Mas-Colell, Daniel de Alfonso, la ética y la estética
En los últimos días hemos revelado cómo el conseller de Economía y Finanzas de la Generalitat, el ilustre académico Andreu Mas-Colell, se había protegido para no quedar salpicado por lo que ha sido seguramente una de las mayores torpezas económicas de su mandato: la crisis de Spanair. El profesor habría ejercido presiones ante la Sindicatura de Cuentas para evitar que su nombre, su prestigio político y su reputación quedaran ensombrecidas por las negociaciones que sostuvo para mantener la aerolínea catalana de bandera y el dinero público que decidió entregar a aquella nefasta causa.
Para Mas-Colell es mucho más sencillo tirar balones fuera, que los informes de los síndicos le atribuyan toda la responsabilidad al tripartito anterior y de aquel menester ni sabe ni contesta. Es una forma de hacer política, que incluso los lobbys tienen profesionalizada, pero es un flaco favor a la democracia. El conseller quiere quedar como el hombre que hizo el ajuste de las cuentas públicas, quien puso las finanzas de la Generalitat en consonancia con los pírricos ingresos derivados de la crisis económica y, como ya le sucedía a su antecesor Antoni Castells, volver a su privilegiado reducto de prestigio y excelsa reputación.
Por desgracia y por más que se intente desmentir, la verdad nunca es triste, como rezaba la canción, lo que no tiene es remedio. Y presionar para remediarla es un error político que dice poco a favor de quien lo practica.
Por si tenía alguna duda de que los actuales rectores de la política catalana tienen escaso aprecio a la ética (y, con consecuencia, a la práctica de la transparencia) ayer me acabó de convencer el director de la Oficina Antifraude de Catalunya, Daniel de Alfonso. En una concurrida conferencia que tuvo lugar en la Fundació Cercle de l’Aigua, en la sede barcelonesa de Agbar, admitió ante la presidenta del Parlament que la nueva ley de transparencia no servirá para nada. Que sí, que mejor tenerla a desearla, pero que sus efectos prácticos serán nulos. Más cosmética a la vida catalana, por si los debates que hoy nos invaden fueran maquillaje insuficiente.
De Alfonso, protegido institucionalmente porque su mandato dobla al de los políticos, puede hablar claro ya que su continuidad no depende de tacticismos cortoplacistas. Por eso, y porque prefiere presentarse como un jurista ilustrado y sin demasiados pelos en la lengua. Para acallarlo deberán cerrarle la oficina, y eso sería el golpe final al ejercicio ético y democrático de la Catalunya del siglo XXI. ¿Quién se atrevería a ponerle ese cascabel al gato?
Había quien quería convertir la Oficina Antifraude en un apéndice más de la Sindicatura de Cuentas. ¡Menuda barbaridad! Si la tarea de los síndicos es absolutamente inservible a efectos prácticos, que Antifraude se convirtiera en un sucedáneo sólo podría empobrecer la democracia en Catalunya. Eso sí, a lo mejor consejeros como Mas Colell resolvían en una sola visita todos sus problemas reputacionales. Al precio que nos cuesta la política/hora igual era la única razón viable. Estética, por supuesto.