Mas se parece cada día más a Ibarretxe
Por catalán y por gallardo, Artur Mas Gavarró decidió que el proceso político que lidera no podía acabar como el que en su día inició Juan José Ibarretxe en el País Vasco y que se resolvió con el final de su carrera política. El plan del vasco fue un fracaso personal, pero un cierto logro colectivo. Por supuesto, no de los promotores sino de sus antagonistas. Regresaban aquellos hechos a mí memoria tras leer un certero artículo del profesor Francesc de Carreras.
Mas tiene un problema y la sociedad catalana tiene otro, aún mayor, fruto de las gestiones realizadas por su presidente en los últimos meses. Ha llevado las tesis de una parte de la población catalana hasta un precipicio político del que difícilmente podrá librarse sin daños mínimos. Todo comenzó como una especie de juego estratégico en el que había gran coincidencia (la financiación de las autonomías no estaba preparada para soportar una grave crisis económica), pero se ha despeñado por el barranco de los horrores en su aplicación táctica: primero pacto fiscal; después el discurso político varió al todo o nada con el añadido de que, ojo, tengo a mis representados esperando en las colinas que usted ve a mis espaldas.
Es posible que Mas quisiera defender Catalunya con dignidad, pero le ha faltado inteligencia política. Sólo desde esa perspectiva puede entenderse que hayamos llegado al abismo en el que tiene sumergida a toda la sociedad catalana; la que considera suya (no diré que se lo merecen, pero casi) y la que nada tiene que ver ni con sus tesis ni tan siquiera con sus formas de gobernar.
Mas ha llegado al verano sin una solución política a su órdago. Mariano Rajoy, que además de gallego es diletante, le ha tomado la matrícula. Ya se desfondará el catalán, debe pensar. Y, a las malas, ya encontraremos un golpe de efecto legal e indiscutible para lograr detener sus temerarias tentativas políticas.
Cierto que hablamos de estrategia y de táctica, cuando muchos ciudadanos están zaheridos en los sentimientos más profundos. Pero reconozcan que ése es el núcleo duro de la política, al menos de la tradicional, eso que algunos ahora llaman antigua porque tienen 10 años menos que la media y son profesores de universidad. A quienes sí esperamos de verdad un giro regeneracionista intenso y profundo, ni nos sirven los mesiánicos nacionalistas de don Artur, ni los diletantes del líder gallego. Pero, y esto no es ninguna tontería, nos sobran los nuevos revolucionarios acostumbrados a vivir de presupuestos públicos, sean españoles o de países de economía planificada, lleven las siglas de ERC o de Podemos.
Ya disculparán la generalización, pero de tanto escucharlos en los medios uno acaba interiorizando sus mismas armas y casi resulta difícil abstraerse. Como ahora le sucede a Mas con su pulso al Estado, que le convierte en un líder más próximo a Ibarretxe que a cualquiera de los que quiere emular y con los que les gustaría pasar, emparentado, a la historia.