Mas contra todos y…el sentido común
La psicología. Los dirigentes políticos deben ser analizados también por su psicología. Pueden tener dotes de mando, liderar proyectos ambicios, ser extraordinarios para elegir y conducir equipos, pero hay que intentar saber qué tienen en sus cabezas.
A Mas se le adorna de una leyenda que para algunos es una gran virtud: no es un político al uso. Es un señor que un buen día le tocó suceder a Jordi Pujol, aunque había cultivado las relaciones con sus hijos. Asumió el reto, trato, luego, de distanciarse, hasta el punto de que le molestaban las llamadas del ex President cuando ejercía de líder de la oposición con los gobiernos del tripartito. Quería iniciar una nueva etapa. Y lo ha hecho.
La Convergència que dirige ahora es un partido orientado ideológicamente a la izquierda, y es independentista. En los consejos nacionales se grita «independència». Eso implica que Mas, que lo interioriza todo, que se lo guarda todo para él, quiere continuar y llevar «a buen puerto» el proyecto soberanista, por lo menos los próximos 18 meses, con el objetivo de convocar un referéndum, pero ya sobre la constitución catalana.
Mas sigue adelante. Si alguien pensaba que ofrecería muestras de debilidad –algunos gallos en su voz, cosa poco frecuente, eso es verdad– se equivocó. Fue durísimo con los gobiernos españoles. Reiteró que Cataluña lo ha intentado, que la elite administrativa, política, periodística,»incluso religiosa» de España no quiere saber nada de la realidad plurinacional del Estado, y que ya no se trata de mejorar la autonomía sino de crear un estado propio.
Es cierto que la historia es de los valientes, de los que luchan por sus objetivos hasta el final. Pero existen otros hombres y mujeres, los que saben detenerse, los que miran hacia el otro lado, y si ven que no tienen una mayoría detrás buscan una salida que sea satisfactoria, no sólo para ellos, sino para el conjunto de la sociedad. Esos suelen ser más útiles.
Ahora se ha llegado a ese punto. Es difícil de justificar, con un relato que denota que la realidad se puede percibir desde ángulos muy diversos –los gobiernos españoles han cometido muchos errores, pero no hasta el punto de iniciar un proceso de ruptura como éste– que se puede aplicar la hoja de ruta de Junts pel Sí y la CUP sin tener en cuenta un resultado en el que los independentistas no pasaron del 48% de los votos válidos.
Es difícil, también, justificar que se quiere un país nuevo sin entrar en todos los casos de corrupción que han afectado a Convergència Democràtica, sin analizar a fondo lo que ha sido el pujolismo, y sin admitir que Cataluña ha vivido una ficción.
Jordi Pujol confesó un fraude fiscal que todavía no se conoce en toda su dimensión, que conectó con el caso Banca Catalana. ¿Qué habría pasado si Pujol y Convergència no hubieran atropellado al PSC en los años ochenta, haciendo responsables a los socialistas de ir «en contra de Cataluña», y complicando enormemente que pudieran gobernar la Generalitat? ¿Qué puede decir ahora Raimon Obiols?
Pero Mas sigue adelante. Ha cerrado los ojos. Los gobiernos españoles tienen la culpa. La paradoja es que no ha asegurado su investidura, y, pese a vestirse con la ideología de la CUP, tiene muy complicado arrancar, por lo menos, dos votos de los diez diputados de la formación anticapitalista.
Todo lo que expuso este lunes en el Parlament suena a ciencia ficción: un banco central catalán, una Hacienda, un país nuevo. Cuando el sentido común indica que si Cataluña es algún día independiente no será precisamente ahora.
¿No es el momento de asumir que hay cosas que no pueden ser, y además son imposibles?