Más de lo mismo en la política de comunicación de la Generalitat: sectarismo y vaciedad

 

El miércoles 15 de febrero los medios de comunicación catalanes fuimos convocados al Palau de Generalitat para asistir a la presentación, con la solemnidad requerida, del “Primer Rànquing de mitjans digitals en català”. Como no podía ser de otra manera, allí estábamos todos o casi todos. El convocante, claro, era la Direcció General de Comunicació. Presidió el acto, para darle aún mayor rango a la cita, Quico Homs, secretario general de la Presidencia y portavoz del Govern.
 
Decepción, al menos para algunos de los que allí estábamos. El citado ranking no es más que un extracto del global al que cada uno de nosotros puede acceder cada mes sin más que clicar en la página web del OJD y entrar en el apartado de últimos medios auditados. Nada más.
 
Pero así es este país, o su actual gobierno. Orgulloso en los detalles y excesivamente miedoso en las grandes decisiones. Lo malo es que ese sacar pecho por cosas banales le conduce en situaciones al borde del ridículo, como cuando justificó el citado ranking para que la administración catalana tenga “una fuente segura de datos independientes y auditados para asignar campañas institucionales y las ayudas a la promoción de los medios de comunicación digitales en catalán”. Pueden hacerse ustedes una idea de lo que significaba escuchar eso allí, a pocos metros de algunos colegas de diarios digitales, que sin estar auditados sí acceden sin problemas a todas las inserciones publicitarias de la Generalitat, por no hablar de otras subvenciones.
 
No. Este ranking no servirá para eso, y de hecho no servirá para nada, porque los datos de los medios auditados de Catalunya o de la cuenca minera del Jalón ya están fácilmente disponibles para todo el mundo en la correspondiente página de la OJD, y para cualquier persona interesada del sector publicitario o de cualquier otro, pagando, hay todavía unos datos más exhaustivos en Nielsen, Comscore o cualquiera de las empresas solventes que se dedican a la investigación de mercado. Si alguna utilidad va a tener este ranking, y no creo, es la de ocultar algo mucho más preocupante: el sectarismo y la vaciedad de la política comunicativa de qué está haciendo gala hasta ahora el actual Govern.
 
Sectarismo. El Govern de CiU no ha aportado tristemente ninguna buena noticia en este sentido para los medios catalanes. La política comunicativa del pujolismo fue sectaria, aunque eficaz para sus intereses; la del tripartito caminó por los mismos senderos, aunque de una manera aún más torpe; y la del Govern que preside Artur Mas y ejecuta Quico Homs no se ha apartado ni un milímetro de esa práctica nefasta. El periodismo independiente no entra en sus cálculos. Prefieren el de los amiguetes. Juzguen ustedes mismos si tienen tiempo de hacer un recorrido por los diferentes medios que coexistimos en Catalunya y si desean documentarse más vayan al DOGC y busquen en las páginas donde se publican las ayudas concedidas. Las últimas que he leído, por ejemplo, las otorgadas a diferentes medios por su apoyo a la ciencia, que da el Departement d’Economia i Coneixement, son para pasarse un buen rato o riendo o indignándose.
 
Las campañas institucionales, pues, van a seguir asignándose en función de otros criterios, que tendrán más que ver con objetivos partidistas que de influencia y calidad del medio. Como ha sido descaradamente hasta ahora, con Pujol, Maragall, Montilla o Mas al frente. Y en cuanto a las ayudas a la promoción de los medios digitales ya hay una subvención, la estructural, que se apoya en criterios objetivos, como la audiencia, el volumen de plantilla, la estructura de gastos fijos, etc. Ya era así, desde la época del tripartito. Sin embargo, el Govern de CiU ha reducido esta subvención en favor de otras más subjetivas.
 
Vaciedad. No obstante, con ser grave la deriva sectaria de la política comunicativa de este Govern, hay cuestiones a mi entender aún más graves –al fin y al cabo, ya estamos acostumbrados a esas prácticas–. Lo peor es el vacío, la ausencia de una auténtica política de comunicación, comprobar en cada intervención, en cada propuesta, que detrás no hay nada, nada, salvo la permanente excusa de la defensa del catalán.
 
Me anticipo ya a los palos que previsiblemente algunos quieran darme por lo anterior: creo que en el actual mundo global el catalán debe ser apoyado, debe disfrutar, utilizando un concepto que no me gusta, de una cierta discriminación positiva. Otra cosa es como se dé ese apoyo. Pero el mejor apoyo que puede tener el catalán está en la potencia y ambición de las gentes que lo hablan; en comunicación, de sus contenidos.
 
No tendremos una lengua fuerte si Catalunya no es fuerte y ésta no lo será si persiste en sus tics reduccionistas, si toda la política que pueden enhebrar sus dirigentes se limita una y otra vez a lamerse las supuestas heridas que le ocasiona España. Desgraciadamente, los gestos del actual Govern son un completo catálogo de esos tics.
 
Decía el comunicado de prensa de la presentación del citado ranking que así “se pondrán en valor los medios on line catalanes y no quedarán diluidos en lugares bajos en el ranking español”. ¿Puede haber mayor pobreza de espíritu? Se me ocurre que si aún así no es suficiente deberíamos crear otro ranking, comarcal por ejemplo, en el que de esta manera salgamos más favorecidos.
 
No hubo en la intervención de Homs, ni ha habido hasta la fecha, en la política de este Gobierno una sola propuesta interesante para crear en Catalunya un sector de la comunicación más potente. No la ha habido ni siquiera en el campo de la formación, donde ha permitido la proliferación de facultades o carreras de segundo grado supuestamente destinadas a la generación de profesionales del periodismo, mal dotadas, con planes de estudios alejados de la realidad y que se han convertido en auténticas fábricas de parados, pese a lo cual se siguen autorizando nuevas aperturas.
 
Tampoco ha habido en este Govern una política mínimamente coherente de apoyo al sector empresarial de medios de comunicación. No la ha habido ni siquiera hacia los medios públicos, en lo que se ha limitado a adelgazar algo, un poquito, la burbuja que heredaba (CCMA, COM, Xarxa…) sin ser capaz de diseñar una política racional y de futuro en este campo. Con el exitoso modelo de TV3 en bancarrota no hay nada nuevo preparado para después, salvo que hagamos caso a la maledicencia que sospecha que se entregarán los despojos a algún amigo que ya esté en el sector.
 
Una prueba más de esta confusión es la reciente reforma de las leyes de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals. Se aprueba “reducir de manera progresiva la publicidad” y que en el caso de Catalunya Ràdio “la reducción progresiva ha de avanzar hacia la desaparición”, para favorecer la libre competencia en el mercado y a continuación el ponente de CiU, Santi Vila, puntualiza que esto sólo “será factible con la plena soberanía fiscal”. (!) Se aprueba algo que hoy por hoy es imposible. Más brindis al sol. Como el de unos presupuestos que se enmiendan por el propio ponente horas después de ser presentados.
 
Nada de nada en el sector público. Tampoco en el privado. La propia pequeñez de la muestra de medios digitales exhibida sin pudor por los organizadores del acto da una idea de lo que falta por hacer. Y, sin embargo, no hay ninguna idea sobre la mesa, salvo mirarnos una y otra vez el ombligo, ahora con esta bobada del ranking de medios digitales catalanes.
 
No tenemos buenas, aunque sí muchas, facultades de periodismo; no tenemos centros de investigación sobre comunicación; no tenemos dinero, pero lo malgastamos en iniciativas de dudosa eficacia y en el mantenimiento de una repartidora que mantenga mínimamente contentos a los fieles y a los que no nos cuestionan. Mientras, el resto del mundo avanza. El Punt Avui, emblema de tantas cosas, se vende finalmente por 1€ al dueño de unos supermercados, senador por CDC y dueño de una televisión fracasada. Todo esto no estaba presente en la sala donde se presentó el ranking de marras ante el aplauso de los medios allí convocados, en una imagen que me provocó un cierto sonrojo corporativo. No tenemos Estado, pero tampoco tengo claro qué sabríamos hacer con él. 

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