Mas, Duran, Sócrates y el cortador de césped

Cuando empecé a escribir me prometí no recurrir, como otros columnistas, a los sabios griegos. Tienen tantos argumentos, tantas vivencias, tantas historias que explicar que lo suyo es un lugar común. Además, transportar esas historias a la actualidad es un ejercicio tan sencillo que no tendría fin.

Pero en momentos históricos, como el actual, se hace necesario recurrir al pasado. No a esa historia inventada que algunos explican sobre los 1.000 años de Catalunya, sino aún más allá. Viajemos pues a la esencia del conocimiento, a la Grecia clásica. Un lugar donde ni Mas, ni Duran, ni Navarro, ni Camacho, ni Rajoy, ni catalanes y ni tan siquiera españoles aún habían pisado. Simplemente la poblaban personas, quizá europeas, el único gentilicio de la película no asociado a una única comunidad de ciudadanos o a una lengua, sino simplemente a un territorio extenso poblado por gente diversa.

En esa Grecia clásica vivían algunos filósofos. Gente muchas veces denostada como innecesaria para las oligarquías, pero de gran calado en los momentos en que la razón debe imponerse. Uno de los más brillantes era Sócrates. Recuerden, aquel que dijo “solo sé que no sé nada”. Un tipo inconformista opuesto a la ignorancia popular y al conocimiento de los que se definían sabios.

La base de las enseñanzas era la comprensión objetiva de los conceptos justicia, amor y virtud. Siempre desde el conocimiento de uno mismo. Creía que todo vicio era el resultado de la ignorancia y que ninguna persona desea el mal; a su vez, la virtud es conocimiento y aquellos que conocen el bien actuarán de manera justa.

Volvemos al bien y al mal, tan presente siglos después con Nietzsche, que no dudó en acusar a Sócrates de asesinar a la tragedia –-donde la parte moral se imponía-– y de ser el origen del pensamiento racional. Allí donde se aniquila la cultura de la antigua Grecia, que es para el filósofo germano, la etapa más floreciente y rica de la historia universal. Y se abre paso en cambio, a los primeros gérmenes de la decadencia de la cultura occidental, base de la actual.

Empecé a pensar este artículo mientras me dedicaba a cortar césped en medio de una pertinaz lluvia. Intentaba razonar porque una cosa tan simple, como cortar hierba, me satisfacía tanto. Incluso era capaz de hacerlo bajo la lluvia y el frío. Como sabrán aquellos que corten césped, es un error hacerlo cuando llueve. Pero en todo caso aquí la satisfacción personal primaba sobre el resultado –mis lectores habituales ya van rizando el rizo–.

Seamos francos: si se me hubiera aparecido Sócrates delante de la corta-césped me hubiera vapuleado. Él no sabe cómo se corta la hierba, pero tendría la virtud de lograr con su oratoria y discurso que yo mismo hubiera caído en mi error. Como ese era mi vicio, mi resultado era pura prueba de mi ignorancia en este campo. Sabría pero que no era un acto malvado, de mala fe. Simplemente quería satisfacer mi necesidad de cortar un césped alto en un día de lluvia. La ignorancia del corazón que diría algún otro autor.

Nadie duda que en un escenario como el de la antigua Grecia, Mas y Duran serían unos sabios. Hábiles en la palabra, con respuestas a algunas preguntas, capacidad para mover masas, escenificación… Ambos, eso sí, proceden de la más antigua Grecia, donde la moral se impone sobre la racionalidad –sólo hace falta oír como el argumento principal de CIU es que Catalunya se convierta en un estado dentro de la Unión Europea, cuando ha sido reiteradamente negado–. Basan el mismo en la democracia de sus actos, un reflejo moral más que lo racional de las leyes.

Si Sócrates siguiera la campaña, dudaría de ellos. Empezaría a buscar alguien más sabio entre los personajes más renombrados. Se daría cuenta que en realidad los políticos catalanes creen saber más de lo que saben. Políticos, periodistas y asesores varios, todos opinan acumular una gran sabiduría. En cambio, Sócrates era consciente tanto de la ignorancia que le rodeaba como de la suya propia.

Así que el filósofo bajaría a cortar el césped conmigo, simplemente porque vería que mi ignorancia era fruto de actuar coherentemente. Obtener la satisfacción estúpida de cortar el césped. Con ellos, Mas y Duran, y seguramente con el resto de políticos, pensaría que su momento debía haber sido unos cientos de años antes, cuando la Grecia antigua de las tragedias y los contubernios.

¿Qué razonamiento podría entender asuntos como este? Construimos monumentos y hacemos ofrendas florales a unos héroes, como Casanovas, que nunca murieron ese día, que se escaparon delegando sus funciones, que siguieron viviendo años y años, mientras otros eran fusilados. Si ese referente es la Catalunya que queremos crear, la Catalunya de las tragedias y la moral, antes que la Catalunya racional de las empresas y sus ciudadanos vamos por el mal camino. No sólo Sócrates dirá que él “sólo sabe que no sabe nada”, sino que la historia futura descubrirá cómo todo fue fruto de la ignorancia popular.

Por favor, votemos todos, pero documentemos las mentiras. Y el lema Catalunya dentro de la Unión Europea, como exponente del happy flower, es tan falsa que chirría por no decir que avergüenza oirla. Al menos en eso Duran i Lleida ha demostrado que quizá en su Alcampell natal sí que ha cortado algún césped. En un momento histórico como este, uno debe votar de una vez por la racionalidad y no por el corazón. El resto son trampas.