Mas no es el demonio, reformen España
La complejidad de lo que sucede en Cataluña es grande. En los tres últimos años se han entrelazado diversos factores, y no el menor es el estallido de una crisis económica que pensamos que ya ha pasado. En muchas ocasiones se confunde la situación general, quizá le ocurre a Mariano Rajoy, con lo que le sucede a nuestro entorno profesional y familiar. Si España ya crece, y lo que conozco de cerca no es para nada dramático, pues pelillos a la mar, ¡funciona! Eso debe pensar Rajoy.
La crisis económica y un hecho evidente en Cataluña, –aunque tampoco pueda ser importante para otras comunidades–, y es que el autogobierno no sirve de mucho para el día a día, porque se ha aprovechado la coyuntura para un proyecto político, el del PP, que nunca ha creído demasiado en un estado autonómico-federal, han cocinado un plato difícil de digerir: una mayoría de catalanes –según todas las encuestas—podría ofrecer la mayoría absoluta a la candidatura independentista Junts pel Si, en la que figura Artur Mas de número cuatro.
Y si ocurre, ¿qué pasará el 28 de septiembre? Nadie razonable duda que Mas se equivocó tras la Diada de 2012. Puso en marcha un proceso soberanista porque entendió que la manifestación había sido mayúscula, y no la podía orillar.
Pero no se trata ahora de elaborar un diagnóstico. Las encuestas también indican que existe una mayoría de catalanes –muchos de ellos potenciales votantes de Junts pel Si—que lo que de verdad desea es una reforma de España en profundidad, que solucione el modelo de sistema de financiación autonómica, que es un caos para todas las comunidades, que resuelva el permanente conflicto de competencias, y que dote a los organismos reguladores de mayor independencia, para que las cúpulas de los partidos dejen de actuar con despotismo.
Mas ha jugado demasiado. Ha cometido irresponsabilidades. Pero todavía puede ser un interlocutor, guste o no. El actual President de la Generalitat insiste en que Cataluña no estará ni un segundo en una situación de inseguridad jurídica. Y no lo dice porque esté seguro de que la Unión Europea acogerá con los brazos abiertos a un nuevo estado, sino porque será él el garante de no mover un dedo en esa dirección, aunque provoque el estupor y la revuelta de los independentistas de toda la vida.
Puede ocurrir que Mas no controle la situación, que dentro de Junts pel Si, Esquerra Republicana muestre algunos nervios, que la CUP condicione de tal manera que todo derive en un desbarajuste. Entonces se verá.
Pero lo que no se percibe es que el PP y el PSOE sean capaces en estos momentos de proyectar algo serio sobre España, aunque los socialistas, por lo menos, lo intentan. La defensa de la ley es necesaria, faltaría más, pero no basta con ello.
No se trata de ofrecer a Cataluña supuestos privilegios, sino de emplearse a fondo sobre lo que necesitan todos los españoles, catalanes incluidos.
Mas es un político muy cuestionable. Pero no es el demonio. Corre muchos riesgos, y el comunicado de la banca del pasado viernes es muy claro, con el precedente que conocemos de Montreal, cuando en los años ochenta del pasado siglo, las entidades financieras desplazaron sus principales sedes a Toronto, la capital de Ontario, en Canadá, tras el primer referéndum soberanista.
Pero Mas quiere entrar en una negociación sobre el modelo de España a partir de ahora. ¿Reformamos España, entonces?