Mas o el peligro de ser un cartesiano
Hay muchas familias que tratan de acumular unos ahorros, o se esfuerzan para llevar a sus hijos al Liceo francés. Es caro. Pero hay muchos directivos y profesionales liberales que podrían pagárselo. El dilema, para ellos, es si quieren o no que sus vástagos sigan unos estudios de un país y una cultura que fue grande, que sigue siendo importante, pero que no conduce a la creatividad y la necesaria adaptación que exigen los nuevos tiempos.
Artur Mas sí lo hizo. Estudió en el Liceo francés. Y fue un buen alumno. Interiorizó esa forma de entender el mundo. Por ello, todos sus principales colaboradores ensalzan de él su perspectiva cartesiana. Es un hombre que le da un gran valor al compromiso. Y que trata de hacer exactamente lo que ha prometido. El President Mas, precisamente por esas circunstancias, lleva mal la finta política, la petición de tal o cual empresario, el consejo interesado del sabio de turno. No es un político al uso. Y eso tiene una parte positiva, y otra negativa. Es lo que Cataluña tiene en este momento. Un hombre que no tenía una gran vocación política, que acabó en los brazos de la familia de Jordi Pujol, y que fue designado el sucesor del ex president.
Ahora, ese cartesianismo le está pasando factura. Mas, ante el asombro de buena parte de los dirigentes políticos de los partidos pro consulta, está empeñado en que los catalanes voten el 9 de noviembre, aunque no se pueda celebrar un referéndum en condiciones, porque el Tribunal Constitucional, a instancias del Gobierno español, lo ha suspendido. Pero Mas quiere votar. Ha asumido este tótem de una buena parte de la sociedad catalana del “voto por el voto”, y busca desesperadamente algún encaje de bolillos legal que permita una especie de consulta sin serlo.
¿Por qué Mas no dice ya que no habrá consulta, que no se podrá votar? Por la misma razón que, cuando fue elegido President en 2010, no quiso rectificar ante la grave crisis económica que ya se vivía, y ante la caída en bloque de los ingresos de la Generalitat, mantuvo su idea inicial de suprimir el impuesto de sucesiones que había prometido. Luego lo recuperó, forzado por Esquerra Republicana.
A Mariano Rajoy se le reprocha todo lo contrario. Se le acusa de presentar un programa electoral, y, después, aplicar políticas totalmente opuestas. Los electores dictarán sentencia en 2015. Mas, en cambio, le otorga un gran valor al compromiso. Y lo tiene. Pero los políticos están para rectificar, para buscar soluciones, para dirimir intereses, y para regatear cuando es necesario.
Mas no regatea. No sabe. Ni quiere. Es cartesiano. Es un hombre educado en la ortodoxia francesa. Pero de esa manera camina hacia un muro insalvable. ¿Tomará nota en los próximos días?