Marta, ¡me voy a la mierda!
Estimada Marta Ferrusola i Llados,
Hace ya más de 30 años decidí ser periodista. Tenía otras muchas posibilidades formativas y profesionales a mi alrededor, pero pensé que la posibilidad de fiscalizar los poderes públicos y privados desde una perspectiva democrática era una interesante tarea futura.
El miércoles pasado ví como enviaba a la mierda a un periodista que le preguntaba algunas cosas –que todos queremos saber, por otra parte– sobre su vinculación con el delito tributario que su esposo, usted misma, y algunos de sus hijos han cometido. De momento, claro, porque sólo sabemos lo que ustedes han admitido, incluso aunque algunos tengamos sospechas de que bajo esa confesión se esconden muchas otras actividades irregulares no detectadas.
Es cierto que la canallesca puede ser vista por alguien como usted en términos de clase: somos la escoria de una sociedad burguesa, nepótica y corrupta donde los más fuertes, más ricos y más listos campan a sus anchas. Y usted, estimada, que no ha demostrado ninguna condición intelectual especial a lo largo de su trayectoria, desprecia profundamente nuestro oficio y nuestra democrática tarea. Es obvio, debe resultar un incordio tener una corte de periodistas a la puerta de su casa cada mañana. Y, peor aún, debe ser la sublimación de la incomprensión que esos hombres y mujeres que la acompañan quieran saber dónde tiene usted las cuentas corrientes, cuánto paga a Hacienda (si es que lo hace) o que talla de burguesía utiliza en sus relaciones sociales.
Mire, doña Marta, uno procede de un barrio humilde, de una ciudad dormitorio, de la puñetera clase baja. De pequeño jugaba en castellano. Y eso, ya lo sabemos, a usted le molestaba mucho porque sus hijos, que son coetáneos de un servidor, se veían obligados a hablar la lengua de Cervantes (lo bien que le ha ido a alguno en Latinoamérica…) y un largo etcétera de servidumbres, opresiones y toda clase de visiones que no concordaban con el patriotismo que usted y su antiguo honorable esposo profesaban.
Por tanto, por la dignidad que aún nos queda a algunos periodistas de este triste país en el día de hoy, le ruego que se abstenga de enviarnos a la mierda. Es mucho más sencillo: ya nos dedicamos a investigarles y llegamos al mismo sitio.