soros.
Una de las ideas que surgió es que los partidarios del «iliberalismo» están bien organizados, no son unos locos, y buscarán todas las grietas que tengan a disposición. Lo hacen en Estados Unidos, con Trump, ayudado por un especialista como Steve Banon, y en Europa, en los países hasta ahora modelos de la democracia, como Holanda, Francia, Austria o Finlandia, y el este de Europa, como Hungría o Polonia.
Existe una realidad, y es que en todos los casos «hay algunas verdades en los populismos», como recordó Vaquer. Una de ellas es que la globalización ha provocado perdedores, pero no todo se explica por cuestiones económicas. De hecho, no tienen tanto peso como otras, que son de carácter estructural. ¿Cómo explicar el desencanto, la rabia, contra la Unión Europea de países ex comunistas que han experimentado una mejora económica enorme desde que se pueden calificar como democracias liberales en el contexto europeo, como Polonia?
Vaquer recordó que en España no existe ese populismo de derechas peligroso, en gran medida porque el PP ha canalizado, con buenas respuestas, parte de ese sector, y también porque España, en su conjunto, ha impulsado buenas políticas públicas, al margen de que –hay quien sostiene que ha sido determinante—los españoles se han vacunado tras sufrir la dictadura franquista.
Hay algo más, que afecta a todo occidente. La respuesta más contundente la ha lanzado uno de los pocos intelectuales europeos que aún se resisten a la actual evolución de las cosas. Se trata de Claudio Magris, quien sostiene que se ha producido una ruptura frente al pasado reciente en la que «existe una gran plebe que no está politizada».
Se refiere a los bancos empobrecidos en Estados Unidos, a los negros pobres, que no piensan «políticamente». En Europa ocurre una circunstancia similar, con una población que vive «por debajo, o al margen, de cualquier tipo de comprensión de lo económico, de lo cultural, de lo público». Una población que ni entiende ni quiere entender lo que han supuesto las grandes familias ideológicas que han construido las democracias liberales, y que han logrado –con todas las carencias que se quieran mencionar— el estadio más grande de la civilización humana.
Magris añadía (entrevista en el País Semanal), que las batallas se libran en las redes sociales, con mensajes muy sencillos y contundentes. Y que en ese nuevo ámbito se encontraba «como un combatiente que está fuera de lugar, que utiliza el arco y las flechas en un mundo donde ya sólo sirven las pistolas y los fusiles».
La cuestión es que los políticos que proceden de aquellas democracias liberales, han comenzado a adoptar posiciones «iliberales», como esa oposición peligrosa entre «nosotros y ellos», con una clara intención de confundir al personal.
Se trata de una contaminación, con mensajes fáciles, claros, incisivos, de lo que llega en la mayoría de países occidentales. Y eso afecta a Cataluña, con Artur Mas en plan estelar, como si fuera un Trump cualquiera. Es una idea que defiende Antón Costas, ex presidente del Círculo de Economía, y que recordó en una entrevista este sábado en la Cope. Lo que se pregunta Costas y gran parte de la sociedad catalana es en qué momento Mas apostó «por el populismo», tras perder 12 diputados en las elecciones de noviembre de 2012. Nadie sabe responder todavía a esa cuestión.
Pero, si no se pone remedio, y eso exige un gran esfuerzo, como si nos estuviéramos preparando para una maratón, las democracias «iliberales» están al caer. Primera estación: Francia.