Mas sin Pujol, Convergència sin Pujol, tarea imposible

Fue un buen intento. Hay nuevas generaciones en Cataluña, la gente joven, la que pudo votar el pasado 27 de septiembre, nació en 1997, uno de los mejores años, tal vez, de Jordi Pujol, porque acababa de pactar con el PP tras una cena amigable en el Hotel Majestic con José María Aznar.

El president de la Generalitat había permitido la investidura de Aznar en 1996, tras unos meses de duras negociaciones. Tan importante era conseguir aquella investidura fue que un director de uno de los grandes periódicos españoles se instaló en Barcelona para influir en las conversaciones.

Pero esas generaciones no tienen memoria de todo aquello. Han estrenado su derecho al voto a lomos de un proceso soberanista que les ha aportado ilusión, y ganas por romper con una situación que sus padres critican con dureza.

El actual presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas, que acabaría siendo el sucesor de Pujol, ante la impotencia del líder del otro socio de Convergència, Josep Antoni Duran Lleida, al frente de Unió Democràtica, se agarró a una posibilidad interesante: iniciar una nueva etapa, tras la manifestación soberanista de la Diada de 2012.

Y, de forma acelerada, forzado por el propio movimiento independentista y por Esquerra Republicana, Mas pensó que podía rehacer el espacio nacionalista de la vieja CDC. Si se fijan, los dirigentes de Convergència, incluido el propio Mas, dudan cada día en ponerse o no la corbata de rigor. Son nuevos tiempos, y creen que deben escorarse hacia posiciones de izquierda, con una estética más Casual Friday, para buscar complicidades con los republicanos y la CUP.

Mas pensó que ya no le quedaba más remedio que seguir ese camino cuando el 25 de julio de 2014 Jordi Pujol confesó que había tenido dinero depositado en una cuenta en Andorra durante más de treinta años. Había que romper con todo ese pasado, y, con un proyecto netamente independentista, reformular el mapa político catalán.

Pero no es posible. Primero, porque sus interlocutores se lo niegan cada día. El actual cabeza visible de la CUP, Antonio Baños, ha recordado que Mas representa «cosas del pasado», y será muy complicado –no imposible, recuerden—que la CUP facilite su investidura. Pero en segundo lugar, y más importante, Mas tampoco puede romper él mismo con lo que representa, ni quiere, porque le atan demasiadas cosas.

Este diario, Economía Digital, publicó en la mañana del pasado viernes, en exclusiva, que Mas se había reunido con Jordi Pujol a primera hora del miércoles, justo cuando se estaban registrando sedes de empresas,  también la de la propia CDC, y se detenían a diferentes responsables, entre ellos el tesorero de Convergència.

Mas se mostró sorprendido cuando algunos diputados, en su comparecencia del mismo viernes en el Parlament, le pidieron que tratara de esclarecer esa reunión, tras leerla en Economía Digital, que señalaba que el encuentro se había producido en el domicilio particular de Joan Martí Mercadal, un íntimo de Jordi Pujol, consejero de Banca Catalana.

Mas, en una muestra de amor al padre político, reivindicó esa entrevista, y desveló que, desde la confesión de Pujol, se ha visto con el ex presidente «en cuatro o cinco ocasiones». Denunció una persecución, dando a entender que Economía Digital se había hecho eco de investigaciones sobre su persona por parte de los cuerpos de seguridad del Estado. Y se mostró airado.

Pero que no busque fantasmas donde no los hay. Lo que hubo fue una información periodística de gran valor, que indica que Mas no puede dejar atrás su pasado, que Mas y una buena parte de la cúpula de CDC, tienen un legado, con aciertos y sombras, pero con esas sombras, ahora sí, mejor iluminadas, que denotan una complicidad político-empresarial que ya no se puede ocultar por más tiempo.

Si debe seguir Mas al frente o no, justo cuando este lunes se constituye el Parlament surgido de las urnas del 27S, por ahora sólo está en manos de la CUP, a la espera de cómo evolucione la investigación sobre el manido 3%.