Mas no puede estar satisfecho con la situación que vive Cataluña

Resulta cuando menos patético que en aras a una pretendida radicalidad democrática –derecho a decidir, que los catalanes puedan expresar su voluntad sobre lo que sea en las urnas…– se estén conculcando las más elementales reglas de la democracia: neutralidad institucional, transparencia, derecho a la participación, publicidad del censo y un largo etcétera.

Y, sin embargo, ésa es exactamente la situación que se está viviendo en Cataluña, donde mientras se acusa al Estado (¿?) de impedir el ejercicio al voto de los catalanes se promueve un simulacro de consulta donde la Generalitat y los medios públicos (amén de los subvencionados) dependientes de ella toman parte activa en una única y misma dirección, el censo no existe y las urnas son controladas por voluntarios favorables supuestamente en su mayoría a la secesión.

A mí me cuesta creer que una persona como el presidente del ejecutivo autonómico, quien en las pocas ocasiones que he tenido de saludar y hablar me ha parecido una persona sensata e inteligente, no alberga al menos en su fuero interno dudas más que razonables sobre la peligrosa deriva a la que esa actitud nos conduce.

Me supone, asimismo, un esfuerzo tremendo pensar que Artur Mas no reflexione seriamente, al menos en privado, cuando le dejan solo alguno de los talibanes que le jalean, en el escenario político que encuesta tras encuesta le dibuja el Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat y en cuya formación algo tendrá que ver la política que él está marcando.

Esos sondeos de opinión muestran un parlamento autonómico confuso y hasta quizás ingobernable, en el que la mayoría minoritaria sería de ERC, un partido con experiencias de gobierno mejorables, y en el que formaciones como Podemos o las CUP, en teoría en las antípodas de lo que representa CiU y su máximo dirigente, Artur Mas, tienen un peso no desdeñable.

Yo no puedo aceptar que Mas no tenga estos datos presentes en sus más íntimas preocupaciones, como no puedo creer que un político de su rango y experiencia no vea con profundo desasosiego cómo se está embarcando a la sociedad catalana en un proceso del que sólo conocemos el nombre no el cómo se hará y ni siquiera un balance aproximado de las consecuencias que tendría.

Detalles fundamentales que ni Artur Mas ni Oriol Junqueras, su en teoría más firme defensor, conocen a juzgar por las declaraciones recientemente efectuadas. Detalles que, no obstante, son básicos si se pretende ejercer un supuesto derecho a decidir. Decidir, ¿sobre qué? ¿con y contra quién? ¿por qué camino?

Podemos entender el enfado ante la inacción política del sistema al que se enfrentan, ante las respuestas del presidente de un gobierno español que basa su negativa exclusivamente en la ley, olvidando que la democracia es también la suma de muchas cosas entre las que no es baladí el afecto e ilusión de los ciudadanos, pero ahora no es el momento de esa evaluación.

Los posibles déficits de diálogo o negociación que hayan habido nunca pueden justificar tomar la democracia donde nos conviene o a tiempo parcial. Por todos estos motivos yo quiero creer que Artur Mas no se situará al margen de la ley, la que realmente existe –imperfecta o no– y que no es más que un exabrupto fruto de la tensión esa frase que se le atribuye según la cual “hay que engañar al Estado español”, más propia de un líder de guerrilla urbana que de un dirigente que representa, o representaba, a las clases medias catalanas, presentadas frecuentemente como modelo de convivencia y de modernidad europea.